En los últimos meses he estado enfrascado en la lectura o relectura de autobiografías, memorias y diarios más o menos íntimos. Y entre el conjunto de libracos disfrutados (recapitulando su vida, hay autores que suman más de mil y más de dos mil páginas), se encuentran los dos volúmenes de memorias de Doris Lessing, Dentro de mí y Un paseo por la sombra, unas memorias magníficas que ya me atraparon hace unos años. El mejor de los libros, Dentro de mí, cuenta los años de infancia y juventud de la autora, desde su nacimiento en 1919 en Persia hasta que en 1949, a sus treinta años, consigue los medios para abandonar Rodesia del Sur (desde 1979 la independiente Zimbaue) y comenzar a vivir de la literatura en Londres, donde enseguida publicará su primera novela, Canta la hierba.
Las memorias de Lessing son de una franqueza poco habitual, hasta el punto de que en muchos momentos crean el efecto de una larga conversación, incluso un poco desordenada pero siempre sabrosa, que la escritora hubiera mantenido con amigos en largas veladas llenas de confidencias y reflexiones de largo alcance. Franqueza, en primer lugar, al narrar el fracaso familiar, con un padre enfermo que nunca logró sacar adelante su granja y una madre dominante y culpabilizadora, en perpetua frustración y queja, que siempre alimentó en su hija poderosos sentimientos de dolor, rabia y mala conciencia. En segundo lugar, Doris Lessing escribe con pocos tapujos e indulgencia sobre su vida sentimental y sexual, la de una mujer que afirma sin rubor sus deseos pero acumula bastantes decepciones con sus amantes; están además sus matrimonios sin amor y su malísima adaptación al papel de esposa y madre, hasta el extremo de que a sus dos primeros hijos los dejó muy pronto en manos de la familia de su primer marido, y sólo crió al tercero, al que tuvo con el segundo esposo, Gotfried Lessing, a quien también abandonó cuando ella, sola con el niño, se fue de Rodesia del Sur. En tercer lugar, Doris Lessing dedica muchas páginas en los dos volúmenes a su actividad política, marcada por una adhesión temprana al comunismo que, si bien duró sólo unos diez años, determinó sus reflexiones políticas mucho tiempo después, hasta el punto de que Coetzee, el gran escritor sudafricano, ha escrito que los dos grandes temas de la vida de Lessing fueron la relación con su madre y la continua revisión de los motivos por los que ella, y tantas otras personas, pudieron creer en el comunismo y cerrar los ojos a la barbarie que trajo consigo.
Hay más, mucho más, en las memorias de la escritora, por ejemplo sobre su educación formal e informal, el colonialismo, la escritura y los escritores, o sobre el benéfico papel del sufismo en su vida a partir de los cuarenta años. En todo caso, el lector se asoma a esta revisión vital de Doris Lessing y encuentra material más que suficiente como para engancharse y desatar la reflexión acerca de su propia vida, en un juego de espejos muy fructífero.
Las memorias de Doris Lessing han vuelto a mi mente porque este sábado, como todos, y por razones, digamos, familiares, compré el periódico El Mundo, y precisamente porque incluye un cuadernillo central, La otra crónica (LOC), que se dedica a asuntos del corazón y la entrepierna. Sí, esa “mierda de LOC”, que dice Letizia de Borbón de pasada en sus desahogos vía móvil con amigos poco recomendables.
La otra crónica incluía, dentro de un artículo que también trata de los amores de Vicente Aleixandre y Carlos Bousoño, el anuncio de la próxima publicación de 150 cartas que Doris Lessing envió en 1944, cuando tenía 25 años, a un joven amigo, y tal vez amante, Leonard Smith, piloto de la RAF que residía temporalmente en Rodesia del Sur, la colonia inglesa a la cual la familia de Doris Lessing se había ido a vivir cuando ella tenía cinco años, buscando en África una vida próspera y atractiva que la pobre Inglaterra de los años veinte no podía ofrecerles.
Consecuente con la línea de LOC, que busca siempre el morbo, el detalle sexual, el chisme y la satisfacción de un lector (o lectora) al que le gusta ver rebajados o escarnecidos a los personajes públicos, para lo cual es preciso hurgar en todo lo que pueda sonar a extraño o sórdido en su vida privada, el periodista ha espigado en las cartas de Lessing. Y buscando lo más “fuerte”, lo único que puede interesar al lector de LOC de una escritora de la talla de Doris Lessing, entresaca la propia definición de la escritora, a sus 25 años, como "egoísta, polígama, amoral, irresponsable, desequilibrada”. Y lo que concluye ella misma: “en absoluto soy un buen miembro de la sociedad (y odio pensar lo que me harían en la Unión Soviética, pero afortunadamente no voy a hacer una lista en este momento)". La carta continúa con una declaración de intenciones. "Quiero un trabajo, disfrutar de mi hijo, escribir, ser feliz y, por supuesto, formar parte del partido, y tener un amante sin todas esas cosas del matrimonio que me desquician. ¿Voy a cumplir todo esto? No lo sé".
Leeré esas cartas en cuanto pueda. Pero en el libro citado, Dentro de mí, Doris Lessing (donde cita varias veces a amigos pilotos de la RAF, aunque no individualiza a Leonard Smith, tal vez porque vivía cuando ella escribió su obra y podía perjudicarle de algún modo), ya dedicó muchas páginas a esa década de los años cuarenta, a sus fallidos matrimonios, a su experiencia ambivalente de la maternidad, a sus amantes, trabajos y escarceos políticos. Y allí explica con gran vigor cómo fueron años esos años de insatisfacción, de confusión, de ensoñaciones poco definidas, y a la vez de búsqueda de un camino personal que la fuera centrando, que la sacara de la esquizofrenia en que vivía. Y es que por una parte era una joven que buscaba la acción, el placer y la felicidad, una joven insumisa a las convenciones y que ambicionaba dedicarse a la literatura, pero por otro lado Lessing vivía instalada en unas relaciones que la ahogaban, en un disgusto íntimo muy profundo con la vida que llevaba, con el país y la familia que la asfixiaban, con la desazón que la acompañaba en todo momento por no atreverse a romper amarras y empezar en otro lugar, con otras personas y, muy importante, con la literatura.
Puede que las cartas ayuden a entender mejor esos años jóvenes y difíciles y contradictorios, que aporten datos y juicios que complementen lo que Lessing contó en sus memorias. Pero eso no le interesa en absoluto a un medio como LOC. El sábado, leyendo la simpleza que publicaron, que reduce una vida a dos frases, pensé: “LOC, ¡quita tus sucias manos de Doris Lessing!”.
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