He leído sin placer Stoner, de John Williams. A medida que avanzaba en ella, al contrario, aumentaban mi tristeza y desazón con la historia de este profesor, William Stoner, un hijo de labradores pobres que estudia para ser, él también, un agricultor, sólo que formado en técnicas de ingeniería agronómica, hasta que cae fulminado ante la belleza de la poesía y decide convertirse en un estudioso y docente universitario de la literatura inglesa.
Ahí comienza la única veta de la trayectoria de Stoner que le proporcionará algo de sentido y estabilidad a su vida. En la tarea docente, por encima de todo, encontrará Stoner refugio, orden, convicción, placer. Enseñar, corregir, orientar a los alumnos, será el baluarte que protegerá su vida de la ruina emocional más absoluta y del sinsentido radical. Y lo será siempre, hasta días antes de morir, cuando se empeñe en cerrar todos los compromisos, en dejar repartidas o resueltas todas las labores pendientes, en un empeño hasta el absurdo por cumplir con su trabajo, un empeño obstinado que Stoner necesita desesperadamente. Leer, estudiar, enseñar, se convierten en el único lenitivo de Stoner. Es su terreno, aquel donde se siente, si no feliz, al menos confortado.
Por lo demás, su vida está jalonada por varios fracasos: fracaso como esposo, como padre, como amante que no sabe defender algo muy valioso, como universitario en la jungla ferozmente competitiva de esa institución, como autor e investigador en su área. Por no tener, Stoner no tiene ni lo que Virginia Wolff reivindicaba para las mujeres: una habitación propia. Stoner es paciente, silencioso, débil, correcto, conciliador. Y el lector sufre y se exaspera con sus reacciones, con su poco nervio, con el modo en que va siendo arrollado por todos.
Más de una vez he oído y leído que el mundo es de quienes provocan conflictos y, sobre todo, los mantienen y resisten. Stoner hace todo lo contrario. Su talante nada conflictivo, su poca energía ante las agresiones, su miedo a perder el último bastión en su territorio mental y afectivo, esto es, el estudio de sus autores preferidos y el trato con sus alumnos, lo conducen, de golpe en golpe, hasta la conciencia aceptada de que la vida carece de sentido y es un mal negocio, muy mal negocio. Esa certidumbre, esa claudicación, la lleva con entereza, con toda la calma y consideración que puede almacenar, sin levantar nunca la voz.
Al final, el lector, al menos yo, tiene ante Stoner sentimientos ambivalentes. Como he dicho, en la lectura han dominado la irritación y la pesadumbre ante las desdichas de este profesor que casi nunca planta cara ante las agresiones, salvo en un par de episodios universitarios. Pero también se me han quedado en el corazón, como les pasa en la novela a unos pocos personajes que lo tratan y lo quieren, su bondad, su intenso amor por la literatura, su extraña dignidad, la manera en que responde, con afabilidad y entereza, a las constantes agresiones de la vida. ¿Suficiente para ser feliz? No, en absoluto, el equipaje de la desdicha es mucho más pesado. Pero Stoner pasa por el mundo sin hacer daño, sin levantar la voz, repartiendo respeto, paciencia y delicadeza. Y eso lo hace en cierto modo admirable, un modelo de estar en el mundo.
Postdata: Lástima que la edición de la pequeña editorial tinerfeña Baile de Sol sea lamentable en ciertos aspectos. La cubierta es horrenda (creo que en la última edición la han sustituido por otra sólo un poco menos mala) y el texto de la traducción castellana necesita una revisión minuciosa, porque abundan las erratas y algún que otro disparate. Editar bien, con pulcritud, no es sólo cuestión de dinero. Lo que señalo sí lo cuidan hasta la exquisitez bastantes editoriales en las que sólo trabaja una persona, el editor. Pero eso sí, con mimo, atención profunda y un cierto sentido de la estética.
2 comentarios:
Me ha gustado mucho.
B
Me ha gustado mucho.
B
Publicar un comentario