Conozco a Manuel Bear hace bastantes años. No me atrevo a proclamarme amigo suyo, porque igual él lo considera una presunción o un equívoco. No conviene dar por hecho lo que nunca se ha hablado con claridad, y ya se sabe que los hombres gastamos un borroso pudor sobre estos asuntos. Pero sí puedo asegurar que le tengo en gran aprecio, y que he disfrutado muchas veces de su compañía y de su inteligencia, punzante e irónica como pocas.
Adicto a la prensa como soy, Manolo ya me pareció un excelente periodista cuando comencé a leerlo hace muchos años, y lo seguí en sus diversas etapas en los medios navarros en que trabajó. Pero siempre he pensado que, más allá del ejercicio del periodismo y de sus servidumbres y mangancias, en Manolo hay un excelente escritor. Recuerdo muy bien algunos sueltos en el Diario de Navarra en los ochenta, y sobre todo admiré en los noventa muchos de los breves que publicaba en el Diario de Noticias, así como algunas columnas perfectamente construidas en su breve paso posterior por El Correo. En todos esos textos refulgía, muchas veces a enorme altura, y a despecho de sus pocas líneas, el filo de una visión a veces soliviantada, otras ácida, o compasiva, o hilarante, perfectamente armada a partir de un hecho mínimo, de una metáfora bien desplegada, de una frase de algún protagonista de la actualidad. Manolo mostró entonces sus mejores artes de escritor de prensa, las propias de quien posee, sin un gramo de grasa retórica, una mirada culta, libre y acerada sobre la vida pública de esta comunidad.
Ahora Manuel Bear ha dado a la luz una magnífica síntesis sobre el mundo de la brujería, dentro de la colección que, con el expresivo subtítulo de ¡Vaya timo! -toda una declaración de principios- lleva años poniendo en las librerías la editorial Laetoli. Como advierte Manolo desde el principio, no es un libro destinado a “disuadir a nadie sobre la inconveniencia de creer” en las brujas. No, el autor sabe que hay mucha gente que tiene una relación muy problemática con la razón y el sentido de la realidad, y que las brujas son “uno de los frutos más tenaces de la imaginación”. Por eso, y más allá de convencer o no, lo que pretende en este libro es servirse de la bibliografía más solvente para trazar un panorama del origen y desarrollo de la creencia en las brujas y de la muy problemática entidad de éstas, y, al mismo tiempo, contarnos las reacciones que tal creencia provocó durante varios siglos, en especial en los poderes civiles y religiosos.
Manolo Bear no se empeña en disuadir a los que creen que las brujas vuelan, organizan akelarres y tienen poderes mágicos. Pero eso no significa ni de lejos que su punto de vista, por informado y serio que sea, acabe resultando blando, falsamente tolerante, ubicado en la equidistancia más o menos comprensiva con esas creencias, y por tanto también con las percepciones extrasensoriales, las capacidades de las echadoras de cartas o las videntes, u otras diversiones de ese jaez. Nada de eso. El libro está trufado, aquí y allí, de alfilerazos jocosos, de sarcamos muy divertidos, de sentencias fulminantes sobre este universo de fantasías. Como dice el autor, “La brujería y las artes asociadas son un diálogo equívoco y fugaz entre dos individuos que no se conocen a sí mismos, no se conocen entre sí y no conocen la materia de la que están hablando, porque de otro modo no sería un saber oculto el negocio que los ocupa”. Menos mal que esa “impostura participada” es, al menos en nuestros días, un “juego consentido, aunque no siempre inocuo”.
Pero el fenómeno de las brujas no puede despacharse sólo con ironía, o con una colección de escépticas andanadas. Ya digo que eso es más fácil hoy, porque la experiencia de tratos con las brujas modernas tiene un campo de juego bien delimitado e incruento. Vivimos un tiempo en que “la credulidad de los usuarios tiene por lo general un límite de seguridad al que se llega pronto. Nadie arriesga nada de valor por lo que le diga una pitonisa”. Sin embargo, durante siglos las cosas estuvieron teñidas de colores mucho más oscuros. Porque la supuesta realidad de las brujas fue un arquetipo misógino, muy misógino, que sirvió como coartada, en la Edad Moderna, para “un gigantesco ajuste de cuentas de los poderes civil y eclesiástico con las sociedades tradicionales”, el cual condujo a la persecución sobre todo de mujeres que, torturadas salvajemente, inventaban cualquier cosa.
Esa “caza de brujas” estuvo asociada a otros muchos factores, por ejemplo a las delaciones fantasiosas a las que el poder civil y religioso dio crédito -aun siendo con frecuencia obra ¡de niños de ocho o nueve años!-, o a los odios y venganzas vecinales como motor de denuncias y procesos, o a la histeria popular o de los poderosos ante epidemias, cambios sociales o disidencias o “herejías” religiosas, o a la activación del mecanismo del chivo expiatorio, con la iglesia haciendo desempeñar al invento del “Diablo” un papel de motor de muchos rituales, confesados por las pobres “brujas” mientras sufrían tormento… Ahí tenemos algunas de las razones que explican las torturas, condenas y hogueras en que se vio envuelta Europa durante demasiado tiempo. Esa parte de la historia está narrada, en el libro de Manolo Bear, lógicamente con acentos más graves.
En comparación con esos siglos de delaciones, procesos disparatados y violencia planificada y brutal, los siglos XIX y XX han tenido un tono inofensivo. Manolo explica muy bien la relevancia de los folcloristas y antropólogos en la adquisición de “respetabilidad” y “credibilidad” de las brujas, y se detiene con viveza y humor en algunos personajes importantes en los ritos brujeriles de estos siglos, y en las variantes más modernas del fenómeno. “La magia moderna siempre termina en un grupo de individuos ataviados con mallas de danza o en cueros que se contorsionan y recitan mantras para captar y conducir la energía, como si formaran un parque eólico viviente. Es una magia ensimismada y abstracta, con rasgos de club social y de programa de autoayuda”, resume casi al fin.
Me he reído no pocas veces con este libro, me ha hecho pensar, me ha recordado cosas que me interesaron en otro tiempo, y más de una vez me ha llenado de melancolía. Contiene el resumen de algunos episodios señeros de la historia universal de la infamia, y por otro lado, por el lado de los adeptos a esas creencias, nos recuerda que la racionalidad crítica y desprejuiciada no ha cautivado nunca a demasiada gente. Si todo eso está contado con la gracia, agilidad y elegancia que Manolo Bear despliega, qué más se puede pedir. Admirable libro, de verdad, quién escribiera así.
1 comentario:
Que Manolo Bear no haya dejado de escribir, ya es en si misma una magnífica noticia.
A mi también me gustaban muhísimo sus artículos.
No todo lo que pasa es malo, gracias por seguir.
El peri
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