Capote. No sabe uno si admirar más el guión, tan redondo, o el ritmo que el director le ha dado al fluir de ese fragmento de la vida del escritor. Un fragmento en el que está todo: su inteligencia literaria -un afilado cuchillo en la mantequilla de la realidad-; su egotismo desaforado, su talento para la manipulación de quienes le rodeaban, su gusto compulsivo por el chisme y la frivolidad cruel, su dolor macerado en alcohol, su necesidad de esconderse ante los problemas.
Al final me quedo con la voz. Philip Seymour Hoffman, el actor, le ha dotado al personaje de un tono que permanece en el recuerdo. Capote aún debía de ser más chillón, pero en la película ese inglés arrastrado, amanerado y lánguido, informa muchísimo sobre Capote, una loca sin complejos. No hace falta entender una palabra de inglés para captar todas las raras cualidades que vienen con la voz.
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