La editorial Oberon, del potente Grupo Anaya, ha publicado un nuevo libro de Angelita Alfaro, Cocina para torpes. Es una edición muy cuidada, llena de dibujos de Forges, que contiene 155 recetas de Angelita agrupadas en ocho apartados: ensaladas y entrantes; sopas, cremas y patatas; arroces, pasta y huevos; legumbres y verduras; pescados; carnes; postres; salsas. El libro se presentará en Pamplona el próximo viernes 19 de noviembre, y supongo que para entonces ya estará a la venta.
Conocí a Angelita hace dos años, cuando comenzamos a preparar uno de sus libros, Sabores y emociones. Verduras de Navarra. Desde entonces hemos tenido una relación muy intensa, cercana, llena de largas conversaciones. Hay veces que hacer un libro ayuda a esto, porque en el proceso se empieza un poco a tientas y hay que hablar de muchos detalles, hay que mirar muchas pruebas, hay que dudar y corregir más de un texto... Además, para un editor, es fundamental ponerse al servicio de los autores, y eso supone atenderles a veces en asuntos ajenos propiamente al trabajo editorial. Al final, si la historia acaba bien, hay que compartir la alegría, y todo lo que implica la promoción del volumen (lo más incordioso, al menos para mí). Creo que la historia del libro de las verduras salió bien, y eso reforzó nuestro entendimiento.
De Angelita admiro sobre todo dos rasgos. De una parte, su capacidad de trabajo, una dedicación y diligencia formidables que le hacen estar siempre dispuesta a cualquier esfuerzo. De otra, su generosidad. Pocas, poquísimas personas he conocido tan pródigas como Angelita. Con su tiempo, con su saber culinario y, muy en particular, con todo lo que es capaz de preparar en su pequeña cocina, que es eso, todo. No hay guiso que se le resista a Angelita. Esta mujer, para los que nos gusta comer, tiene un peligro tremendo, porque es capaz de obsequiarte con cualquier clase de ricas viandas. Su generosidad, en este sentido tan concreto y material, es apabullante.
Angelita me pidió que le escribiera un prólogo para esta Cocina para torpes, su decimocuarto libro, si no me equivoco. Y este verano lo hice encantado. Aquí está.
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Angelita Alfaro no para. Y qué suerte tenemos todos los que la queremos y admiramos de que así sea. Y también, claro, quienes sin conocerla disfrutan y aprovechan sus libros. Angelita no sabe lo que es caer en la pereza, posponer, aplazar, dar largas, dejar para mañana lo que puede hacer hoy. Se levanta muy temprano, después de poco dormir y mucho cavilar, y se pone manos a la obra en su cocina. Durante la noche se le han podido ocurrir unas cuantas variantes en una receta, o ha pensado en combinaciones que alguien le ha propuesto y que ella adaptará a sus saberes, o ha resuelto el enigma del guiso que ayer no acabó de convencerla, o ha recordado qué ingredientes debe comprar con urgencia y quién se los puede servir.
Y ahí la tenemos, desde muy de mañana, horas y horas cortando, limpiando verduras o lo que sea, pelando, atendiendo a los fuegos, probando, definiendo platos, hasta que la receta alcanza su exacta proporción. Incansable, la cocina de Angelita, ese pequeño habitáculo de su casa, se convierte en un laboratorio de altos vuelos donde se define esa cocina de Angelita que tan justa fama le ha dado desde que tituló así su primer libro, y que después, sin prisa pero sin pausa, ha diseminado en volúmenes de indiscutible éxito —no digo cuántos libros lleva publicados Angelita, y eso que son ya un buen puñado, porque no tiene ninguna intención de descansar y la cifra pronto se quedaría antigua, y además los títulos agotados se van reeditando con cambios y adiciones—.
Luego viene la generosidad. Poquísimas personas he conocido a las que, como a Angelita, retraten de modo tan justo las cuatro definiciones que de la generosidad alumbra el diccionario: inclinación o propensión del ánimo a anteponer el decoro a la utilidad y al interés; largueza, liberalidad; valor y esfuerzo en las empresas arduas; nobleza heredada de los mayores. Mucho podríamos hablar sobre el decoro de Angelita, siempre más allá del interés. O de cómo su vida es una hermosa lección de valor y esfuerzo para superar las dificultades tan espinosas que se ha ido encontrando desde su infancia. O de la emoción con que Angelita pone siempre a su madre como ejemplo y faro de su acción vital. Les aseguro que de todas estas acepciones de la generosidad Angelita es una muestra señera.
Pero es la de largueza y liberalidad la que me interesa resaltar ahora. Angelita no sólo cocina y depura recetas constantemente: es que lo hace para su familia, pero también para sus muchos amigos y conocidos, para toda la gente que le rodea y admira. Angelita se desvive por cualquiera. A todos invita sin cesar, con todos comparte sus avances, a todos aconseja e informa sin reservas ni mezquindades. Todos, gracias a la generosidad de nuestra cocinera, degustan sus platos, los más sencillos y los más complejos. Y esos círculos de personas le sirven, por mor de esa liberalidad tan derramada, como banco de pruebas de las fórmulas que, cada cierto tiempo, depuradas y pasadas a limpio, ofrece para enseñarnos cómo hacer que la comida sea un goce variado, sencillo y estimulante.
Los libros de Angelita Alfaro nunca dan miedo. He visto y leído bastantes compendios de recetas, e incluso me ha tocado editar alguno de chefs rutilantes. Es más, los hay de bellísima factura. Pero asustan un poco. Contienen recetas imposibles para el gran público, para las personas normales y corrientes que quieren comer cada día mejor y más sano, y que por eso mismo se atreven a probar nuevas propuestas. Eso sí: dentro de un orden y unos límites. Hablo de esa gente que ni tiene aparatos sofisticados ni tiempo para investigar, y, la verdad, tampoco un afán temerario de ensayar mezclas violentas, tan chocantes que se corra el riesgo de una estridente rebelión del paladar. Esos volúmenes se le aparecen al lector con ofertas tan laboriosas o difíciles o chocantes que éste, frustrado, los hojea un rato, como espectador lejano, y acaba arrumbándolos en el estante más inaccesible.
No, las recetas de Angelita no provocan temor ni frustración. Lo que no obsta para que en ellas se encuentre, con frecuencia, su punto de innovación y atrevimiento. Porque Angelita ejemplifica y reúne muy bien las dos vertientes de la gastronomía, la popular y la refinada. Sus libros, y este que presento por supuesto también, incluyen platos básicos (aunque siempre con un toque propio, un ingrediente, una preparación, una salsa, algo) y otros más elaborados, en los que Angelita muestra resultados más altos. Pero siempre son platos que el lector puede atreverse a hacer, nunca inalcanzables por su dificultad. Y es que Angelita está convencida de que los torpes a los que apela el título de este libro no tienen por qué serlo siempre: pueden aprender, avanzar y adentrarse, poco a poco, en territorios gastronómicos menos básicos.
Qué bien nos viene que Angelita no pare. Qué útil resulta para todos sus lectores que sea incansable en su cocina, que esté abierta a muchas influencias, que pregunte, que escuche, que plasme día a día sus esfuerzos sobre el papel. Y que nunca tenga desmayo en su generosidad. Así acaban llegando los resultados: libros como éste, tan práctico, tan necesario, tan bien “cocinado” por ella.
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