El País del domingo 15 venía con una página entera elaborada por Carlos E. Cué, uno de los redactores importantes del medio, de los que firman habitualmente en las páginas de política. Su texto (al cual, desde donde estoy, lástima, no puedo enlazar) recogía, bajo el supuestamente gracioso e impactante título de “Aznar o la reserva moral del PP”, algunas ideas enunciadas por participantes en unas jornadas de la Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales (FAES).
Dejemos de lado ahora que el escrito de Cué ejemplificaba muy bien una de las lacras intrínsecas del periodismo, su dificultad (tal vez imposibilidad) para sintetizar en poco espacio, sin traicionar ni vulgarizar, planteamientos trabados, complejos y extensos sobre problemas de amplio alcance. Esa es una limitación del periodismo muy visible en la página de Cué, pero también en otras muchas que podemos leer en mil medios. Lo peor de la deposición del redactor, lo más irritante, era su tonillo omnipresente de “miren ustedes qué cosas tan raras y tan fachas andan diciendo estos amigos de Aznar”.
Por lo que el mismo Cué señalaba, los asistentes a las jornadas de la FAES hablaron sobre cuestiones tan delicadas como, por ejemplo, la integración de los inmigrantes en las sociedades avanzadas y la respuesta multiculturalista que muchos han defendido, el islam realmente existente y los desafíos conflictivos que suscita, o el relativismo axiológico y sus orígenes y consecuencias. Son asuntos acerca de los cuales se han escrito miles de páginas con ideas que, por muy ideologizados que estemos, no resulta nada fácil encasillar –más bien es ridículo y absurdo- en un modelo binario y simple de izquierda y derecha políticas, y no digamos en un esquema PP-PSOE. ¿Son de izquierdas los que defienden el multiculturalismo? ¿Son de derechas forzosamente los que abominan de Marx o de Freud o defienden la herencia cultural cristiana o le dan vueltas al nihilismo o al relativismo ético? Yo creo que esas simplificaciones son un disparate y no sirven verdaderamente más que para evitarse el duro expediente de pensar. Incluso si nos adentramos en problemas más coyunturales, ¿puede decirse que son forzosamente de izquierdas los que están encantados con la evolución de los acontecimientos en Irlanda del Norte, otro asunto abordado en las jornadas? ¿No es y ha sido cierto no sólo en Irlanda sino en otros muchos sitios que, aunque a veces nos repugne, como dijo un ponente “los asesinos de hoy son los líderes políticos del mañana”? O todavía en un campo más doméstico: ¿Quién sabría decir si la política con los inmigrantes (las políticas, mejor, porque ha habido en estos años cambios dictados por los sondeos de opinión), ejecutada por Consuelo Rumí y el PSOE es mucho más justa, acertada y progresista que la que llevaron a cabo los gobiernos del PP, los cuales actuaron también de muy diversos modos y en buena medida empujados por una realidad que, como a los socialistas, también les sobrepasaba?
Yo no conozco respuestas claras e rotundas a estas y otras cuestiones, y no creo que, salvo los infectados por la pasión partidista, sea fácil hallarlas. Leo, pienso, les doy vueltas porque me interesan muchísimo, pero el repertorio de dudas que acumulo supera con mucho al de certezas. Por supuesto que todo lo que en esas jornadas se dijo puede y debe discutirse y admitiría muchas matizaciones o impugnaciones. Estos mismos días, sin ir más lejos, y por eso me fijé en el reportaje de Cué, he leído un libro de otro de los asistentes a las jornadas, Valentí Puig, Por un futuro imperfecto. Los retos políticos en el umbral del siglo XXI, que recomiendo sin dudar, y me he visto con frecuencia debatiendo mentalmente lo que me encontraba, echando en falta ciertos factores en su análisis, y en otros momentos asintiendo sin ningún reparo.
Cué, en cambio, tan feliz e indocumentado, fue al encuentro de la FAES, oyó a varios intelectuales y políticos hablar y, como piensa, en línea con la empresa en que trabaja, que todo lo que tiene que ver con Aznar y las organizaciones del PP se ubica en la “derecha extrema”, pues yuxtapuso algunas frases más o menos llamativas (él las llama “perlas”: el matiz peyorativo apesta) y se quedó tan ancho. Claro, él no pretendía informar, sino hacer propaganda inquisitorial.
¿Es necesario repetir, al margen de todo ello, que la figura política de Aznar me resulta muy antipática y lejana? Me temo que sí, que hay que decirlo para que a uno no lo etiqueten erróneamente. Pero, por favor, que un periódico como El País tenga más cuidado con vicios intelectuales como el que Cué perpetró el domingo y a página completa.
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