Viernes 22. Once de la mañana. Colegio público de infantil y primaria en mi pueblo. Último día lectivo antes de las vacaciones. Los maestros y especialmente las maestras han organizado una fiesta en el patio. No sé qué actos habrá habido ya, salvo, por los restos que se ven aquí y allá, el almuerzo para los críos de bocadillos de chistorra o panceta preparados por docentes y conserjes. Los chavales aguardan a que, en el escenario montado en un extremo, comience el karakoke. Irán subiendo las distintas clases. Un par de hombres agitados y sudorosos hacen pruebas de sonido. Hay alumnos de muchos países, aunque predominan las caras morenas. Los de aquí ya no son mayoría rotunda, ni mucho menos. Suena en los altavoces del colegio música sanferminera.
Espero y en muy pocos minutos comienzan las actuaciones. Suben críos de educación infantil o de primero de primaria y berrean Me gustas mucho, el corrido que popularizó Rocío Dúrcal hace casi treinta años. El animador, el mismo que antes probaba sonido y que ha dejado la camioneta al lado, dentro del recinto, trata de guiar al grupo para que se acompase algo a la música, pero no hay manera. Tarde o temprano seré tuya, y mío tú serás, canta para intentar que aquello tenga algún sentido. Al mismo tiempo varias crías de diez u once años han formado parejas y bailan la pieza con modos todavía poco maduros, y otros chavales más pequeños corren y pelean, totalmente ajenos a lo que acontece en el tablado. Las verjas que circundan el centro se han poblado de padres, madres y hermanas de los alumnos. Siguen la fiesta así, desde fuera.
El día, muy cambiante, no acaba de ser veraniego, y varias maestras llevan chaqueta. Charlan en grupos pero no dejan de vigilar el orden de turnos para la actuación de sus tutorizados. Hay maestros grabando retazos del evento con pequeñas y modernas cámaras, y otros que pasean en solitario, mitad vigilando, mitad esperando a que acabe la mañana de una bendita vez. Las maestras que veo, y conozco a varias, están entre los cuarenta y cinco y los sesenta años. Todas, y todos, con los pelos un poco revueltos por el viento desapacible, no son precisamente un modelo de lozanía física. Lo anoto con toda la comprensión del mundo, porque yo estoy mucho peor. Cuando nos conocimos, hace muchos años, teníamos otra presencia.
El conjunto desprende una menesterosidad profunda, una grisura tediosa e irremediable. Sin embargo, la conducta del profesorado, el hecho de que sigan organizando esta clase de actos, despide al mismo tiempo una grandeza cercana al heroísmo. Con la que está cayendo, con las crecientes exigencias de unos padres blandos y comprensivos hasta el delirio con sus retoños pero abusivos y desnortados con los enseñadores, con la mutación de conductas en los críos y adolescentes, con la progresivamente asfixiante “juridificación” de las relaciones (los abogados empiezan a tener en los habituales e inevitables conflictos escolares un yacimiento mayúsculo de posibilidades laborales), y sometidos a una administración que dicta una ley general cada cuatro años y ensalza teorías pedagógicas extravagantes o absurdas, en fin, con todo eso y mucho más, el esfuerzo de ser maestro se me antoja más agotador y muchas veces improductivo que el que se veía obligado a ensayar Sísifo empujando la piedra monte arriba.
Sé de lo que hablo porque yo también estuve en el patio en otros tiempos, y además grité demasiadas tonterías sobre la educación. Entonces esas maestras me aburrían y exasperaban con cierta frecuencia. Lo dejé, con no poca suerte, y mis ganas de volver son nulas. Pero hoy, mientras enfilo hacia casa y oigo a los críos ejecutar sórdidamente otra vieja pachanga, pienso: suerte, compañeras y compañeros, que os vaya muy bien. Alguien tiene que estar ahí, en el peor y más delicado lugar de un sistema educativo. Dentro de vuestras posibilidades, lo hacéis de maravilla y ayudáis al menos, teniendo a los críos guardados y vigilados, a que el sistema productivo funcione. Felices vacaciones, ahora llegan dos meses para olvidar.
1 comentario:
Muy bonito y melancólico
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