En los últimos tiempos, cuando veo en los periódicos o en la tele a portavoces de los nuevos movimientos de protesta que han surgido al calor de la crisis, más de una vez me encuentro con viejos, casi históricos militantes de partidos de extrema izquierda. A algunos de mi ciudad los conozco hace muchos años y recuerdo varios jalones de su trayectoria. Otros, en Barcelona o Madrid, sé que llevan asimismo muchos años de activismo; incluso en tiempos tuvieron su momento de relativa nombradía política en la efervescencia crispada de la transición o un poco después. Ahora, después de haber sido sindicalistas, o concejales, o parlamentarios, o de haber estado en coordinadoras o movimientos “anti” de toda laya, o incluso burócratas implacables de minúsculos partidos, son las cabezas visibles de nuevos grupos. Ahí siguen, tan rozagantes, tan orgullosos, tan instalados en lo de siempre (en sus partidos, en sus ideas políticas pero también organizativas), aunque ahora aparezcan en nuevos colectivos. Bueno, algunas son nuevos (la lucha contra los deshaucios, por ejemplo), pero otros son antiguos, solo que a los de siempre les pilla ya viejos, y por eso, por cierta estética, se han subido a embarcaciones en las que antes no navegaban.
Entre esos líderes y portavoces, algunos pertenecen a colectivos que han sido golpeados, en mayor o menor grado, por la crisis y los recortes: pensionistas, sanitarios, profesores... Pero también veo, insisto, a estos correosos militantes al frente de los deshauciados de su vivienda. Ahí ellos no son directamente afectados, bien lo sé. Y verlos ahí me ha hecho pensar en el sentido y los objetivos de su acción.
En mi juventud aprendí, como ellos, que la vanguardia política, la vanguardia comunista, el reducido núcleo de aguerridos y conscientes militantes que formaban esa avanzada rigurosamente selecta y organizada de la la lucha política, tenía la obligación de estar presente en todos los movimientos sociales, vecinales, ecologistas, feministas, internacionalistas (y un largo etcétera), en suma, en todo lo que se moviese en cualquier dirección más o menos progresista. Pero había que estar no de forma discreta, modesta, sino siempre con la intención de marcar la línea política, de determinar la dirección y los fines del movimiento que fuera. Y muchas veces lo conseguían. Había partidos con muy pocos miembros que sin embargo abultaban tanto que parecía que contaran con miles de afiliados. Pero es que esos militantes se multiplicaban sin descanso en su acción, cada uno de ellos se movía en tres o cuatro espacios de lucha, y como además eran muy disciplinados y estudiosos, enseguida destacaban allí donde estuvieran y lograban una influencia, un peso político muy visible.
En el leninismo, por ejemplo, está teorizada esa necesidad de la vanguardia que penetra en los movimientos de masas y, lo que es esencial, trata de dirigirlos. Decía Lenin que el proletariado, las masas, de natural tienden al reformismo, vale decir, al pactismo, a la defensa egoísta, de corto plazo, de posiciones que no tienen en cuenta los intereses “objetivos” de la clase obrera, los intereses de la revolución. ¿Y quién sabe cuáles son esos intereses objetivos? Pues es evidente: la vanguardia consciente que conoce hacia dónde hay que ir en cualquier movilización. Es esta la que da consistencia, coherencia y claridad a las reclamaciones oscuras, poco articuladas, a veces balbuceantes, incluso contradictorias, de las gentes que, ay, sólo miran por sus asuntos a corto plazo o caen en la protesta poco organizada. A esas masas la vanguardia viene a decirles: “aunque tú no lo sepas, yo sí lo sé, yo guiaré tu camino, yo tengo la conciencia clara de lo que de verdad te interesa y conviene”. Resulta lógico, por tanto, que la vanguardia intente siempre no sólo servir al pueblo, que se decía, sino guiar al pueblo, dirigirlo, orientarlo, controlarlo, llevarlo a donde hay que llevarlo.
No dudo de que muchos de esos viejos militantes tengan poderosos sentimientos solidarios. Pero esas ansias reivindicativas y de lucha que brotan de su viejo corazón guerrero no explican toda su conducta, ni mucho menos. Los conozco. Y me mosquea ese afán insaciable de estar en todo lo que se menea, de subirse a todos los carros, un afán, además, no guiado por la humildad, sino por la irrefrenable apetencia de ser el novio en la boda y el muerto en el entierro, o, sin más, el jefe de la barraca, el gran timonel del barco. Y, siempre, el cálculo político, las ganas de sacar tajada, el deseo de orientar cualquier movimiento en función ya no sólo de un cabreo social espontáneo, por confuso que sea, sino de una ideología, la verdad, herrumbrosa, muy herrumbrosa.
Más grave me parece que, contando con su experiencia y habilidad para ponerse al frente de cualquier pancarta, más de una vez ellos (y otros activistas más jóvenes, claro) estén empujando en una dirección que, dadas sus convicciones y sus intereses de grupo, arrastra hoy a la radicalización política. Y es que, como recordaba el otro Muñoz Molina, hay en marcha una dinámica de radicalización de “ciertas élites que arrastran a todo el sistema político y que acaba arrastrando a una población que, en su mayor parte, es ajena a eso”. Debido a la dureza de la crisis, existe un caldo de cultivo. Y en ese ecosistema, siempre hay grupos que se mueven con gran maestría.
2 comentarios:
Pero lo que está ocurriendo no se puede consentir, alguien tendrá que hacer algo y si los jóvenes no lo hacen Lo único que hace falta es que consigan cambiar cosas y que sus objetivos sean nobles. ¿Existe algo así?
Tiene razón, están sucediendo cosas muy graves. Pero yo no he pretendido en absoluto desacreditar a todos los que protestan. En mi post quise referirme sólo a un fenómeno muy concreto y localizado, el relativo aprovechamiento de la situación de crisis que observo por parte de algunos. En ellos no estoy seguro de que sus objetivos sean nobles, o, al menos, que sean únicamente nobles. Y eso al margen de algo que quería apuntar en el último párrafo: y es que, por terrible que sea la situación para mucha gente, no todas las protestas, ni todos los objetivos que veo que se plantean en todas las protestas, me parecen igualmente acertados.
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