Hace unos días disfruté un buen rato con Jesús Pagola, el mejor encuadernador artesano que conozco en mi ciudad, un maestro en su oficio. Jesús es metódico, riguroso y detallista hasta el extremo, lleno de amor por su trabajo, lo que se advierte cuando mima los objetos que maneja con suma habilidad, o pondera morosamente papeles, cartulinas o telas. He visto unos cuantos trabajos de Jesús Pagola, y le he encargado otros, y sus encuadernaciones especiales, siempre de acabado perfecto, otorgan a los libros que él viste con nuevos ropajes una presencia delicada y magnífica.
Jesús me citó para regalarme “un ejemplar de su libro”. ¿De qué libro, pensé? E imaginé una edición fastuosa de algún texto de otro autor. Pero no: el libro está escrito por el propio Jesús Pagola, lleva el título y subtítulo de El retrete. Estancia poética y contiene un conjunto de poemas jocosos, quevedescos, sobre, digamos sin ambages, la mierda y el cagar. Con estricta sujeción a los principios de la métrica (me dijo que en su tiempo leyó con pasión la Métrica española de Antonio Quilis), Jesús ofrece en su libro décimas, sobre todo, pero también sonetos y otras formas, siempre relativas al zambullo y el acto defecatorio.
Casualidades de la vida, había comprado yo días antes un volumen recién publicado, La materia oscura. Historia cultural de la mierda, de Florian Werner, excelente, lleno de información y análisis sobre un acto indispensable para el mantenimiento de nuestro metabolismo, el de defecar, y sobre la materia que excretamos, la mierda. Werner comienza proporcionando datos básicos sobre la materia oscura, su composición y peso real y metafórico en el mundo, pero pronto se introduce en las formas históricas de tratar socialmente con ella, y por tanto en la construcción cultural y social de la vergüenza y del asco. Y es que no siempre y en todo lugar, ni mucho menos, ha provocado la mierda las reacciones que motiva hoy en nuestras sociedades. Es bien llamativo el estudio de las formas modernas, al compás del “proceso de civilización” que estudió genialmente Norbert Elias, de hacer cada vez más reservado (vocacionalmente secreto) y casi invisible un acto esencial para la vida de todas las personas de cualquier época, lugar y condición social. Hoy podemos decir que se han generalizado los sentimientos que una princesa francesa manifestó en 1694: “A los acarreadores, a los soldados de la guardia, a los portadores de litera, al pueblo de esta índole, se lo concedo. Pero: los emperadores cagan, las emperatrices cagan, los reyes cagan, las reinas cagan, el Papa caga, los cardenales cagan, los príncipes cagan y los arzobispos y obispos cagan, los curas y los vicarios cagan. ¡Admitámoslo!, ¡el mundo está lleno de personas repugnantes!”. Es decir, vergüenza y asco —lo cual, insisto, está lejos de ocurrir en todo el mundo—, pero también disolución del orden social jerarquizado e inmutable de tantos siglos.
Sin embargo, la mierda, omnipresente pero cada vez mejor escondida, ha dado lugar a muchas teorías y asociaciones. De la realidad de la mierda, o de sus extensiones metafóricas, han escrito los médicos, pero también los ingenieros, los curanderos y chamanes, los teólogos, psicólogos y psicoanalistas, los poetas y artistas de vanguardia. Por ejemplo, sobre cómo aprovecharla para curar enfermedades, o explotarla en el humor, o de sus vínculos con la religión y la demonología, o sobre su significado en el psicoanálisis freudiano o en el arte contemporáneo más provocador. De todas estas cuestiones se ocupa Florian Werner en su paseo intelectual, documentado, ameno y riguroso.
Como señala el ensayista alemán, «probablemente pocas cosas sean tan capaces de provocar hilaridad en nuestro círculo cultural como una cagarruta, un chiste acerca de una cagarruta o simplemente un pedo escuchado desde lejos, al menos mientras la caca, la broma o el pedo no se acerquen demasiado al que se está riendo y el marco social permita tal hilaridad». La tradición humorística siempre recuerda nuestro ser terrenal y mortal y destruye cualquier seriedad dramática: no hay drama, como dice Werner, en el que los personajes interrumpan sus cogitaciones dolorosas para echarse un pedo o ir a cagar. Esa acción desliza el tono sin remedio hacia lo cómico o grotesco, y rebaja con deliberación varios grados a los humanos.
En esa tradición humorística se inscriben los poemillas de Jesús Pagola. En la literatura española sobran antecedentes de su empeño, desde los gloriosos como Quevedo a los de cualquier anónimo con ganas de ridiculizar o injuriar. Jesús Pagola sólo pretende divertirse y divertirnos; eso sí, recordando que, por mucha vergüenza o disimulo que gastemos, aquí se trata de algo en lo cual, literalmente, nos va la vida.
Mientras tengas buena mierda
que sacar el culo pueda,
todo irá como la seda.
Tenlo presente y recuerda
si no quieres que sea lerda
tu existencia como humano;
pues si quieres estar sano,
ten en cuenta que en tu vientre,
todo aquello que entre
debe salir por el ano.
1 comentario:
Su entrada me ha hecho releer la narración que Joyce hace de la defecación de Leopoldo Bloom. Al principio era lo que más me gustaba del Ulises.
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