30 abril 2008

El mundo es un gaztetxe

Aupa! K tal?
Así, con la puntuación y contracción de palabras de un sms, saludaba el otro día el alcade de mi pueblo en su última carta buzoneada a los vecinos. Abajo, junto a la firma, y supongo que para que veamos que, pese a su rango de alkatea, no ha dejado de ser un tío majo, el regidor añadía, como es norma en él, y en mayúsculas, su diminutivo, el que emplearán sus familiares y colegas: XENTXO. ¿Xentxo es nuestro alcalde? ¿Por qué no Pirritx, Porrotx, Nabucodosorcito eta Txiribiton?

Este señor piensa que el pueblo-ciudad-barrio en el que vivo es un gaztetxe. Y que los serios problemas que padece el municipio hay que discutirlos y resolverlos al modo en que los majos los abordan en el gaztetxe, con una peculiar y simple manera de entender la “democracia participativa”. De tal confusión han venido algunos de los problemas más llamativos de este mandamás municipal.

El viernes pasado Xentxo dejó de ser alcalde. ¿Por qué? No ha dicho o hecho, en sus diez meses de mando, algo inesperado en él. No ha habido sorpresas en su actuación, se le conocía bien en el ayuntamiento. Sigue siendo el joven que era el pasado año, pegado aún en tantos aspectos al mundo de Batasuna. Pero el mismo Partido Socialista que en junio de 2007 obligó a sus concejales a votarle (incluso con presencia de un comisario político en la sala, no fuera que los ediles olvidasen la orden de la dirección), les ha permitido ahora que lo descabalgaran. Diez meses perdidos, muchos proyectos parados, ayuntamiento funcionando a medio gas.

Al fondo sigue latiendo la actuación de los socialistas en aquellos dos meses, y su entusiasmo por el pacto con Nabai en el tiempo en que Xentxo fue elegido. ¿Qué pasó para que se rectificara sobre la marcha? En rigor, ni idea. Hemos oído tonterías, farfolla retórica, balbuceos del entonces candidato. Por lo visto no merecemos una explicación digna sobre las razones de aquella negociación y sobre el cambio de rumbo.

Xentxo, uno de los afectados por el volantazo, ya es concejal en la oposición. Veremos si los años lo sacan del gaztetxe mental en que parece vivir. ¿Bien está lo que bien acaba?

29 abril 2008

Antonio Herrero, maestro de periodistas

A ratos, en librerías y grandes superficies –no pienso comprarlo-, leo el volumen escrito por Luis Herrero, periodista y ahora europarlamentario del PP, sobre su amigo y colega Antonio Herrero, fallecido en 1998, cuando era una de las estrellas de la COPE. Yo recuerdo bien el estilo de Antonio Herrero, brutal, chulesco, vociferante, atrabiliario y arbitrario. Su amigo cree, en cambio, que fue el mejor periodista radiofónico español de los últimos cincuenta años. Y eso lo afirma la misma autoridad que en varios pasajes confiesa haberse equivocado de medio a medio en su actuación profesional, en juicios sobre hechos y personas y en muchas de sus previsiones políticas y personales. Su ensalzamiento de Antonio Herrero creo que entraría muy bien en esa holgada bolsa de deslices.

Un detalle me ha llamado la atención, porque creo que revela mucho sobre el estilo informativo de Antonio Herrero. Le preguntaron en una revista, poco antes de morir, sobre el número de veces que había sido invitado por Aznar a tertulias gastronómicas en la Moncloa. Con rotundidad, proclamó que jamás había compartido mesa palaciega ni con el presidente conservador ni, por supuesto, con el anterior inquilino monclovita, Felipe González. Su declaración era una mentira, y de hecho el libro reproduce varias fotos en las que posan en la Moncloa Aznar, los dos Herrero, José María García y Federico Jiménez Losantos antes o después de uno de sus encuentros con menestra y lubina por medio. Luis Herrero le afeó su trola en cuanto la leyó. Era muy fácil que lo pillaran, le dijo, cualquiera podía filtrar las fotos. Antonio Herrero simplemente se encogió de hombros y cambió de tema.

Así concebía el trabajo periodístico este adalid de la denuncia y la verdad. Así continúan entendiéndolo esos predicadores que todos los días se desgañitan en la misma emisora cristiana. ¿Qué importa la realidad si uno disfruta tronando y componiendo figura de incorruptible?

