02 noviembre 2010

De cine

El viernes fui al cine. Eso, a estas alturas de mi vida, resulta excepcional. Durante muchos años rara era la semana en que no veía en salas cuatro películas o más, aparte de las que la televisión nos iba dando. Pero las costumbres de muchos espectadores me han ido incomodando de forma creciente, y hoy es el día en que soporto muy mal tener cerca en una película a casi todo el mundo.

Otros cambios se han producido en mí. El cine, una pasión de juventud, escribió un escritor francés, y ya conté en este mismo blog cómo lo fue en mi vida hace tiempo. Ahora veo cine en casa (tampoco demasiado), que elijo cuidadosamente, porque mi campo de intereses en este ámbito (no en otros, por suerte) se ha ido estrechando, e incluso ya no soporto ciertos temas, al margen de cómo estén tratados.

El viernes estábamos dos personas en la sala 1 de los Golem Bayona, la más grande, la misma que he visto mil veces llena desde los primeros ochenta. Está claro que hoy consumimos imágenes en otras pantallas. Sintomáticamente, vi La red social, la película que cuenta algunas querellas que surgieron con la creación de Facebook por Mark Zuckerberg. Yo no sé si es una gran película, pero viéndola pasé un rato fantástico, sumergido y absorto en la historia como en los viejos tiempos. No creo que haya que saber casi nada de lo que es Facebook para disfrutar esta historia de ambición, resentimiento, poder, egotismo y crueldad. El guionista, el gran Aaron Sorkin, utiliza asimismo en su guión un subgénero americano que me fascina: el cine de pleitos, abogados y juicios, servido mediante unos diálogos vibrantes.

Por la noche, todavía eufórico con la película, estuve más de dos horas en internet, buscando datos y críticas sobre ella. Dos horas leyendo, podríamos decir. Pero yo sé que sólo surfeé por la información y los análisis, que me perdí por mil ramales, que leí muchas cosas en diagonal, que mi atención fue todo ese tiempo débil y muy, muy dispersa.

Ese rato antes lo hubiera dedicado a leer un libro. Al día siguiente, en Babelia, leí una entrevista con Nick Hornby en la que, además de señalar algo ya tan obvio como que con internet “nos relacionamos de manera diferente y modificamos nuestro consumo de bienes culturales”, reconocía que “la Red distrae más a los escritores”. ¡Pues no digo nada a los que no somos escritores!

2 comentarios:

Passy dijo...

Dentro del subgénero en cuestión, hay otro que aquí se usa muy bien: las pruebas practicadas fuera de los tribunales y que después se aportan al procedimiento. los interrogatorios se llevan a cabo en los despachos de los abogados y esto permite que el juego del guión sea distinto.

La sala de un juzgado siempre da para mucho pero aquí, la mesa de la sala de juntas, con todos los litigantes, sus abogados y la taquimeca forman un hermoso espectáculo.

la breve conversación a solas entre la secretaria y el protagonista no tiene desperdicio.

Saludos,

ayacam dijo...

Sí, es cierto lo que señalas. Yo hablaba del género de los juicios en general, pero en el caso de esta película no se llega a juicio, puesto que todo se resuelve previamente, en los despachos de los abogados. Pero me parece que es una variante de lo mismo, al menos para mí, ya que lo que me interesa es la tensión verbal entre los contendientes, esos diálogos que en el ámbito de un pleito, o de un juicio, alcanzan, en el buen cine americano, un ritmo, un juego dialéctico cautivador. Lo que sucede es que la brillantez en los diálogos se produce en esta película en casi todas sus escenas. La que tú señalas es soberbia, pero otras (por ejemplo la primera) también lo son.
Saludos, señor de Passy