25 diciembre 2010

Es de libro. Un diario (VII)

16 de septiembre

En el trabajo hemos tenido un lío de esos que se producen de vez en cuando. Un libro ha salido mal, y la culpa del desaguisado no está clara. Puede ser de quien lo compuso, de quien lo imprimió, de quien hizo de coordinador editorial en nuestra propia oficina, o puede ser que las culpas estén repartidas entre todas las partes. Como a lo peor hay que repetir la impresión, y es un libro caro, quiero hablar con todos antes de decidir nada. Eso me empuja a algo que me gusta, aunque no lo hago con la frecuencia debida: visitar la imprenta. Es una imprenta grande, con maquinaria muy sofisticada. Tratamos el problema que me ha traído, y luego, ya más relajados, la situación del sector. Entre recuerdos, algunas noticias más o menos chismosas sobre gente del oficio y algunas risas, los de la imprenta se lamentan, con datos apabullantes, de la crisis, y de cómo ha golpeado a todo el sector de las artes gráficas. Hablamos de personas que conozco, que son muy buenas en lo suyo pero han caído en el paro más negro, y ya no encontrarán otro trabajo. Vuelvo a la oficina con el ánimo sombrío. Y recuerdo un hombre que conocí cuando yo empezaba, un verdadero experto, en tiempos, en la linotipia, y luego, cuando éstas desaparecieron, en la fotocomposición. Un corrector formidable, además. Un día, tras una crisis anterior, que dejó las empresas de composición reducidas a la mínima expresión, me lo encontré cortando entradas en la puerta de los cines Carlos III. Nos sonreímos incómodamente, y no dijimos nada.

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