6 de septiembre
Feria del libro antiguo y de ocasión en San Sebastián. Visito esta feria hace años por estas fechas, y siempre encuentro, a muy buen precio, cosas que no me he decidido a comprar antes, por ejemplo de editoriales tan solventes como Tusquets y Anagrama. Hay además un librero que suele ofrecer, a precios muy bajos, gran parte de lo que ha publicado el Círculo de Lectores en los últimos tiempos. Hoy, entre otras cosas, compro por nueve euros el primer volumen de la edición del Círculo de las obras completas de Vargas Llosa, con los relatos de Los jefes, las novelas La ciudad y los perros y La casa verde, el extraordinario Los cachorros, y una conferencia sabrosísima, Historia secreta de una novela. En el catálogo del Círculo yo sabía que se vende a 45 euros. Por supuesto, ya tengo en varias ediciones todos esos libros, pero por nueve euros no me podía resistir.
Veo también que por cinco euros puedo llevarme la última novela de Tomas Pynchon, Contraluz. Lástima, la compré precisamente el mes pasado en el Círculo por treinta. Y eso que es un libro que intimida. Más de mil páginas que exigen, seguro, una ardua y morosa lectura. Necesitaré mucha calma y tiempo para poder hincarle el diente a Pynchon. Algo imposible de encontrar con la vida que llevo, o que llevamos. ¿Cuándo podré leerlo?
En el prólogo del volumen que he comprado de Vargas Llosa (¡ay, qué maravillosa claridad y elegancia en su exposición!) me sorprende encontrar una reticencia del autor, varias veces expresada, hacia su segunda novela, La casa verde. Vargas Llosa, que se recuerda muy distinto en los ya lejanos años sesenta, cree que complicó demasiado esta novela, atraído por el experimentalismo formal. Ese riesgo, desde luego, lo salvó muy bien conforme fue haciéndose mayor, y desapareció del todo hace muchos años. El problema para mí es que hace muchos años que sus libros no tienen interés, y cada vez se leen peor. ¿Desde cuándo no he disfrutado de verdad con una novela de Vargas Llosa? Me parece que desde Historia de Mayta, hace 25 años. Ah, sí, me interesaron mucho sus memorias, El pez en el agua. Pero novelas… Por ejemplo, no entiendo la veneración casi general por La fiesta del chivo. No quiero ir de raro, pero es que me aburrí tanto, me pareció tan previsible… Ni una sola página me invitaba a avanzar.
PD. Hoy, cuando estoy a punto de entregar estas notas (comienzos de octubre), han concedido a Vargas Llosa el premio Nobel. Me parece justo. Acabo de leer a Javier Cercas, y dice algo que comparto sin reservas: cuando uno ha escrito tres novelas como La ciudad y los perros, La casa verde y Conversación en la Catedral, ya se ha ganado ese premio. Da igual lo que escriba después, su aportación ya le hace merecedor del Nobel y de los premios que haga falta. Y, por supuesto, para concederle un premio que se supone que es literario, debería dar igual lo que opina sobre el comunismo o el liberalismo, o si cambia de opiniones políticas a lo largo de su vida. Todo eso son, en estos momentos, banalidades.
Justo hoy, también, leo en el blog de Alberto Olmos, Hikikomori, algo que relaciono inmediatamente con Vargas Llosa. A Olmos lo acaban de incluir, los de la revista Granta, en la lista de los veinticinco escritores en castellano menores de 35 años más prometedores. Y reflexionando sobre su edad, la ambición inmensa que puso en sus primeros esfuerzos literarios, y lo que supone la ambición en la literatura, dice: “Dudo mucho de que los autores mejoren con los años; estoy seguro de que empeoran. Los que ya hemos publicado cinco novelas o más nos damos cuenta de que no teníamos tantas cosas que decir, y de que cada día hay menos ilusión por decirlas. De principiante, uno no piensa más que en partir la historia de la literatura en dos; no tiene que atender a minucias como qué editorial publica o quién escribe o qué críticos critican. Se escribe a lo grande, de pequeño. Pero después va dando la impresión de que no merece la pena, al menos no merece la pena el derrame cerebral, el despellejamiento del alma, el darlo todo a un papel en blanco. Vivir es bello a veces, como dice Francisco Brines. Escribir bien no es bello nunca; es dolor. Y uno a veces quiere dejar de hacerse daño”. Vargas Llosa creo que hace años que quiso dejar de hacerse daño, aunque, por lo que dicen, sí mantuvo un régimen de trabajo espartano.
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