30 septiembre 2007

No siempre hay que hablar

Feria del libro viejo y ocasión. Abren las casetas el primer día y me abalanzo sobre los montones en venta. Maldita sea, al poco rato tengo a medio metro a una persona a la que suelo ver con frecuencia y agrado. De inmediato me acosa el temor de que reanude esa charla de mil y un asuntos que mantenemos en otros ámbitos. No es el momento, necesito mucha concentración para que no escape nada de interés. Pero el conocido me dirige un escueto holaquetal, tuerce la mirada ostensiblemente y sigue pesquisando. Es de los míos. El resto de la mañana está libre de encuentros peligrosos.

Los negocios de lo público

El nuevo periódico, Público, regalaba ayer un cedé con arias de ópera interpretadas por Luciano Pavarotti. Todo por un euro. Parece nada, pero esto del precio casi siempre acaba siendo relativo. El sonido del regalo es infame. Y la calidad del periódico por ahí anda. Páginas que te pringan los dedos de tinta y que aparecen atestadas de píldoras informativas o de opinión engarzadas en una composición mareante, de las de prensa gratuita y diseñador a la page. Y una ideología dizque de izquierdas sin sutilezas, matices o profundidad. Todo sueltos, breves, eslogans y sentencias sumarias. La buena conciencia del psoe servida con sencillez. Por favor, las gentes de izquierdas nos merecemos algo mejor (¿seguro?). “Público es como la hojita más o menos parroquial que dan en los cines progres”, decía el sábado Arcadi Espada. Pero es que lo importante no es la hojita, continuaba, sino la misa del negocio, del enorme negocio de la tele y los derechos del fútbol. A la larga, añado yo, el París (Cataluña, dicho sea sin metáforas) de las grandes operaciones empresariales bien valdrá incluso esa misa tan cara y relativamente poco rentable de la tele y, en un plano todavía mucho menos relevante, la inane vaselina ideológica del periódico.

25 septiembre 2007

Ni un pelo de tonto

Ayer pensaba hacer otras cosas, pero a media tarde me quedé pegado de nuevo, por enésima vez, a Ni un pelo de tonto, la película que Robert Benton dirigió apoyándose en la novela del mismo título de Richard Russo. Es una película decente, que se ve con mucho gusto, y en la cual un Paul Newman crepuscular borda su papel. Pero en mi caso su fuerza de atracción nace ante todo del recuerdo de la novela de Russo, una de las historias más cautivadoras que he leído. Yo no sé si es una gran novela, una de las que quedarán, y me da pereza ahora entrar en esa inquisición. Pero sé que pocas veces me he entretenido tanto como con las andanzas de Sully y la gente que le rodea en Bath, esa pequeña localidad del estado de Nueva York donde nieva mucho y las calles están casi intransitables.

Todo en esta extensa novela me parece feliz, y muy señaladamente los diálogos, soberbios, repletos de humor y viveza, y la trama envolvente, una sucesión de peripecias menores que divierten y emocionan. Pero es Sully quien nos atrapa desde el arranque. Como tantos antihéroes del cine y la narrativa americana, es un perdedor, un tipo que ha llegado a viejo con la rodilla hecha polvo, sin un dólar ni casa ni relación, al principio, con su exmujer e hijo, pero a quien acompañan una amante con la cual se lía cada vez menos y un pobre ayudante, Rub, un poco tonto pero incondicional de Sully y con el que éste trabaja para conseguir el dinero que le permita ir tirando en los bares con sus verdaderos semejantes. Hay dos bares esenciales en el libro. Allí se come, juega y bebe sin parar, entre bobadas mil veces repetidas, por más que a nosotros nos provoquen hilaridad. Pero, al igual que tantos otros antihéroes, Sully tiene un catálogo muy definido de conductas que ama y aborrece, un código ético más o menos agujereado, con el que ha trampeado más de una vez, pero que dota a sus actos de un precario espíritu de libertad y resistencia. Es un don nadie, pero como se tradujo el título, no tiene un pelo de tonto y ha tratado siempre de bandearse en la vida sin sentir vergüenza. De ese fondo insobornable, de su entereza y presencia de ánimo, brota el respeto ganado entre sus paisanos de Bath.