13 abril 2008

Traductor, traidor

En mis visitas a El Parnasillo, Javier, el librero de Pamplona, apasionado por los clásicos griegos y latinos, más de una vez me ha enseñado versiones castellanas muy distintas de versos del poeta Catulo. Nos hemos reído comprobando cómo algunos traductores, incómodos o avergonzados por la crudeza sexual del poeta, buscaron la forma más eufemística de verter su palabra al español. Latinistas pacatos ha habido, incluso, que prefirieron pasar al griego los versos del poeta antes que escribir algo similar a “Os daré por el culo y me la vais a chupar”, una traducción de Catulo hoy presente en librerías. Y Aníbal Núñez, donde otros habían escrito que la dulce Ipsitila se prepara para abrazar a Catulo nueve veces seguidas, tradujo, sencillamente, que se trataba de nueve polvos.

Leí hace pocos días que la traductora al gallego del exitoso libro de Mark Haddon que en castellano se tituló El curioso incidente del perro a medianoche se atuvo a “un enfoque no sexista” en su tarea. Y es que, palabras textuales de la señora, María Raimóndez, “las estrategias de traducción que utilizo" (debería ir a la cárcel de papel no menos de diez años y un día por expresarse así), "implican no usar el masculino de forma sistemática”.

Si María Raimóndez hubiera dado a la luz un texto suyo, podría haber de su capa un sayo. De hecho, que se ejercite sin traba ninguna en esa tesis que está preparando “sobre las interacciones entre ideología y traducción”. Pero no era el caso. Ateniéndose al “enfoque no sexista” que defiende, en su traducción unos men, en inglés, pasaron a ser xente, dice el editor que se negó a publicar lo que la traductora había manipulado. Y el propio Mark Haddon, terciando en la disputa entre editor y traductora, escribió que "cambiar el sexo de un personaje donde está suficientemente claro cuál es el sexo, es totalmente inaceptable".

¿No estamos, en las versiones de Catulo y en este episodio gallego, ante dos episodios perfectamente análogos de anteojeras ideológicas y de falta de respeto a los originales? Cambian los tiempos, pero el ánimo censoril y manipulador simplemente muda de piel.

10 abril 2008

Gonzalo Rubalcaba

Tarde de jazz. Gracias a la Universidad Pública de Navarra, tenemos la dicha de contemplar el delicado, tenso y enérgico enfrentamiento de un hombre con un piano. Tiene Rubalcaba un dominio técnico apabullante del intrumento, salta a la vista en los primeros minutos, de manera que las manos no tendrán problema en ejecutar lo que su cabeza le dicte. Pequeño pero robusto, con la cabeza hundida sobre el teclado, como queriendo fundirse con el piano, oído muy alerta, parece probar sonidos, posibilidades, acordes, cambios bruscos de ritmo, variaciones.

En realidad, más que variaciones, Rubalcaba, como otros grandes del jazz, abre fisuras en los viejos temas, y, por esos huecos, introduce notas nuevas, giros insólitos. Canciones de su Cuba natal, o incluso algún estándar de la nación en que vive (¡nada menos que una composición como Barras y estrellas, que siempre he unido a marchas militares!), son desarticulados con mucho tacto. El pianista inserta flamantes piezas de sonido que abren senderos, bloques arriesgados y chocantes que obligan a recomponer cada canción al tiempo que multiplican su hondura y sutileza.

En algún momento recordamos a Debussy, Satie, Mompou. Y me viene también a la cabeza esa línea de El pianista, la novela de Vázquez Montalbán, en la que un viejo amigo y luego enemigo del vencido pianista le rinde, después de muchos años alejados, el máximo homenaje del que es capaz. Sustituyendo sólo el nombre, decimos: “Bravo, Gonzalo. Excelentes los silencios”.

Es mejor quedarse con la belleza. Es preferible sobreponerse y olvidar lo inadecuado del local para una exhibición de piano solo que hubiera exigido el silencio y la escucha de una sala de conciertos. Qué sentido tiene distraerse con los niños que gritan y los borricos que charlan ruidosamente al fondo mientras beben, con las puertas que se abren y dejan pasar los ruidos del campus, con los que huyen a media canción, los que rayan el suelo con las sillas mientras disparan la enésima foto, el espeso olor a comida del recinto. Eso, definitivamente, es secundario ante el vendaval de música que Rubalcaba nos ha regalado. Bravo por la responsable cultural de la Universidad, que nos ha permitido escuchar esta hermosura, y que no tiene ninguna culpa en las circunstancias. Bravo por Rubalcaba, sus sonidos y sus silencios.

