13 junio 2012

Fariseísmos

Desde que Rajoy ganó las elecciones y empezó a tomar medidas, una crítica feroz se repite todos los días en los diversos medios de la izquierda: el Partido Popular toma decisiones que no estaban en su programa electoral, es más, está haciendo cosas que había prometido no hacer.

Es cierto. Rajoy dijo que haría esto o lo otro, y no lo hace. Pero, sobre todo, dijo que no haría esto o aquello, incluso que nunca haría lo de más allá, y luego va y olvida sus promesas anteriores.

Puedo entender que los votantes del PP, no sé cuántos, se indignen con estos cambios. Se supone que ellos votaron por una determinada política, y ahora se encuentran con otra en ciertos terrenos. El contrato entre el PP y sus electores podría por tanto haberse quebrado, al menos parcialmente, y éstos sentirse estafados, indignados.

Sin embargo, las encuestas no indican ningún cambio sustancial en las intenciones de voto. Los que dieron su papeleta al PP en noviembre, hoy por hoy seguirían haciéndolo, con más o menos ilusión.

Claro que esto puede cambiar. En Andalucía, el PP perdió un número significativo de votos en las elecciones autonómicas respecto a las generales de cuatro meses antes. O sea, que al menos una parte de esos votos perdidos pudieron ser de personas decepcionadas con los cambios de postura de Rajoy en el tiempo que llevaba gobernando.

Y, por supuesto, en toda España el desencanto de los votantes del PP puede ir a más, conforme avance la legislatura, al ver que las cosas no mejoran con sus elegidos. Pero esa desafección todavía no se ha producido de forma significativa.

Los únicos ataques públicos que he leído a la política de Rajoy, lanzados desde las filas de sus votantes, han sido (pocos, la verdad) por no ser suficientemente radical en sus cambios: porque no ha ilegalizado el aborto en cualquier supuesto, porque detectan en él complejos y miedos “progres” que le frenan a la hora de aplicar una política más resueltamente derechista o conservadora, porque no se ha cargado la herencia socialista de forma más expeditiva… En suma, porque, dicen algunos votantes del PP, es un maricomplejines, como repite hace años la víbora Jiménez Losantos.

Pero me sorprende que, día a día, los ataques a Rajoy por “no cumplir sus promesas”, “por “mentir”, por “engañar a los españoles” (nada menos; ¿a qué españoles?), los lancen casi siempre personas que nunca, en ninguna circunstancia, han votado ni piensan hacerlo a los populares, personas que, al margen de lo que dijera o hiciera Rajoy, nunca le votarían.

Algunos ejemplos entre muchos: leo todos los días a opinadores de la izquierda como Nacho Escolar, con frecuencia escucho a Gemma Nierga o Angels Barceló en la SER, o a sus tertulianos, y todos ellos y ellas ni un solo día dejan de repetir el estribillo de cómo ha engañado Rajoy. “Dijo que no iba a subir el IRPF y lo subió el primer día; dijo que no subiría el IVA y lo va a elevar muy pronto; dijo que mantendría los servicios públicos y no para de efectuar recortes…” Todos los días, sin dejar uno. Y como estos opinadores que cito, muchos más, muchísimos más, clamando, borboteando su amarga decepción.

¿A ellos los ha engañado el Gobierno? ¿Es que votaron al PP y ahora, visto lo visto, se sienten traicionados? ¿A estos miembros conspicuos de la izquierda se les puede llamar decepcionados por la política de Rajoy?

La acusación, viendo quién la formula, es sorprendente, y no pasa de ser una argucia, un truco propagandístico y sentimentaloide, propio de la retórica política más blandegue. Estos "escandalizados" me parecen fariseos.

Su argucia es hipócrita y tramposa, insisto, porque hablamos de personas que tenían y tienen una posición perfectamente lejana a la del PP, personas a las cuales nada de lo que haga o deje de hacer Rajoy va a modificar sus planteamientos, bien lejanos a los de los populares.

Las decisiones del gobierno, y más en estos momentos, se deben criticar, o no, por sí mismas, al margen de si contradicen o no lo que prometió antes. Para criticar o elogiar a Rajoy basta con su política, con lo que hace, sea lo que prometió, sea algo muy distinto a lo que prometió.

Esa crítica a la cosa misma, a las medidas adoptadas, es la que me parece legítima en personas ajenas, muy ajenas, al Partido Popular. Gentes que me gustaría que dejaran ya de presentarse como pobres almas engañadas. Su lamento no es más que un seudoargumento, una trampa indigna en el debate político.

Dejo de lado una cuestión fundamental, a saber, cómo la realidad lleva a veces a rastras al político, cogido del gaznate; cómo determinadas situaciones excepcionales llevan al político a adoptar medidas excepcionales que contradicen lo que prometió. Pensando especialmente en quienes lo eligieron: ¿Debe dimitir? ¿Puede contradecirse y quedarse tan ancho, o confiar en que las siguientes elecciones refrendarán sus cambios y virajes? ¿Qué pinta en todo eso la ética de la responsabilidad y la ética de las convicciones? Pero este asunto exigiría mucho más espacio y profundidad.

3 comentarios:

DIEGO dijo...

Es sorprendente que en un país en que la mentira es la única verdad de todo, se acuse a algún político de mentir.
Por lo demás las medidas tomadas deben o no ser discutidas, el resto...es un brindis al sol.

Anónimo dijo...

fariseísmos aparte, yo entiendo que cuando un político hace una promesa electoral está firmando un compromiso con todos; es decir, no se trata de un compromiso con los que le van a votar sino con su país, con sus votantes, con los que votan a otros y con los que no votan. De ahí que cualquiera esté en su derecho de reprochárselo o incluso de exigirle las responsabilidades que estime oportunas por sus incumplimientos. otra cosa es que, a este respecto, haya poco que hacer. el debate, en efecto, está en hasta qué punto el gobernante está legitimado para incumplir promesas forzado por las circunstancias y cómo debería articularse esto en una democracia de mayor calidad que la actual... lge

ayacam dijo...

Hola, L:

Yo no creo que la queja por los incumplimientos electorales, por las diferencias entre lo que el político dijo y hace, pueda plantearla de la misma manera quien vota a un partido y quien está muy lejos de ese partido. En los casos que yo citaba, desde luego, casos, y hay muchos, de sectores y personas concretas que de ninguna manera, hubiera prometido lo que fuera el PP, le habrían votado, su queja me parece farisaica, un truco barato de la retórica política.

Otra cosa distinta, por supuesto, es que (siento repetirme) cualquiera critique muy legítimamente las medidas en sí, porque las medidas no afectan sólo a los votantes del político X, sino a todos. Y lo que yo pedía es que se atienda a la cosa en sí, no a esta cuestión adjetiva de si se hace lo prometido o lo contrario.

Y, claro, estoy de acuerdo en que otro punto es cuáles son las circunstancias que legitiman un cambio de posición. Yo, desde luego, creo cada vez más en una política realista, imperfecta, atenta a lo concreto. Pero entiendo que, según y cómo, esto es una puerta abierta al coyunturalismo más ramplón y peligroso.