Una tarjeta anuncia un congreso: advierto con sorpresa que lo orgamiza el Gobierno de Navarra. Hace poco otro envento contaba, según un lujoso tríptico, «con el patocinio» de una gran empresa. Una conferencia en la universidad versa acerca de la Contitución española: debe de ser la que quedará, un poco más enteca, tras los nuevos estatutos de autonomía. Y un libro reciente estudia «La aventura del movimietno». Mucho riesgo veo en tal singladura. Menos mal que el subtítulo me tranquiliza: «El desarrollo piscomotor de 0 a 6 años»; entiendo: lo piscomotor está en boga.
«¡Las erratas son las últimas que abandonan el barco!», dijo cierta día, desesperado, Manuel Seco. Para los que trabajamos vigilando libros y folletos el temor a ellas es constante y causa de no pocas mortificaciones. Un impreso puede estropearse por muchos motivos y en cualquier momento de la producción, pero las erratas delatan siempre una inadvertencia, un descuido, un lamparón que acusa al editor. He tenido algo que ver con las que he citado, tontas y desalentadoras; al verlas, definitivas, no brota más que la rabia culpable.
Pero hay erratas con galanura, jocosas a fuer de disparatadas. Hipólito Escolar, fundador de la editorial Gredos, recuerda en sus memorias que en un célebre soneto anónimo el primer verso ganó en contundencia con el desliz: «No me mueve ni Dios para quererte». Y el título del primer capítulo de la obra de Bousoño «Teoría de la expresión poética» adquirió con el concurso del error un significado distinto e intenso: «La poseía como comunicación».
En fin, José Esteban, en su entretenido «Vituperio (y algún elogio) de la errata», cuenta la equívoca dedicatoria que un escritor padeció: «Dedico estos artículos a la Condesa de..., cuyo exquisito busto conocemos bien todos sus amigos». ¿Sería el exquisito gusto que justificaba la dedicatoria original una forma desviada de nombrar lo que le importaba de verdad?
Claro que a un artículo de Antonio Machado el error del linotipista le hizo ganar un sentido con frecuencia muy exacto: «Por ello he dicho siempre a los jóvenes: adelante con vuestra jumentud».
1 comentario:
¿Es verdad, Sr. Pita, que la editorial Fondo de Cultura Económica se iba a llamar Fondo de Cultura Ecuménica y que por culpa de una errata se quedó para siempre así, con un fondo que contradice felizmente al nombre de una de las más importantes editoriales sudamericanas?
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