06 diciembre 2010

Sherlock Holmes y nosotros

Ayer vi por enésima vez La vida privada de Sherlock Holmes, de Billy Wilder. Una de las cadenas surgidas con la TDT, laSexta Tres, nos regala cada noche películas valiosas, la mayoría de los años setenta. Y ayer tocaba esta maravilla de Wilder, de la que él abomina porque los productores se la destrozaron en el montaje final. Pero lo que podemos ver es oro puro, hasta el punto de que cabe pensar a qué alturas hubiera llegado el film si no llega a ser por los cortes que le infligieron.

Me interesa comentar sólo uno de los aspectos de esta película tan deliciosamente inglesa. Hay en ella una entrada en acción encantadora, la descripción inicial de las rutinas de los protagonistas. Esas rutinas, que tanto ayudan a vivir, especialmente en la edad adulta. Y hay en esas conductas una ilustración primera de la discreción en el trato humano, de la contención, del pudor. Holmes y Watson viven instalados en unas sólidas costumbres, muy bien cuidados por la señora Hudson. Representan la normalidad burguesa, respetable, urbana, cómoda, educada, irónica (Holmes, no Watson, que no se entera de nada o casi nada; su presencia, especular, es la modesta del testigo lerdo, siempre razonable y convencional).

Pero esa superficie de su vida y conducta esconde furores y carencias que la entrada en acción de la supuesta viuda belga permitirá aflorar con violencia. Todo el andamiaje de la personalidad de Holmes, en especial su misoginia, la seguridad arrogante que posee en sus inmensos poderes deductivos, y su autosuficiencia sentimental, sufrirán una brutal acometida. El Holmes del final ha sido derrotado en todos los sentidos, da igual que el caso haya quedado resuelto.

Por eso es tan ilustrativa la última escena. El recurso a la cocaína, que ya es muy revelador, en épocas de calma, de hasta qué punto la normalidad es precaria y epidérmica, es mucho más necesario en Holmes cuando ciertas pasiones han tambaleado los cimientos de su personalidad. No hace falta hablar con claridad, no hay que dar muchas explicaciones. Pero hasta Watson entiende, casi sin palabras, que las soluciones habituales no valen en ciertos momentos. La vida oculta es muy poderosa, y sus ansias y dolores reclaman paliativos más potentes. Un final perturbador, y muy poco edificante, para una lección sobre la vida. La de Sherlock Holmes, pero también la de todos nosotros.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Después de charlar sobre ella, vimos la película y ciertamente deja un poso amargo. Dos inteligencias brillantes no encuentran otra forma de estar juntas que pelear entre sí. Parece quedar claro que de ninguna manera pueden establecer otra relación que no sea la de triunfar una sobre la otra.
Lo que no puede pasar es que unos y otros puedan ofrecerse y disfrutarse.
Ha de quedar clara la diferencia, ha de perseguirse la victoria. Nadie puede ceder aunque el triunfo solo permita la soledad y la frustración que conlleva.
Creo que al orgullo personal, en más de una ocasión, le viene bien llevarse un montón de guantazos. Igual la vida resulta menos !heroica¡, pero es mas habitable.
Se lo tendremos que comentar a Sherlok en cuanto lo veamos.
El peri