En 1983, Juan López-Morillas, un hispanista tan reputado que, entre otros muchos cargos, ha llegado a ser el presidente de la Asociación Mundial del gremio, y autor de estudios decisivos sobre el krausismo o sobre escritores como Machado y Galdós, conoce a sus setenta años a un poeta de treinta de Jaén, Manuel Ruiz Amezcua, que ejerce en Baeza como profesor de Instituto. López-Morillas, nacido en Jódar, en la provincia jiennense, en 1913, ya antes de la guerra civil comienza su carrera académica en los Estados Unidos, donde, cuando conoce a Ruiz Amezcua, está a punto de jubilarse tras una carrera plena de honores en universidades como Brown y Austin (Texas). Arranca entonces una correspondencia esporádica entre los dos hombres que se prolongará hasta la muerte de López-Morillas en 1997. El gran hispanista ha decidido a comienzos de los ochenta dedicar los años que le queden de vida sobre todo a dos ocupaciones: viajar por el mundo con su esposa y traducir al castellano buena parte de las grandes obras de la literatura rusa del siglo XIX, aquellas que alcance a culminar de Dostoievski, Tolstoi, Chejov o Turgueniev. Las veinte traducciones que pudo finalizar, modélicas, pueden disfrutarse en la (antes) gran colección de bolsillo de Alianza. Yo, de hecho, que ando leyendo y releyendo a Chejov, he llegado al personaje intrigado por un suelto que leí cuando murió y que reseñaba esa esforzada labor de senectud.
Las cartas que en esos años López-Morillas envió a Ruiz Amezcua pueden leerse en El vuelo de las palabras, un libro que editó la Diputación de Jaén y que he conseguido, cómo no, gracias a internet. Ya se ha dicho que el hispanista es un hombre muy ocupado, que cuando no viaja traduce en jornadas de más de diez horas y es requerido desde múltiples lugares para todas suerte de congresos y conferencias. Lo cierto es que, sea por esas causas o porque, sencillamente, no tiene ganas de más, sus cartas al poeta de Jaén son breves, corteses, un tanto de cubrir el expediente, escritas, seguro, en pocos minutos. Muchas de ellas no sobrepasan el estadio de un acuse de recibo de los libros de poemas que le envía regularmente el profesor de instituto. Porque, eso sí, López-Morillas es un hombre meticuloso y muy educado que se impone a rajatabla la obligación del acuse de recibo de todos los libros y artículos que recibe. Las misivas de Ruiz Amezcua, en cambio, no aparecen en el libro, pero colegimos por las indicaciones mínimas de López-Morillas en sus respuestas que son mucho más extensas y personales, y que en ellas se deslizan constantes peticiones al hispanista de que redacte comentarios críticos (favorables, claro) sobre los libros de poesía que le manda, los cuales quiere emplear luego el profesor de instituto como textos promocionales. Le ruega asimismo al casi anciano que efectúe gestiones ante la editorial Cátedra para que sea posible que él logre publicar una antología de sus versos en la prestigiosa colección de Letras Hispánicas. López-Morillas acepta interceder ante sus poderosos colegas José Manuel Blecua y Francisco Rico –sin resultado, al menos hasta hoy-, pero se niega a reclamar lo mismo a Gustavo Domínguez, director de la editorial, dado que ni siquiera sabe quién es. En cuanto a sus comentarios sobre los versos de Ruiz Amezcua, el hispanista sólo los escribe muy breves, el más extenso de menos de dos páginas, y en ellos (el libro reproduce uno de pocas líneas) los elogios suenan a generales, bienintencionados, amables y poco comprometidos.
