10 de septiembre
Ayer cené en casa de una pareja de clase media, de esas que todos los meses ingresan más de cinco mil euros. Hablamos de novelas policiacas, lo cual parece ser ahora sinónimo de novelas de nórdicos. Los anfitriones son personas que están atentas a todas las novedades del género. Pero eso sí: novelas que puedan sacar de la biblioteca cercana a su casa. Porque nunca compran un libro. Todos los leen aprovechando el servicio de préstamo. No es el único caso que conozco, por supuesto. Muchos de mis conocidos se proveen de libros de la misma manera.
A veces, pero no siempre, esas personas se refieren a la falta de espacio en su casa, o, incluso, y eso ya me parece más sorprendente, a lo caros que son los libros. Estamos hablando de personas que visten buena ropa (¡que esa sí que es cara!), que viven en buenas casas, y que te asestan, a la menor, su último viaje a Estambul, Nueva York o Siria. Sé que vivimos en una época que reivindica el gratis total en la cultura, tontería que no comparto si no introducimos distingos de varias clases. Pero, hombre, lo de caro es relativo, ¿no? Al menos para ellos.
Ya sé que no sería nada fácil instrumentarlo, pero creo que el criterio debería ser muy otro: el servicio de préstamo de las bibliotecas deberían poder usarlo casi exclusivamente quienes todos los meses tienen que ajustar al céntimo sus gastos: las personas en paro, los estudiantes, los pobres. Y en todo caso, creo, y muy ocasionalmente, la ínfima minoría de los bibliómanos, aquellos que además de comprar libros sin parar tienen tal necesidad de consultar volúmenes, de probar todos los libros, que también podrían caer en la ruina si no tuvieran esa clase de ayuda para su patología.
Luego, pensando en esos acomodados que consumen sólo libros en préstamo, con lo que obstaculizan el acceso a ellos a quienes de verdad más los necesitan, se me ocurre una explicación adicional. Esas personas pertenecen a la mayoría que nunca lee algo dos veces. C. S. Lewis dice que “el signo inequívoco de que alguien carece de sensibilidad literaria es que, para él, la frase ‘Ya lo he leído’ es un argumento inapelable contra la lectura de un determinado libro”. Para esas personas, sigue Lewis, un libro leído es un libro muerto, “como una cerilla quemada, un billete de tren utilizado o el periódico del dia anterior: ya lo habían usado”.
1 comentario:
Genial lo de C.S. Lewis.
Estos días, pensando en la ley Sinde, caí en el tema de las bibliotecas: ahí también hay un problema de derechos de autor; claro que a otra escala. Sí, creo que hay algo de la "cultura gratis total" en esa actitud de gente con posibles que jamás compra un libro y que quizá jamás pise una librería, pero que los saca de la biblioteca. ¿Estamos enfermos los que nos gusta leer libros que sean nuestros? Creo que en esa actitud hay algo de lo que dice Lewis: me gusta guardar los libros porque con ellos guardo la esperanza de que los volveré a leer, a consultar, algún día. Aunque no haya tiempo, aunque tenga también la certeza de que la mayoría de ellos jamás los volveré a abrir.
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