Los españoles asesinados el otro día en Yemen, ¿eran turistas o aventureros? Si esto último -y parece que al menos los dos vascos, los guías, vivían poseídos por el nomadismo arriesgado-, lo sucedido sería sólo uno de los avatares posibles. Los aventureros saben que la muerte forma parte, con naturalidad, del abanico de opciones abierto por su pulsión vital.
En todo caso, unos viajeros que han sido advertidos del gran peligro que corren (y que hacen correr a otros: nadie habla estos días de los yemenís muertos), pero deciden arriesgarse, eso sí, escoltados por militares del país, ¿no enseñan una de las muchas caras de la soberbia colonialista que tanto se denosta de boquilla? ¡Menudos aventureros! ¿Es que nuestro afán de vivir experiencias “intensas” e inolvidables no tiene límite ni prudencia, y es el único legislador moderno que reconocemos? ¿No estamos ante la enésima versión del “divertirse hasta morir”, convertido en el primer mandamiento del occidental, y más del progre acomodado?
No, no es verdad que estos turistas y aventureros sean, como dice un lector en El País, “luchadores contra el aislamiento, el miedo y la ignorancia”. Viajar no garantiza, en sí mismo, ni más inteligencia o sentido solidario, ni más amplitud de miras o de conocimiento, ni mayor rigor vital ni analítico. Se me agolpan en la mente ejemplos vivientes que contradicen este tópico.
Una variante del lugar común reza que “el nacionalismo se cura viajando”. Mentira. Sin ir más lejos, y por lo que he leído estos días, me temo que ni los mismos aventureros vascos asesinados, ni muchos de los que han manifestado su pesar e incluso se han manifestado en la calle contra el crimen, han entendido nada de lo que pasa en su mismo país con el terrorismo etarra y han aplicado un rasero moral muy diferente al que aplican ante la muerte cercana. ¿Que lecciones básicas de humanidad han consolidado en sus periplos por el remoto mundo, si la primera y elemental se les resiste obstinadamente?
5 comentarios:
¿Pero qué tiene este hombre contra los viajes?
Contra los viajeros no tengo nada. La mayoría de la gente que quiero viaja bastante, la verdad. Hasta yo lo hago de vez en cuando. En cambio, contra ciertas teorías más o menos espesas sobre las virtudes del viajar, o contra la ideología turística oficial, que sustenta un enorme negocio y que, sobre todo, impone a las personas modos de vida a los que es difícil resistirse y que, por ejemplo, dan estatus (la ansiedad por el estatus impone su ley) sí que tengo algo, la verdad. Pero siempre estoy abierto al debate y a rectificar (o simplemente a matizar, claro).
El que está en el ángulo
Tampoco hay que ponerse así. A fin de cuentas, estos facinerosos colonialistas están muertos. Ya no darán más guerra ni molestarán a las conciencias bien-pensantes de Occidente. Que descansen en paz.
Descansen en paz los asesinados, por supuesto. Pero no puedo dejar de traer al blog unas palabras que ayer Susana Chillida escribía dentro de una memoria emocionada de un Mikel Essery al que conoció y apreció en lo mucho que valía: "Lloro también la pena del matar. Y no puedo decir que tengo esperanza, pero tampoco puedo decir que no la tengo. Si sólo una persona, una, de las que alguna vez ha sentido un atentado, cualquier atentado, con complacencia... digo... si al menos una persona de ellas, una, cambia, con esta triste muerte, su percepción de lo que significa matar o que te quiten la vida, creería que su muerte, la de Mikel, tuvo algún sentido".
O también: "Él, como vasco, vivió muchos atentados, ¿los vería ahora igual? ¿En qué habrían cambiado?"
Excelente artículo, camarada y compatriota.
Viajar no asegura ninguna conquista de conocimiento, ni oficia por sí solo una apertura de mente y espíritu. Hace falta algo más. Los hay que viajan y vuelven tal y como partieron. Baudelaire es más exacto: "Los verdaderos viajeros son los que parten por partir". No para aprender, precisamente, no para que los dignifique la mercadotecnia actual.
Jorge Malabia y cía
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