05 marzo 2006

Extraña forma de vida

“El ideal es éste, claro: una vida muy austera, el amor imprescindible, buenos amigos escogidos, mucho estudio, mucha concentración y pocos entretenimientos. Pero la civilización de nuestros días no favorece esta clase de vida, avanza en el sentido opuesto: la nuestra es una época de puro divertissement, en el peor sentido de la expresión. Todo el mundo procura distraerse, es decir, no concentrarse en sí mismo. Los recién casados, por ejemplo, se embarcan en viajes al remoto Oriente en vez de empezar a conocerse a fondo en la soledad de los hayedos. Ocurre entonces que la gente muere sin saber siquiera hasta qué punto puede llegar a ser digna una vida, tanto la solitaria como la compartida. Esta furia por los viajes exóticos, por mover el cuerpo en las discotecas, por salir a cenar y tomar una copa (antes sólo las tomábamos en Navidad, cosa muy razonable), por vestirse fashion, y patrañas de este estilo, todo esto son cosas por las cuales, yo por lo menos, no experimento ningún interés”.

Si uno cree que no tiene que distraerse, que debe concentrarse, pues lo hace, y esto da sentido a su vida. (...). Recuerde lo que decía Agustín en las Confesiones: “Los hombres van a admirar la altura de las montañas, la enorme agitación del mar, la anchura de los ríos, la inmensidad del océano y el curso de los astros; pero se olvidan de sí mismos”. Quiero decir que ya es totalmente improbable que alguien me encuentre jamás en las playas del Caribe o de safari en Kenia. No estoy por tonterías ni tengo ganas de perder el tiempo. Quiero estar en casa –lugar del que me muevo tan poco como me resulta posible—, quiero leer con calma el periódico cada día, frecuentar y cuidar a los amigos, dar las clases lo mejor que pueda, mimar a mi equipo de profesores de la Universidad de Barcelona, escuchar tanta música como pueda, ahora que todavía oigo, procurar no sentir envidia por nadie, dosificar la animadversión que me despiertan ciertas personas, aumentar mi biblioteca, contemplar escaparates iluminados, pasear tranquilamente por las calles cuando hace buen tiempo y, como decía aquél, comerme un buen bistec de vez en cuando".
Jordi Llovet

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