01 abril 2008

Siempre dando lecciones

Este Christopher Hitchens, del que se acaba de publicar Dios no es bueno, una crítica feroz de la religión. Pero ahora me interesa otro asunto. Hace pocos años furibundo troskista, Hitchens es hoy un desacomplejado defensor de Bush y de la guerra de Irak. No es poca mutación para alguien que en tiempos exigió un juicio internacional a Henry Kissinger (¿un tipo peor que Bush o Donald Rumsfeld?) por cargos tan leves, apenas una minucia, como “crímenes de guerra, crímenes contra la humanidad, y por delitos contra el derecho consuetudinario o internacional, entre ellos el de conspiración por cometer asesinato, secuestro y tortura”.

No está mal cambiar, evolucionar, rectificar. Hay personas que con los años, por suerte, van adquiriendo más y mejor información, y una comprensión más amplia y profunda de la naturaleza humana y de los procesos sociales. Ello les conduce a desechar sus ideas o visiones antiguas más toscas y erróneas, y adoptar otras mejor fundadas, razonadas, complejas y consistentes. Hitchens, creo, es un ejemplo de alguien que, al menos en varios aspectos, ha ganado respecto a la época en que peroraba, insultaba y despotricaba desde las revistas inglesas más izquierdosas.

Pero hay en mí un fondo íntimo de disgusto e irritación ante esta clase de personas (Hitchens no es más que un síntoma) que, por encima o por debajo de sus mudanzas vitales o ideológicas mantienen, intacto, su férreo dogmatismo, su desprecio por el que no piensa exacta y milimétricamente como ellos, incluso su chulería personal e intelectual, su personalidad displicente y autoritaria, el ánimo discurseador del que tiene un proyecto de salvación que, sea el que sea, le parece evidente. En España sufrimos casos muy sonoros. Cambian (¿cambiamos?) de ideas, de partido, de tribunas donde bramar. Pero la estructura básica de la personalidad subsiste idéntica. Los hay que, doble marca, fueron izquierdistas con crueldad y ahora son conservadores con vileza. Y también, por ejemplo en España, quienes –menos- han transitado de un derechismo religioso o incluso de un falangismo a una izquierda que se apunta a todos los trenes “resistentes” o “antiglobalizadores” de moda, a todo lo que se mueve.

No quiero generalizar, no sería justo. Pero se me ocurren unos cuantos nombres de intelectuales (y de otras gentes: hay quien ha pasado, cerca de mí, por cinco o seis partidos) que igual han entendido más o menos el fondo doctrinal –y proteico- del liberalismo, pero no tienen ni idea de lo que es una conducta liberal. Y no digamos de lo que significan la duda, el relativismo, el escepticismo, la humildad o la simple prudencia.

El brillante y temible Christopher Hitchens, según su amigo Martin Amis cuenta en Experiencia, le organizó en cierta ocasión una bronca monumental a Saul Bellow. El americano (¿hay alguien más grande en la novelística de la segunda mitad del siglo XX?) había invitado a cenar a los dos jóvenes británicos airados. Pero todo salió mal. El despliegue de Hitchens, su “estampida cerebral” en defensa de Palestina y contra el estado de Israel fue de tal calibre (“catarata de razón pura con todo lujo de detalles concretos, precedentes históricos, candentes estadísticas, llamativas y finas distinciones”), aplastó de tal modo a Bellow que la velada se estropeó sin remedio. Hay que ser un cretino, a un paso de la gilipollez redomada, para comportarse así, mucho más si Hitchens lo hizo apoyándose –lo dice Amis- en un intelectual tan discutible y sobrevalorado como Edward Said. ¿No pensará ahora este feroz polemista que más le valía haber aprovechado el encuentro con Bellow para aprender algo de él, en lugar de asestarle su propio discurso, que seguro que por otra parte el autor de Herzog ya habría oído decenas de veces?

Hoy Hitchens no piensa lo mismo que entonces. Pero no sé si no sigue siendo el mismo. Como dijo alguien que le conocía muy bien, la frase “no sentirse avergonzado lo más mínimo” se debería haber inventado pensando en él. Bueno, en él y en otros muchos que yo me sé.