Escribía el otro día Martí Domínguez en La Vanguardia, recordando a Eugenio d’Ors, que éste se indigna en una de sus glosas “ante la falta de ambición literaria de los científicos, y les recuerda la cita de Condillac de que la ciencia no es más que un lenguaje bien hecho”. Pero el propio Domínguez, profesor universitario, científico y novelista en catalán, lamenta melancólicamente que casi cien años después de las palabras de d’Ors, las cosas no hayan cambiado mucho.”Incluso han empeorado: el científico escribe poco, en general mal, y muy pocas veces en los medios de comunicación. El hombre de ciencia vive ajeno a la prensa y cuando participa en algún medio a menudo es para dar cuenta de sus desvelos y dificultades económicas de investigación”.
En la empresa universitaria en que trabajo estas apreciaciones de Domínguez se confirman con una crudeza lindante con la brutalidad. No pasan de dos (la cifra no es metafórica, aseguro que son sólo dos) los hombres de ciencia o tecnología (amplia mayoría en la institución, por cierto) que opinan en los medios de comunicación sobre temas de su ámbito –en las ciencias humanas y sociales son, también sin metáforas, y esporádicamente, cuatro, un número, digamos, tampoco mareante-. En cuanto a la calidad de la escritura... Estoy obligado desde hace varios años a leer diariamente escritos “científicos” y “materiales docentes”. Pues bien, recuerdo, y atesoro, los de cierto matemático que, sin ambición literaria, sabe imprimirles una viveza y elegancia expositiva que desde el primer momento me llamó la atención. Uno, digo, y lo registro con muy poco temor a quedarme injustamente corto.
Pregunta retórica: ¿es normal ejercer de profesor universitario y no saber juntar palabras con dignidad, claridad y atención a los detalles sintácticos y léxicos?
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