01 marzo 2006

Lejos de la lectura

Turno para renovar el carnet de identidad. Como también se expiden pasaportes, muchos inmigrantes, y en conjunto una mezcolanza popular, macilenta, contaminada por lo funcional y sórdido del lugar. Recuerdo la primera vez que saqué el DNI, todavía en el franquismo y el antifranquismo. Temor, toda la prevención del mundo, la sensación de que los policías nos vigilaban, y la sospecha de que las “funcionarias” que atendían, con aire de mujeres excesivas, eran amantes de los subinspectores, o hijas del cuerpo, o se ganaban un sobresueldo como confidentes. Eran otros tiempos.

Hoy, en la espera, nada mejor que un libro. Son diez minutos sólo, pero por suerte uno se aleja del lugar y se asoma felizmente a las sutiles conversaciones de aristócratas ingleses. El placer se acrecienta, además, por lo exiguo de las posibilidades. Y es que en los sitios de espera uno siempre ha sentido que no puede hacer más que eso, leer, y esa constricción proporciona una concentración suplementaria y deliciosa a poco que el libro merezca la pena.

La funcionaria que me atiende hace notar que ahora, en la cola, casi nunca ve a alguien leyendo. Antes no era extraño, dice, pero hoy en día lo habitual es abismarse en la minipantalla del móvil, que alberga, por lo visto, petróleo comunicativo. Ella, que se confiesa también adicta a la lectura, me habla como si perteneciéramos los dos a una logia masónica, una hermanda de raros condenada a la extinción.

Desde hace poco tiempo está comenzado a organizarse en Pamplona un congreso sobre la lectura. Pero basta pasarse por aquí, o por cualquier consulta médica o estación o aeropuerto, para ver que el personal ocupa, no ya su tiempo de ocio, sino también estos tiempos forzadamente dispuestos, en otras cosas. Aquí hay materia de estudio, y mucho hueco para la melancolía. Decía el otro día el editor Antonio Ventura, en una reunión preparatoria del evento, que no cabe esperar que la lectura nos haga más buenos o felices. Yo creo que sí, según y cómo, y a veces. Pero, Ventura dixit, sin lectura no hay pensamiento simbólico que valga. Y eso se va a acabar notando hasta en los manuales de instrucciones más elementales.

1 comentario:

Pedro Charro dijo...

Me gusta mucho lo del franquismo y el antifranquismio. Me gusta que este blog coja carrerilla. Por lo demás, desconfío y añoro de los congresos, incluidos los de lectura.