31 diciembre 2008

Charlatanería sobre el siglo veintiuno

Cuenta Yasmina Reza en su libro sobre Nicolás Sarkozy que un día, entre bambalinas, antes de que Sarkozy intervenga en el mitin que le toca, están charlando casi en susurros el entonces candidato a presidente y Henry Guaino, redactor de sus discursos más notables. En un momento de exaltación el político le dice a Guaino:

«Henry, mi discurso del 15 ante los jóvenes, quiero ser completamente distinto, me gustaría empezar diciendo que quiero ser el presidente del siglo veintiuno…

Me río (dice Yasmina Reza).

(Sarkozy) -Te ríes. Vete a la mierda. ¿Sabes lo que quiere decir eso?

Y más tarde, en un aparte:

-Yasmina Reza, ¿me dirás por qué te hace reír lo de presidente del siglo veintiuno?».

Hoy, mientras como algo, escucho La ventana en la cadena Ser. Previamente al pequeño diálogo filosófico semanal entre Manuel Cruz y Manuel Delgado, han estado hablando otras personas de Cuba, en un tono ciertamente crítico con el régimen de los ancianos totalitarios (¿o eran revolucionarios?) que copan el cogollito. Manuel Delgado, molesto con el tono de lo que ha venido oyendo antes de entrar él en antena, se lanza a una defensa del régimen castrista que en pocos segundos es tórrida. Cuando le van a cortar, habla de Cuba como de «el socialismo del siglo XXI».

Yo recuerdo entonces la definición de Harry Frankfurt de bullshit, lo que podríamos traducir más o menos como charlatanería. Palabras o expresiones basura para referirse a algo que no es verdad ni mentira. Es peor. Corrupción semántica y moral del lenguaje.

30 diciembre 2008

Eduardo Galeano

En Los años contados, las memorias de José Luis Giménez Frontín, aparece Eduardo Galeano, de quien el autor cuenta una sabrosa anécdota. Eduardo Galeano… Su nombre fue importante para mí hace muchos años, cuando leí Días y noches de amor y de guerra, conjunto de fragmentos sobre amor, literatura y mucha política que saboreé de a pocos, con delectación. Galeano, exiliado entonces en España, después de haber tenido que salir a la carrera de su país, Uruguay, en 1973, y seguidamente, con la muerte en los talones, de Argentina al comenzar la dictadura militar en 1976, era ya una figura muy notable de la izquierda intelectual latinoamericana. Una izquierda, claro, castrista, revolucionaria, filocomunista. Cuando a mediados de los ochenta leí su libro más conocido, Las venas abiertas de América Latina, ya no veía las cosas tan claras como años antes, y no fue difícil encontrar, entre la evidencia morosamente detallada de los horrores indudables que los yanquis habían cometido con tantos países del centro y el sur del continente, más de una simpleza, más de una omisión, más de una generalización radicalmente discutible.

Con los años, Eduardo Galeano dejó de interesarme. Lo que he leído de él después me ha parecido flojo, brumoso, de un tono más o menos blandengueseudopoético. No me interesan los vehículos narrativos de los que se vale: fábulas con moraleja, historietas siempre bien dirigidas en el mismo sentido ideológico. Su último gran éxito, Espejos, una suerte de recorrido por la historia que arranca en la noche más remota de los tiempos, me pareció, hasta donde llegué, un catecismo para progres, un prontuario con las píldoras que la gente maja debe tragarse sobre la marcha y el sentido del devenir humano.

La anécdota que presenció Giménez Frontín (vástago rebelde él mismo de de una familia ranciamente burguesa y acomodada en el franquismo) me interesa porque no rezuma sangre, traición, lucha o miseria trágica. No, va de algo mucho más corriente y civil, y por lo mismo más elocuente.

“De pronto Galeano –recuerdo que lucía una americana de muy buen corte y una deslumbrante camisa color salmón de pura seda, naturalmente sin corbata— tal vez en respuesta a una pregunta de alguno de sus jóvenes oyentes, fuera verdad o sólo calculado guiño al auditorio, el caso es que soltó que él siempre se las había ingeniado para no pagar impuestos, eludiendo así conceder su apoyo moral y patrimonial al Estado. Al punto me acordé de aquellas memorables comilonas de Navidad de mi infancia, donde Galeano habría cosechado el más cerrado aplauso de todos los adultos. En el auditorio de la Pedrera, nadie se escandalizó, nadie le preguntó quién pagaba entonces en Uruguay la sanidad, las comunicaciones o la enseñanza. Nadie observó que la conversión de los ciudadanos defraudadores en ciudadanos solidarios era sencillamente obscena. Todos los presentes se mostraron encantados y, como dignos nietos de la burguesía de los años cincuenta, aplaudieron con indecible entusiasmo” (José Luis Giménez-Frontín. Los años contados)

09 diciembre 2008

Soluciones de izquierda

En El Mundo escriben sobre una concentración el día 6, en Donosti, de Ezker Batua –los chicos de Javi Madrazo, para entendernos- en la cual otro dirigente del grupo, Mikel Arana, reclamó una reforma del texto constitucional. La reseña contiene este fragmento:

(Mikel Arana) denunció que la sociedad se encuentra ante un ‘auténtico fraude constitucional’, porque ‘han vaciado de contenido’ la Constitución de 1978 ‘en todo lo que tiene que ver con el modelo de Estado, los derechos sociales y la planificación económica’, recortando así las competencias de las autonomías (las negritas son mías). ‘Desde el búnker constitucional que han construido PP y PSOE han usurpado competencias a las CCAA’.

