El viernes estuve en el Instituto Plaza de la Cruz en un acto de despedida a dos profesores que se han jubilado este curso. Uno de ellos, Guillermo Herrero. Maestro en su primera juventud, después licenciado y desde 1977 profesor y luego catedrático de lo que ahora llamamos Educación Secundaria, tuvo el otro día una magnífica intervención, que dentro de su brevedad logró el punto justo de recapitulación personal y de mirada reflexiva y optimista sobre lo que ha sido una trayectoria de cuarenta y cinco años en la enseñanza. Guillermo, de verbo fácil, gracioso, chispeante, amable siempre, sabía que nos tenía ganados antes de empezar. Porque me atrevo a afirmar que se palpaba en la sala la admiración de casi todos los que le escuchábamos por lo mucho bueno que ha hecho, en diversos puestos, en tantos años dedicados a la enseñanza y a la política educativa. Una admiración que trasciende en gran medida las diferencias ideológicas, lo cual nunca es sencillo en esta tierra.
A Guillermo le ha dado tiempo además en ese largo camino a escribir algunos libros. Tengo un aprecio particular por el último, El Instituto, una historia del instituto de enseñanza media que se creó en Pamplona en 1845, dentro de la política educativa de los liberales de entonces de implantación de estos centros en todas las provincias españolas. Ese instituto que, como he dicho, desde 1977 ha sido el suyo. El libro pone el foco en un tema en principio bien ceñido, pero ofrece al lector atento más, mucho más.
Y es que El Instituto recorre sistemáticamente la trayectoria de ese centro público desde su creación en 1845 hasta 1960, y es exhaustivo, por ejemplo, en datos sobre planes de estudio y plantillas en esos 115 años, y también en la narración de diversos sucesos, algunos curiosos o chuscos, que acontecieron en sus aulas. Pero al mismo tiempo es un libro que enseña mucho sobre la Navarra de ese tiempo, sobre las mentalidades, los valores, los usos sociales y los cambios, a veces traumáticos, acontecidos en tantos años. Y digo traumáticos, sin ir más lejos, pensando en lo que supuso la guerra civil en el ámbito educativo, y en el Instituto en particular, con la depuración de algunos profesores republicanos y la reorientación del centro, en varios sentidos, en la postguerra.
Casualmente, estos días estaba leyendo ensayos de Isaiah Berlin, el formidable pensador liberal. Hay uno, El juicio político, que trata de desentrañar cuáles son las cualidades que adornan a los grandes políticos. Para Berlin, esas cualidades no conforman una ciencia, y desde luego no las proporciona sin más el estudio de la ciencia política, o de la sociología, o de disciplinas conexas. Y mucho menos se puede hablar de una ciencia social exacta. Nada de eso. El genio político tiene que ver mucho más con la sensibilidad, con la capacidad de entender y sintetizar la complejidad de ciertas situaciones en las que están mezclados muchos factores, con la claridad y decisión a la hora de elegir entre opciones contrapuestas. Hay en el político una sabiduría práctica sobre los seres humanos, un conocimiento que posee aquél que entiende una situación enrevesada, el que ve con lucidez lo que pasa y decide romper el nudo de factores e intereses diversos y actúar con decisión y prudencia. Todo ello no quiere decir que el genio político rechace el estudio de las ciencias sociales o de la filosofía o de otras disciplinas. En absoluto. Pero el juicio político, el buen juicio político, es otra cosa.
Guillermo Herrero ha ocupado diversos cargos de gestión desde 1984. Y en todos ellos lo ha hecho bien, cosa que reconocen incluso muchos adversarios de otros partidos. Pero, al mismo tiempo, creo que Navarra se ha perdido un político de raza. Guillermo hubiera debido tener otras responsabilidades más altas, si las cosas en la sociedad navarra, y sobre todo en su propio partido, lo hubiesen permitido. Su prudencia, su capacidad de conciliación, su entendimiento de la complejidad de intereses en juego, su diligencia reflexiva, su escasa capacidad para el sectarismo, creo que merecían mayores responsabilidades en la política. En una política, claro, noble y de altura. Que también existe, vaya que sí. Buena y larga jubilación, Guillermo.
2 comentarios:
Bueno, ya se que la jubilación es buen momento para exagerar un poco, pero te agradezco mucho tus líneas llenas de afecto y que guardaré con cariño.
No supe del homenaje a Guillermo, pero me alegra tener noticia de que sus compañeros han tenido el detalle de expresarle su aprecio y su afecto. Vayan también los míos, siquiera sea de esta manera tan oblicua, porque Guillermo, en efecto, además de lo mucho y bueno que ha hecho, ha sabido hacerlo de una manera elegante, con estilo y siendo él mismo ejemplar.
vidal
Publicar un comentario