De Richard Russo hay traducidas varias novelas más, y me atrevo a recomendar asimismo Alto riesgo o Empire Falls –si bien ésta no satisfizo plenamente mis grandes esperanzas-. Pero Ni un pelo de tonto es otra cosa, la gracia delicada y absorbente de un escritor que teje una historia de la que no quisiéramos salir, una habitación maravillosamente oxigenada por el humor y la melancolía. Ayer lunes, entre la película y un buen rato revisitando fragmentos del libro, el día fue muriendo en paz. Qué más puedo pedir.

23 septiembre 2007

No me arrepiento de nada

Un libro que comienza así augura lo mejor. Es preciso hincarle el diente sin dilación.

“Los hombres, y no sólo los autores de memorias, suelen decir que a pesar de los fracasos, las penas, los errores y las decepciones o incluso de las fechorías que llenan su pasado, a fin de cuentas están contentos de un destino que ya ha quedado atrás y, si volvieran a empezar, no elegirían una vida distinta.

No pienso lo mismo de la mía. Sin subestimar lo que hay en ella, respectivamente, de inevitable y de accidental, sin que ninguna de ambas sea deseable, en mi memoria se acumulan las circunstancias, pequeñas o grandes, decisivas o triviales, en las que tenía la facultad de elegir y me equivoqué. Mi memoria me recuerda tan pronto una orientación crucial de mi existencia como un detalle fútil de mi conducta en un episodio sin importancia. Pero casi no pasa un día sin que, en la mesa, en la cama, por la calle, en la playa, no emita un ronco gemido de arrepentimiento y vergüenza. Es cuando me remuerde el recuerdo de una estupidez fatal, una reacción vulgar, una mentira degradante, una fanfarronada ridícula que cometí hace mucho, hace poco o anteayer”.

Jean-François Revel. Memorias. El ladrón en la casa vacía. Editorial gota a gota, página 13.

20 septiembre 2007

El diseño contra la lectura

En el buzón de casa encuentro un folleto que detalla los actos culturales previstos en mi pueblo hasta navidades. Peleo por enterarme de lo que pone pero, quiá, tampoco es plan dejar la vista en el empeño. Sospecho que nadie pensó seriamente en que pudiera leerse la información. El diseñador, temo que jaleado por los que lo contrataron, ha echado el bofe en virguerías y adornicos y en combinaciones de textos en distintas tintas. Pero el resultado es que su aliento supuestamente creador emborrona las páginas. No hay una normal, todas son desequilibradas, chillonas, mareantes. Peor: aquellas donde se informa de los eventos más importantes son las de lectura más penosa, al menos en castellano –porque en mi pueblo todos, absolutamente todos los anuncios oficiales son bilingües; pero vamos a orillar hoy ese respective-.

Trato a menudo con diseñadores gráficos. Algunos son excelentes, pero abundan los que piensan que cuanto más recargada esté la página, mejor. De modo que se aplican con entusiasmo a colocar, junto a los textos o como fondo de página, iconos más o menos originales, o figuras onduladas e irregulares que, a modo de aguas de diversa intensidad, recuerdan los papeles pintados de pared de hace años, o fotografías en distintos grados de nitidez, o líneas, filetes o dibujos en distintos colores y caprichosas formas. Una ristra de elementos que más de una vez saturan y hasta asfixian la página. En su afán pretendidamente artístico encuentran aliados entusiastas en muchos clientes que participan de idéntica opinión vulgar: que se note que hay un diseñador, que se gane la pasta que cobra, por tanto que la página rezume alegría y mucha frondosidad.

Sé que no son iguales las necesidades expresivas de un libro que las de un folleto publicitario o un cartel. Y que tampoco debe ser similar la disposición gráfica en un cartel que informa de las vacaciones del Inserso que el que avisa de un concierto de rock. Pero en todo caso debería respetarse un principio básico: que el texto aparezca limpio y claro y pueda leerse con comodidad. Muchas veces, sin embargo, el trabajo del diseñador tapa lo escrito, o lo desdibuja hasta tal punto, por mor de su impericia o de su concepción del conjunto, que obstaculiza gravemente su lectura. Hay una desatención hacia el texto, casi un desprecio, como si estuviéramos ante un elemento secundario, una mancha más en una composición que en realidad no habría que leer -desprecio que correlaciona con otros: muchos libros o folletos han costado un congo, por el diseñador, el papel especial, las muchas tintas en la impresión y el encuadernado de lujo, y no resisten una lectura: no sólo es que ésta sea fatigosa, es que nadie ha atendido a la corrección estilística y ortográfica de lo que pone-.