El tira y afloja, cortés pero muy desequilibrado, entre el viejo hispanista y el joven e insistente poeta es lo que dejan ver las cartas de López-Morillas a un lector atento, frio y desprejuiciado. No lo es el editor del volumen, Dámaso Chicharro, me temo que muy amigo de Ruiz Amezcua, quien se empeña machaconamente en hacernos creer, en páginas y más páginas, y contra la evidencia, que las cartas de López-Morillas son extraordinarias, afectuosas, largas, repletas de sabiduría –y que por tanto merecen unas notas que, sobre repetitivas, resultan más de una vez incluso ridículas a fuer de hiperbólicas; además, y como tantos otros eruditos, Chicharro es un maestro en remachar en cientos de notas lo que con frecuencia no necesita explicación-. No, a despecho de los esfuerzos patéticos del editor del libro, lo que incluso traslucen las cartas del hispanista es impaciencia, una pizca de agobio ante los requerimientos del joven, una sensación cortés pero firme de que su tiempo es muy valioso y escaso, que sabe muy bien en qué emplearlo y que la cuota que puede dedicarle no pasa de unos minutos cada mucho, mucho tiempo.
Sin irse a otras lenguas, lee uno, por ejemplo, las cartas de Juan Valera, Pedro Salinas o Julio Cortázar, y se maravilla de la viveza narrativa y potencia reflexiva que sus autores pusieron en el género epistolar. Pero se leen estas de López-Morillas, que hoy hubiese mandado sin duda correos electrónicos, y asoman sentimientos muy diferentes, comenzando por una cierta melancolía, la que provoca una relación desigual en múltiples sentidos. No sólo en el talento, también en el interés, en la disponibilidad. Se me ocurre que aquí tiene un tema perfecto un novelista a la manera de Henry James. El maestro lejano y cortés, avaro de su tiempo vital ya escaso, el joven tesonero que, a lomos de la admiración, busca abrirse camino con denuedo en la sociedad literaria, y el estudioso que envuelve la materialidad modesta de unos textos en una construcción interesadamente fantasiosa.
7 comentarios:
Aunque nada que ver con el asunto que le arrastra a escribir su comentario, una cosa tangencial: me ha ocurrido tener que comparar algunas traducciones del teatro de Chéjov y las de López-Morillas salen ganando por su claridad y precisión.
No es cierto nada de lo que VD.dice.Hay mala intención,y mala leche,en sus palabras.López Morillas apreciaba,y lo escribió,la poesía de Ruiz Amezcua.
López Morillas habla de la poesía de Ruiz Amezcua como perteneciente a "la mejor de hoy".Así que no tergiverse."Otros con menos méritos que Vd.han publicado en CÁTEDRA",le dice López Morillas a Ruiz Amezcua.Lea el libro .No pervierta,no tergiverse.
Señor (o señora) anónimo: El libro del que hablé lo leí entero y creo que con cuidado, así que recuerdo perfectamente la frase que usted entrecomilla. Pero si se lee, como le digo, el libro completo, se obtiene, tal vez con un pelin de mala leche, pero nunca de mala intención (¿para qué?), la impresión general que expuse, y en la que me ratifico. Llevo muchos años, por cierto, escribiendo cartas de editor, y comentarios sobre originales remitidos, y algo conozco sobre tonos y sinceridades en cartas y correos electrónicos.
El que está en el ángulo
Ni ha leído el libro,ni ha leído la poesía de Ruiz Amezcua,ni es probable que lea nada de nada.Lea Vd.el libro que le han dedicado a Ruiz Amezcua más de 4o personas que sí se la han leído.Lo puede encontrar en internet,en la página web de Ruiz Amezcua.Lo de Vd.es un defecto muy español:envidia,odio a la inteligencia,mala leche:las tres cosas juntas.
No sólo López MOrillas,también Muñoz Molina,Fernando Fernán Gómez,Víctor García de la Concha y otros muchos se han ocupado de Ruiz Amezcua.Vea ellibro SINGULARIDAD EN LA POESIA DE MANUEL RUIZ AMEZCUA,hecho por el catedrático Ruiz Casanova de la Pompeu Fabra.Lo tiene en la web de Ruiz Amezcua.Lo de Vd.no tiene nombre.
Está VD.,AMIGO COMENTARISTA.obligado a leer lo que no ha leído,sólo (h)ojeado.Lea,lea sin mala leche,que es lo que le sobra.
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