Supongo que el salto argumentativo que he subrayado, y que convierte el párrafo en disparatado, hay que cargarlo en el debe de la escasa pericia sintáctica de la periodista. En todo caso, le viene que ni pintado a esta Izquierda Unida de Madrazo, completamente sometida a los dictados de Ibarretxe. Porque vamos a ver: las promesas incumplidas de la Constitución, si las miramos desde el ángulo de la izquierda, ¿se solucionan con más competencias de las autonomías? ¿Esa es de verdad la gran tarea pendiente en el desarrollo constitucional? Y eso lo dicen los de Ezker Batua, estas luminarias de la izquierda, el mismo día en que, en la página siguiente, nos enteramos de que Ibarretxe gastó apenas 124.000 euros en un viaje a la República Dominicana y Argentina en octubre pasado, con un séquito de 19 acompañantes. Menos mal que, “entre otros aspectos”, Ibarretxe dio a conocer a los mandatarios de esos países “nuestras propuestas de lucha contra la crisis”. Más competencias, sí.

08 diciembre 2008

Lo que todo militante debe leer

Diario de Noticias traía el domingo un reportaje sobre los veinte años de la editorial Txalaparta. Leyéndolo, un lector desinformado podría pensar que Txalaparta es, sin más, una editorial independiente, es decir, no vinculada a los grandes grupos, al estilo de otras pequeñas pero tan valiosas como El Asteroide, Impedimenta o Periférica. En ningún momento del texto la periodista –sea por la ya habitual ignorancia de muchos jóvenes, sea por militancia- alude a un dato fundamental: Txalaparta es una editorial muy directamente ligada al proyecto político de Batasuna. Su responsable es un ideólogo agresivo y notable de esta formación, y en Txalaparta han ido saliendo, en estos años, libros de etarras como De Juana Chaos o Iñaki Gonzalo, historias de eta laudatorias a más no poder, biografías de jefes de la banda como Argala (en realidad, más una hagiografía que otra cosa), o memorias de dirigentes batasunos como Jokin Gorostidi o Jon Idígoras.

Es cierto que Txalaparta ha publicado a otros muchos autores. Pero la inmensa mayoría son o bien escritores españoles que apoyan explícitamente la lucha de Batasuna y la de los pistoleros, o bien autores muertos que ya no pueden decir nada sobre dónde ser editados, o bien autores (por ejemplo, muchos latinoamericanos) que participan activamente de esa mezcolanza de antiimperialismo, guerrillerismo, peronismo matonil, izquierdismo cubano, chavismo y, en fin, nacionalismo radical y terrorista, que anima a diversos grupos en todo el mundo.

Txalaparta cumple una misión nada baladí en la tarea de cohesionar ideológica y vitalmente a la comunidad del nacionalismo terrorista vasco. Dentro de sus posibilidades, elige muy bien a los autores que un militante o simpatizante de esa comunidad debe leer, esos autores que reforzarán su adhesión vibrante a la causa. En un reciente libro de Constantino Bértolo, marxista estalinista de los que quedan pocos, hay una defensa, precisamente, de la utopía política que él denomina una comunidad. Es una utopía que, visto lo visto en los últimos cien años, me atrevo a calificar de totalitaria, pero que, sin embargo, creo que encaja muy bien con lo que representa el pequeño mundo del establo nacionalista batasuno. Un mundo cerrado y autosuficiente en el que el tibio calor comunitario proporciona, al menos a los más brutos o carenciales, seguridad y certidumbres frente a los embates del exterior. Periódicos, radios, grupos musicales, boletines, herrikotabernas, acampadas, manifestaciones y otras concentraciones rituales, posibilidades de ligue y editoriales como Txalaparta, son algunas de las formas de socialización que integran armoniosamente a sus miembros en la comunidad, una comunidad en la que siempre está claro quiénes son los héroes y los mártires, pero también los herejes y renegados. Una comunidad en la que está siempre claro qué es lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, lo aceptable y lo inaceptable.

Una última nota: en el reportaje se habla de algunos de los libros que mayor éxito han dado a Txalaparta. Me llama la atención que no aparezca en esa lista la escritora nicaragüense Gioconda Belli. Su novela La mujer habitada fue, sin duda, un pequeño bestseller para Txalaparta en sus inicios. Pero Gioconda Belli hace años que, como otros veteranos sandinistas, denunció la deriva de tipejos como el violador Daniel Ortega, presidente ahora de nuevo de Nicaragua tras unas elecciones amañadas, corrupto y repulsivo pero amigo del faro de la revolución mundial, Hugo Chávez. ¿Es casual el olvido de Gioconda Belli en este reportajillo sobre Txalaparta?

“Entiendo por comunidad un conjunto de personas que no sólo viven en común, sino que participan activamente de una misma visión de sus vidas y comparten por ello una escala de valores. Una comunidad política y no una simple comunidad “natural”. La comunidad como un espacio social dotado de las siguientes características: capacidad para legitimar los actos de cada uno de sus componentes; capacidad para definir lo bueno y lo malo por encima de los criterios personales; presencia de un proyecto común desde el que delimitar la bondad o la maldad. La comunidad sería ese espacio donde se funden la vida privada y la vida pública (…) Esto implica que la comunidad actúa como un espacio legitimado para imponer criterios. Si no hay criterios, o si el criterio reside en que no haya criterios, no puede haber comunidad”. (Constantino Bértolo. La cena de los notables. Páginas 159-160)