Gracias a los enlaces que coloca el náuGrafo, llego al excelente blog de Miguel Angel Hernández, de quien yo también estoy leyendo Intento de escapada. Y me gusta mucho su última entrada por el momento, Una vestidura incómoda, en particular por el empeño que (de)muestra de escribir, escribir, lo que sea, “no importa el contenido. Sólo escribir. Poner palabras una detrás de otra”. Yo no he publicado ninguna novela interesante, como sí lo es la de Hernández, y por la cual, presumo, anda de aquí para allá en tareas promocionales. Pero también me ha faltado tiempo en la última quincena para llegar a este blog, y no quiero pararme de nuevo, abandonar unos meses otra vez, dejarlo dormido de nuevo. Aunque, recurrentemente, han influido en el silencio, además, las dudas paralizantes, esa sensación que me asalta con frecuencia de que otros ya han dicho mucho mejor, infinitamente mejor, cualquier cosa que yo pueda apuntar en este ángulo.
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Por ejemplo: En abril tuve dos excelentes lecturas (entre otras decepcionantes), propuestas por la tertulia de Barañain: la enésima de Los muertos, el relato de Joyce, que en su brevedad es inagotable, y Los enamoramientos, de Javier Marías, que me hubiera gustado que en lugar de cuatrocientas páginas hubiese tenido mil o dos mil. Y pensé en escribir sobre el peso de los muertos en las dos historias, sobre las actitudes y reacciones de los vivos ante los fallecidos: olvidar, superar, aliarse con el tiempo, o quedarse anclado, atrapado en la ciénaga del dolor. Incluso me entusiasmé un día con unas páginas de Jon Juaristi sobre el relato de Joyce, y la relación entre los muertos, el nacionalismo irlandés, las voces ancestrales que tiran de los vivos para atraparlos y la angustia de Gabriel cuando descubre que no tenía ni idea de los verdaderos sentimientos de su mujer, del auténtico peso en la vida de ella de las voces ancestrales. Pero luego pensé que mejor callar, que sobre eso, o sobre lo que morosamente desmenuza Díaz-Varela, el personaje de Marías, a propósito de los muertos y los vivos, hay ya mucho escrito, y que nada interesante podría añadir yo; o que, en en el mejor de los casos, pergeñar algo no totalmente inane me llevaría mucho tiempo y esfuerzo. Después comencé En la orilla, la novela de Chirbes. La dejé en la página cuarenta, al menos por ahora, y dudo mucho de que vuelva a ella. Pero me ha sucedido lo mismo: explicar mi rechazo exigiría un análisis que ahora no puedo afrontar. Así que estamos igual: silencio. Y, al mismo tiempo, necesidad de escribir, de no abandonarme, de, al menos, apuntar algo. Lo que sea.
2 comentarios:
Escribir,sí,por favor.
Apunta algo,lo que sea.No dejes
dormido el blog.Sería una pena para tus lectores asiduos,enre los que me encuentro.
Me apetecía leer Los enamoramientos de Marías.Después de leerte se que lo haré en cuanto pueda.
He disfrutado con Shopenhauer,con la música en el coche,con los días felices...
Escribir.Sí,sin duda
Por favor
Jo, qué animo, qué bien. Escribir, sí. Gracias
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