“Complicar es fácil; lo que es muy, muy difícil, es simplificar”, apuntó Bruno Munari. Intentando contar su estilo propio de amar esta máxima, recuerdo haber escuchado, por poner un ejemplo, a Jaume Vallcorba, propietario de la magnífica editorial El Acantilado, una disertación apasionada sobre la elección de los tipos y tamaños de letra para sus libros, de los márgenes de página y los espacios entre líneas, de los papeles apropiados, y de su control casi obsesivo del grado de entintado de la máquina impresora sobre cada clase de papel. Todo ello en pos de que, sin notarse, la legibilidad del texto en sus ediciones fuese máxima, de que el lector se sumergiera en cualquiera de los libros de El Acantilado olvidándose (o sin percatarse) de que se habían tomado previamente varias decisiones que buscaban que la lectura pudiera hacerse atendiendo sólo al texto, sin que la vista hiciese ningún esfuerzo adicional. Pues bien, como resume Lidia Mazzalomo, “un buen diseñador será aquel que interprete el texto del autor y la intención del editor de tal modo que, al traducirlo al lenguaje visual, su intervención pueda pasar inadvertida en el diálogo que se establezca entre el lector y su lectura”. Por favor, diseñadores, no molesten, que quiero enterarme de lo que dice sin echar a perder los ojos.

15 septiembre 2007

Desbarrando en la Diada

Los miércoles compro La Vanguardia. El suplemento Culturas, que viene encartado, incluye casi siempre, dentro de su irregularidad, algún artículo enjundioso. Pero esta semana el día de compra era el 12, y no pude por menos que deglutir además una extensa reseña de la celebración, el día anterior, de la Diada, el día “nacional” de Cataluña. Las celebraciones nacionales, comprobé de nuevo, son ocasión pintiparada para que los políticos disparen toda suerte de exabruptos, exageraciones, misticismos identitarios y baladronadas.

A la inmensa mayoría de los catalanes, que expresan su cabreo en las encuestas pero porque los servicios públicos tienden al desastre, las carnavaladas a destiempo, con todo, les traen al pairo. El ciudadano, reconoce el propio periódico “no se queda el fin de semana lamentándose o mirándose el ombligo, sino que aprovecha cualquier oportunidad para zambullirse en el Mediterráneo previa contratación de un vuelo barato pongamos que a la isla de Malta. Y a las penas, puñaladas”. Pero los políticos a lo suyo, a hinchar la vena y perorar sobre las grandezas y desgracias de la patria.

Y qué patria, válgame dios. El teólogo Jordi Pujol dejó sentado, nada menos, que “Cataluña es una realidad histórica, de materia y espíritu, de cuerpo y alma, de sentimiento e institución (...) que viene de lejos, de algo mucho más profundo”. ¿Cataluña nació entera y perfecta la semana de la creación del mundo? ¿Describe el Génesis este parto? Es lo que tienen los clarividentes nacionalistas, que dictaminan con desenvoltura que la nación lo es (este es tiene más carga metafísica que toda la filosofía de Heidegger) desde el origen, permanece sustancialmente idéntica a sí misma en el presente y así continuará hasta el día del juicio final. A los sujetos individuales, a los míseros cuerpos de los catalanes concretos y perecederos, sólo les queda asimilar esta verdad que mossén Pujol les recuerda y someterse a ella. Espíritu, alma, sentimiento...

El día reclamaba enormidades. No había que pararse en los ancestros. De modo que el sucesor de Pujol, Pascual Maragall, que es nacionalista mucho antes que socialista (¿qué diablos significa el término en estas exhibiciones de quién tiene más grande la identidad?), dobló la apuesta y defendió sin ambages la independencia de Cataluña, con estado y lo que sea menester. Sabíamos que Maragall puede decir una cosa y su contraria en cualquier momento, pero como ahora está, al alimón con Artur Mas, en temporada de defender que el nacionalismo catalán tiene que refundarse y conformar un nuevo partido, más allá de lo que ahora son los socialistas y CIU, pues qué mejor que ir ese día de más nacionalista que nadie y apelar a la necesidad de la rauxa (la desmesura un tanto enloquecida) frente a, dijo don Pascual, “la parsimonia”. Rauxa, y mucha, es la que tiene el ex molt honorable.

Ya puestos, escribe el periodista de La Vanguardia, “Maragall comparó la querella contra Jordi Pujol por el caso Banca Catalana con el asesinato de Ernest Lluch, lo que de hecho supone un reconocimiento de que el intento de juzgar al ex presidente fue una injusticia”. Hombre, no, el periodista yerra: su comparación lo que supone es el reconocimiento de que estamos ante un cretino y un miserable, o tal vez de que van a tener razón quienes dicen que es un dipsómano. Teniendo en cuenta la lozanía del Pujol que escuchaba a su lado este paralelismo, comparar el caso Banca Catalana y el asesinato de Lluch es como equiparar la tragedia irreversible de la muerte con una multa de tráfico.

Mientras, muy cerca, los más brutos del lugar, y tal vez porque les golpeaba el sol de pleno -no como a las primeras figuras, cómodamente a la sombra en la tribuna-, daban un paso adelante en la misma dirección que los ex presidentes. El actor Joel Joan (¿lo recuerdan en Periodistas?) hizo suyas las palabras de Xirinachs, que se declaró “amigo de ETA y de Herri Batasuna”, y dio paso a las palabras de un batasuno que había ido a Barcelona a lo suyo. Y, en otra vuelta de tuerca, independentistas de varios grupos minoritarios, los más plus del hipermeganacionalismo, llamaron “traidores” y abuchearon a los jóvenes de Esquerra Republicana, que por lo visto ya no tienen lo que hay que tener. ¿Alguien da más? El nacionalismo gana, ya ha ganado posiciones tan sólidas que sólo nos queda el pataleo.

10 septiembre 2007

Un robusto sentido de sí mismo

"(Traum) se amaba a sí mismo con un amor apasionado y completamente correspondido".

Vladimir Nabokov. La dádiva. Página 208 de la edición en castellano de Anagrama.

Infantilismo

“Me encantan los osos. Los osos panda, los osos polares, los osos pardos...”, comienza la carta de una lectora en El País de hoy. El propio periódico considera que es la más relevante o llamativa de las que publica. Me encantan... ¿Cómo puede una persona de más de ocho años pensar que le vamos a tomar en serio con ese arranque?

08 septiembre 2007

Funcionarios: en dias como estos

¿Tú sabes algo? Dicen que la van a echar, no se habla de otra cosa. Y ella como si nada, haciendo planes. En el café nos cascamos tres cuartos de hora dale que te pego: me han dicho, yo creo, seguro que no, pues sí que estamos bien, cada vez peor, que se joda el tipejo ese, siempre dando lecciones, parece que han ofrecido el puesto a varios, ese dijo que ni hablar, que él en todo caso quisiera una sinecura, buen sueldo y no más de dos horas al día, pero que chollos así quedan muy pocos hoy en día. Eso es relativo, a nosotras entre recados y cafés y el cumpleaños de cada día con las pastas se nos va la mañana en un voleo. Pues anda que ese otro pájaro, haciendo pasillos y ofreciéndose a todo cristo. Pero ¿tú crees que acabarán largando al que vegeta en canonjías y suministros? No lo sé, no me creo nada, me da igual, total, lo mismo ponen a un cerdo que va de rojeras y tiene carnet de Izquierda Unida pero resulta más trepa, seboso y autoritario. En cuanto llegó el nuevo consejero, y aunque es del partido como todos, dijo: a este y este no quiero ni verlos, que ya sé que son unos maulas que están todo el día viajando e intentando ligar en las reuniones “técnicas” esas que se celebran preferentemente en Canarias o Palma. Pero los tipos no son tontos, tirando de teléfono y de viejas relaciones han conseguido otro chollo. Y el cabrón eterno, qué me dices, pasó unos días horribles porque ya veía aquí a los del tripartito, pero anda ahora exultante, sobrao. Pues a mí me contaban el otro día las administrativas que sueñan con que el jefe vuelva a dar clases, que están hartas de que las trate como a sus chachas. Aunque ya sabes, en el sueldo me engañarán pero en el trabajo no, que no sé qué hago yo aquí perdiendo el tiempo con la de cosas que tengo que hacer en casa. Y como decía Eutimio, no me jodas que soy del partido y ahora mismo llamo a mi amigo, seguro que lo pillo en la sede.

“En España hoy desde luego es práctica rara que a un alto funcionario de nombramiento político se le nombre por su competencia, más bien los criterios básicos son los compromisos y equilibrios políticos, y también las presiones y recomendaciones del candidato y sus amigos. La conveniencia de los gobernados, que depende en primer lugar de la idoneidad del nombrado, es la última de las consideraciones”. (Gabriel Tortella en El País)

03 septiembre 2007

Conservar

1.- Pedro de Miguel murió hace poco. Yo era uno más en el nutrido grupo de fieles de su blog. Casi todos los días este escritor y periodista escribía una entrada, breve pero adornada con un toque sugerente, irónico y sabroso –y eso que su religiosidad militante me pillaba muy lejos-. En febrero falleció José Ramón Urío, amigo que alimentaba otra bitácora. Pensando en los textos de los desaparecidos, que permanecen varados en la red, me asalta la duda del ignorante: ¿cuánto tiempo estarán ahí? ¿Blogger, o Google, que no lo tengo claro, en todo caso el administrador del sitio web, los mantendrá indefinidamente?

2.- Asisto a un curso sobre revistas electrónicas, revistas a disposición de sus suscriptores en internet. La ponente habla de cómo las bibliotecas y otras instituciones, a diferencia de las suscripciones a las revistas editadas en papel, que llegan, se catalogan y quedan disponibles para los interesados, se ven ahora obligadas a pagar, más de una vez, únicamente para que los usuarios puedan consultar -leer en pantalla- artículos sueltos, o para que los impriman, pero sin posibilidad de transferir a los ordenadores del suscriptor el archivo completo de la revista. Estos cambios, en todo caso, y la misma existencia de revistas en internet, están exigiendo a las bibliotecas y centros de documentación nuevas disposiciones y acuerdos sobre la conservación de archivos electrónicos. En tanto esas publicaciones eran en papel no había problema, a lo sumo el del espacio físico disponible. Pero si sólo se compra el derecho a leer, y es la empresa editora la única que retiene todos los archivos, ¿no es lógico sentir una pizca de temor ante la eventualidad de que tales revistas acaben volatilizándose en el espacio virtual si la editorial desaparece o es absorbida por un gran grupo?

3.- Cambio de ordenador. Desde 1987 llevo comprados unos cuantos de estos caros y pronto obsoletos electrodomésticos –compárese la vida media de un ordenador con la de la más sofisticada lavadora doméstica, encima casi siempre más barata-. En los cambios me cuido de conservar lo que albergaba el disco duro, así que tengo, de estos veinte años, archivos en discos de cinco pulgadas y cuarto (aquellos disquetes grandes de plástico flexible), en disquetes de tres y medio, en cedés y en dvd’s. Están en distintos programas, muchos inencontrables hoy y a veces no compatibles (¿quién se acuerda de la serie Asistant de IBM, o del wordstar, o del wordperfect 5.1, o de aquella base de datos tan complicada, DBase?). Total, que la búsqueda y consulta de lo que guardo resulta más ardua que la de papeles. Y en lo que respecta a los correos electrónicos, el esfuerzo de archivarlos es, debido a mi impericia (¿dónde diablos se esconden en el disco duro?), un pequeño tormento. Sí, es verdad, hay gente muy diestra en la informática, y además tan sumamente organizada que estructura carpetas y etiqueta con pulcritud todos los discos de cualquier tamaño y formato. Pero me temo que mis problemas y dificultades de búsqueda y acceso no son tan inhabituales –a lo peor porque formo parte de la penosa cuadrilla de traperos obsesionados por guardar todo, sean átomos o bytes, y padezco ese síndrome de Diógenes virtual del que hablaba el otro día el señor de Passy-.

4.- “Antes, las personas, al morir, dejaban tras de sí un caos de objetos depositados en cajones y armarios. Ahora dejamos, sobre todo, una verdadera herencia electrónica, más amplia, rica y compleja, pero en una sola cosa este nuevo testimonio de nuestro paso por la vida no ha cambiado: es una herencia tan frágil e inestable, si no más, que la anterior” (Pedro Ugarte, este sábado pasado en El País).