Hemos leído en nuestra tertulia Herzog, de Saul Bellow, el mejor novelista norteamericano de la segunda mitad del siglo veinte, según dijo Philip Roth. La edición castellana del libro es de 1965, en tiempos todavía de la censura. Y eso se nota. M. ha cotejado esa traducción devorada por todos (el libro es soberbio, el acuerdo es unánime) con una edición de Penguin, y nos dice que en castellano han desaparecido frases sexuales, y que el traductor, a cambio, añadió morcillas extrañas a Bellow. Además, enfrentado a dificultades que le superaban o que le hubiesen exigido mucho tiempo, optó expeditivamente por merendarse párrafos enteros. Lo llamativo es que, tras cuarenta años y un montón de reimpresiones en distintas editoriales, ninguna haya decidido encargar una nueva traducción o, al menos, que se revisase lo más fraudulento de ésta. Ante los datos de M., nos detenemos en melancólicas reflexiones sobre la precariedad y desidia del mundo editorial castellano.
Discutimos un buen rato si Herzog está verdaderamente loco o sólo muy trastornado, pero de forma pasajera, por el abandono de su mujer. Desde luego, Moses Herzog, un intelectual intelectualizado (valga el palabro) que analiza minuciosa, obsesivamente, todas sus ideas y actos, incapaz de liberarse de la culpa y del permanente autocuestionamiento masoquista de sus reacciones, un negado para los sentimientos sólidos y simples, tiene todos los boletos para desestabilizarse con la ruptura de su matrimonio.
Tras una larga discusión, estamos mucho menos seguros que al principio. Y es que Bellow sólo permite oír la voz de Herzog, maniático, egocéntrico, una voz llena de lamentaciones, reproches y exculpaciones. Pero esa voz nos deja al fin llenos de sospechas: sobre él, sobre el verdadero carácter de su aborrecida ex-esposa Madeleine, sobre el juego de versiones que sería posible desplegar acerca de los motivos y actos de otros muchos personajes.
Eso sí: Herzog y varios personajes más encarnan muy bien el reinado tiránico de los sentimientos, una entronización del amor como religión que, desde que Bellow escribió su novela, no ha hecho más que crecer. En la clase media, ayuna de ilusiones laborales o políticas, y perdida la creencia trascendente, el amor es la única tabla de salvación. Con el ocaso del sentido del deber, de la responsabilidad, de los vínculos tradicionales basados en el interés y la contención religiosa, asoma la ansiedad por ser felices, el sentimiento como única base del contrato, y la consecuente fragilidad de éste. Herzog, igual que nosotros, puede pasar por épocas de relativa calma. Pero sabemos que los sentimientos, esenciales para las gentes modernas, volverán a hundirle en nuevas zozobras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario