Vuelvo a ver El declive del imperio americano, la película canadiense de mediados de los ochenta. En 2004 tuvo éxito una suerte de continuación, Las invasiones bárbaras: los mismos actores casi veinte años después. Es mejor El declive, pero la visión de su secuela nos dio pie al recuerdo nostálgico de aquellos ochenta y de lo que sosteníamos y sentíamos entonces. Me gustan estas oportunidades que a veces ofrece el cine de sentir el tiempo, retomando personajes que han envejecido como nosotros. Por ejemplo, en El Padrino III me emociona, igual a un muy mayor Michael Corleone-Al Pacino, la canción que canta su hijo, quien no sabe que es la misma que muchos años antes sirvió de fondo a la siciliana historia de amor de su padre. La efusión sentimental del mafioso corre paralela a la del espectador que en 1972, mucho más joven -otra persona-, vio la primera parte de la trilogía.
El declive del imperio americano es el declive de los grandes empeños colectivos y el consecuente refugio en los placeres individualistas. La era del vacío, que diría por aquellos años Gilles Lipovetski. No hay otra aventura ilusionante que la privada. ¿Sublimar? Tampoco ayuda gran cosa, aunque no quede otro recurso. Uno de los vehículos privilegiados de la sublimación, la pasión por el trabajo, o ha desaparecido o no pasa de ser un frágil remedo con el que no nos engañamos. Lo dice uno de los profesores-historiadores protagonistas: “Yo sé que nunca seré un Arnold Toynbee o un Fernand Braudel. Por eso sólo me queda el sexo o el amor. No hago distinciones”. (No es extraño que en Las invasiones bárbaras la relación con los estudiantes sea cruel y estúpida.) Y su amiga, la que ha escrito precisamente el ensayo que da título a la película, advierte al joven amante impresionado por su brillante retórica: “Hablar no cuesta nada. Tú no me escuches y tócame.”
Sospecha: a pesar de la obra que nos han dejado, ¿no pensarían Toynbee o Braudel lo mismo que el mediocre historiador?
1 comentario:
Mucho mejor que los chatos personajes de "Las invasiones bárbaras" (elegida una de las peores películas de los últimos años por la revista de cine electrónica argentina El amante), es el declive del doctor Díaz Grey. Onetti acompañó a este galeno desde su juventud en su despacho de la ciudad de Santa María hasta una decrepitud coherente y que da pavor. La literatura como espejo y como vaticinio. Es otro ejemplo de personaje que esquivó la palabra Fin de la obra en la que aparecía para reencarnarse en sucesivos libros del autor. Esto es un ejemplo de irreverencia.
Jorge Malabia
Publicar un comentario