Un escritor, digamos que de “Euskal Herria”, escribe un libro a lo largo de varios años. Cuando lo acaba se pone en contacto con una editorial afín a sus planteamientos nacionalistas vascos. El texto termina publicándose, y en esa parroquia tiene éxito y se vende. Pero, ay, empieza a correr entre algunos lectores, esos que sólo quieren reafirmar sus ensueños historicistas, la creencia de que la historia, aunque hayan pasado un montón de siglos de lo contado, genera derechos, deudas y legitimidades de obligada aceptación hoy por nosotros, empieza a correr, digo, un runrún de reserva o franco desagrado.
Y es que en el libro aparece una afirmación que los ortodoxos no comparten, que choca con uno de los dogmas que el nacionalismo vasco sostiene día sí día también. A alguien de la editorial se le escapó en la primera edición, o no le gustó pero la dejó pasar; pero cuando toca reimprimir el volumen, los amos del sello, presionados por algunos duros, reclaman al autor que la elimine, o que reescriba esa parte para dasactivarla. El autor le da vueltas a la petición, y les comunica que no, que no hay nada que cambiar, que él está convencido de lo que escribió y que puede sostener cualquier debate público sobre ello.
Pero la editorial decide actuar por su cuenta y el libro llega de nuevo a las librerías tras un trabajito de maquillaje, es decir, con la manipulación radical del sentido de lo que dijo el autor en ese punto. Se han pasado por el forro lo que él escribió. Así, por las bravas, contra su petición expresa y escrita de que no se tocara su texto. ¿Qué hacer? El autor está pensando medidas para denunciar este delito contra la propiedad intelectual. Entretanto, y aunque dispongo de todos los datos y nombres, debo guardar la reserva que me ha pedido y no darlos, al menos por el momento.
El responsable de la editorial ha publicado más de una vez en los periódicos artículos y cartas en los que, siempre en un tono muy agresivo, denunciaba ataques a la libertad de expresión, y también, por supuesto, las manipulaciones de la historia supuestamente cometidas por todos los historiadores “españolistas”. Ahora vemos (y no es la primera vez, recuerdo otros casos que ahora no debo citar) que sus biliosas arremetidas, llenas de grandilocuencia y repugnante (por supuesta) superioridad moral, eran instrumentales, un recurso retórico falso y oportunista. En fin, ya sabíamos que eran así. Pero de vez en cuando viene bien refrescar lo sabido.
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