23 abril 2007

Asignatura pendiente

Treinta años del estreno de Asignatura pendiente, la primera y muy exitosa película de José Luis Garci. A estas alturas, parece mentira que nos gustara tanto a tanta gente. Eso da la medida del profundo trastorno que el franquismo había causado en nuestras mentes. Como escribe Rodríguez Marchante en el ABC, España estaba entonces “todavía colgada psicológica y, tal vez, físicamente del gancho de años y años de dictadura”. Ahí tiene que estar la raíz del desvarío.

Lo más sorprendente –y lo que más mortifica- es que no éramos unos recién llegados al cine. Aun limitados por la burricie censoril franquista, habíamos visto lo mejor de la producción americana de los años treinta, cuarenta y cincuenta (John Ford, Billy Wilder, no sé, un buen puñado de obras excelsas), y encima, incluso en una diminuta y levítica ciudad como la Pamplona de los años setenta, llevábamos encima una buena tacada de, por ejemplo, películas checas, rusas, polacas, suecas, alemanas y francesas, y en versión original, gracias al Cine Club Lux o a las salas Rex, Xavier o Juventud. Pero salía Fiorella Faltoyano enseñando los pechos, o un desconocido Héctor Alterio en la cárcel y con jersey, en un trasunto obvio del valeroso Marcelino Camacho, o José Sacristán discurseando sobre cómo en el franquismo las gentes como él habían llegado tarde a la política, al amor, al sexo, a la libertad, y nos emocionábamos hasta la enajenación.

No entendíamos –algunos simplemente perdonaban por lo excepcional del momento- que Garci nos estaba vendiendo un acercamiento tosco, blando y dulzón a la cruel realidad, un acercamiento enfermo de hinchazón verbal en el cual, gracias por ejemplo al uso estratégico de la música (esa Luna de miel que cantaba Gloria Lasso), se extendía una auténtica infección sentimentaloide. Recuerdo haber leído una crítica de John Berger al uso de la música en La lista de Schindler. La hermosura de la melodía, decía Berger, está de más en la película, se da de bruces con la terrible sordidez de lo narrado y lo edulcora letalmente. Mutatis mutandis, y salvando las enormes diferencias entre ambas obras, creo que algo de eso sucedía en Asignatura pendiente.

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