En muy pocos días, la revista TK, que editan los bibliotecarios (y bibliotecarias, claro, que son mayoría) de Navarra va a publicar un pequeño diario que fui escribiendo entre junio y octubre. La idea, como cuento allí, surgió leyendo con gran placer un diario del escritor argentino Rodrigo Fresán. En ese rato de lectura se me ocurrió ir pergeñando uno yo, que recogiese historias mínimas de un bibliómano, de un hombre que vive en parte alrededor de los libros, que lee los que puede (siempre muy pocos, poquísimos, por definición), y que además trabaja haciendo libros, más exactamente moviendo todos los hilos para lograr que los libros de otros salgan bien hechos, aunque no acaba de considerarse exactamente un editor.
En este blog voy a publicar algunas de las entradas del diario. Y además intercalaré, cuando me apetezca, entradas nuevas escritas en los últimos meses, después de que entregara a los amigos de TK este Es de libro.
30 de junio
Algo cada vez más difícil de alcanzar en mi propia ciudad: el gusto de estar en una librería sin hablar con nadie, sin topar con conocidos, sin verme obligado a saludar. Ser invisible, totalmente ignorado, desconocido. No tener que mantener conversaciones con los libreros, o con amigos que me distraen de lo que quiero: vagabundear, tal vez comprar, dudar, volver sobre mis pasos, ojear y hojear las novedades, o irme sin comprar nada. La libertad asociada al anonimato.
4 de julio
Necesito poseer los libros, comprarlos, que sean míos, leerlos o reelerlos cuando quiera. Me gusta comprarlos, disfruto mucho en la operación demorada en la librería, pero tal vez no leerlos hasta años después, o comprar incluso por si acaso, o comprar algunos que me interesan dudosamente.
Tengo una amiga, sin embargo, que no tiene ningún sentido posesivo, ningún afán de conservación. Compra libros, los lee —o los abandona si le aburren—, y luego me los revende, a un precio que solemos regatear, en un juego divertido. Así me hice anteayer con el Diario del hombre pálido, de Juan Gracia Armendáriz, que tenía intención de comprar pero se me había ido quedando atrás en mis rastreos por las librerías. Bendito negocio he hecho. Es un texto lleno de sabiduría en su composición, el libro de un escritor que encuentra el tono más ajustado para contarnos su pelea de hombre enfermo que quiere ser más, mucho más que un hombre enfermo, que vive como puede, ama, hace deporte, lee y escribe, y convive con otros enfermos en sesiones de diálisis contadas maravillosamente. Un hombre que a veces se desespera un poco por las limitaciones que padece, pero casi siempre conserva la esperanza. Juan, al que conozco un poco y con el que he disfrutado algunas conversaciones sobre las lecturas de cada quien, ha conseguido no sólo su mejor libro hasta ahora, sino un libro mayor. Su lectura me ha hecho pasar un fin de semana perfecto, y me alegro de que esté teniendo una notable repercusión. Recuerdo, por ejemplo, entre las muchas referencias al libro que han ido apareciendo en suplementos, periódicos y otros medios, un magnífico y extenso post de Vicente Verdú, que vio una entrevista a Juan en CNN+ y se quedó impresionado. Este libro se merece una legión de lectores.
1 comentario:
Querido editor:
Llego con retraso y alborozo a este aviso tuyo y a las primeras entradas. Devoré el sábado "Diario del hombre pálido" por insistente recomendación de Eduardo Laporte. Te contaré cómo fui a comprarlo. Ya dice el autor –con mejores palabras- que la literatura está llena de presagios.
En cuanto a la soledad: Stendhal y sus amigos se colocaban un alfiler en la solapa cuando no querían ser interrumpidos en la contemplación de los monumentos romanos. Un dispensador de pegatinas a la puerta de las librerías puede ser una solución.
Saludos,
M.
Publicar un comentario