Una tensión atraviesa El gran museo, la película sobre el Museo de Historia del Arte de Viena. Asistimos, de una parte, a las rutinas asociadas de siempre a un museo, mucho más si se trata de uno con riquísimos fondos de pintura, escultura y artes decorativas de varios siglos. Conservadoras, restauradoras, operarios moviendo y colgando o descolgando cuadros, técnicos absortos ante el ordenador que analizan aspectos de las obras digitalizadas. Guardar, sacar, colgar, embalar y desembalar, sopesar y ensayar distintas secuencias a la hora de exponer las obras, buscar y eliminar con denuedo agentes destructores de estas. Silencio, cuidado, concentración, lentitud.
Pero hoy a los grandes museos públicos no les basta con los presupuestos que las administraciones aportan para sostenerlos. Están forzados a captar más visitantes (que paguen entrada), a buscar fuentes complementarias y privadas de financiación, y toda suerte de ingresos más o menos atípicos por la venta de productos asociados, o por el alquiler de espacios para “eventos”, o por lo que sea. En El gran museo esta preocupación moderna y esencial la encarna un joven, no sé si gerente o responsable de las finanzas y el marketing, obsesionado por el control del gasto y la búsqueda de ingresos. Para ello vigila cualquier detalle que, según él, puede atraer o no a los potenciales visitantes y colaboradores. Desde la tipografía de las mayúsculas de un anuncio, que debe ser “amable”, sin aristas, hasta el uso de la palabra “Imperial” asociado a la colección, que estudios de mercado confirman que posee un gran atractivo para los visitantes. Eso sin contar con la importancia de mantener buenas relaciones con los políticos de turno y de atenderles exquisitamente cuando visitan el museo.
Muy avanzada la película, hay una escena en la cual el director financiero informa a la responsable de las exposiciones temporales de que le ha recortado diez mil euros del presupuesto para una gran muestra. Nadie grita, la contención es la norma. Pero el tono del director y de la mujer, y en especial el rostro de esta, dicen mucho sobre las dos lógicas que conviven con tensión en el gran museo.
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