Nada se opone a la noche, de Delphine de Vigan. La familia, siempre la familia. No hay otro argumento tan poderoso en la literatura. En este caso, la madre de la escritora en el centro de la escena, Lucille, bella, misteriosa y peculiar desde niña, víctima de abusos sexuales y enferma mental. El trastorno bipolar que la domina tantos años, ¿qué relación alberga con sus traumas sexuales? ¿Una directa, o más bien lateral, difícil de señalar con precisión, tal vez porque la enfermedad mental siempre estuvo ahí aunque tardara en manifestarse? Delphine de Vigan no teoriza, no elabora hipótesis explicativas, sólo cuenta: ante todo el dolor, la confusión, la trayectoria ora errática, ora más o menos enderezada de esa madre, y a la postre el suicidio; secundariamente, su propio dolor, el de una hija que ama a su madre pero padece desde niña el desorden y el drama familiar.
He leído este libro con pasión creciente. El comienzo es titubeante, un poco premioso, cuesta unas páginas entrar en la historia familiar, pero pronto ésta atrapa al lector y ya no lo suelta hasta el final, anunciado y desvelado en la primera página. Por mi parte, y como el post no quiere ser ni de lejos una crítica literaria o un comentario extenso, anotaré tan sólo tres puntos.
Delphine de Vigan cuenta la historia de su madre, pero inevitablemente su narración incluye sombras, alusiones a fragmentos omitidos, a personajes que aparecen muy poco aunque se nos insinúe su gran relevancia. El resultado es que, pese a dedicarle cuatrocientas páginas a esa vida, faltan detalles. Es cierto que algunos huecos se deben al pudor, a la exigencia de Delphine de Vigan de no abrumar al lector con detalles sórdidos, a su volundad de respetar a su madre y por tanto ciertos límites al hablar de ella. Pero las zonas borrosas tienen mucho también de forzoso. Si uno no quiere abandonarse a la ficción, si desea respetar los límites que impone la realidad, no queda otro remedio que asumir las barreras: contar una historia, contar la historia, implica moverse entre la palabra y el silencio, entre la luz y la sombra, entre lo explícito y lo sugerido. Por eso entiendo que el libro se presente como una novela. No lo es, en el sentido convencional del término. Pero sí lo es, toda vez que la escritora ha metido las manos en la realidad, pero ésta le ha impuesto sus opacidades. Y la escritora lo ha hecho además sin dejar un solo momento de tocar la materia vital pertrechada con sus recursos literarios, guiada por un tono narrativo magnífico.
Nada se opone a la noche nos recuerda de nuevo que casi todas las familias están llenas, en dosis variables, de secretos y mentiras. La numerosa familia de la madre de Delphine de Vigan ha conocido episodios terribles, que bastantes personas del amplio clan conocen aunque no lo quieran, aunque se hayan limitado a enterarse lo menos posible, sin querer escuchar. (“No he querido saber, pero he sabido…”, que empieza Corazón tan blanco, de Javier Marías, otra historia familiar.) Y como acontece mil veces, casi todos se comportan como si no pasara nada, se siguen reuniendo en celebraciones y vacaciones igual que si no hubiera nada definitivamente perturbador, como si nada pudiese producir un corte radical. Todo puede reciclarse, parecen decir los miembros de esta gran familia aceptando la rutina de sus encuentros.
El libro es muy de estos tiempos modernos, de autoficción, en su estructura. Por ejemplo, en algo fundamental, la problematización del intento de captar la realidad y narrarla. Por eso Delphine de Vigan se entromete periódicamente en lo narrado. Y lo hace desde el principio del libro, manifestando de muchos modos la dificultad de contar, compareciendo como una narradora que tiene problemas en la tarea de escribir esta historia, consciente de que hay muchas cosas que no sabe y vacilante sobre su capacidad para contarla con toda la verdad y complejidad que reclama, una narradora que toma decisiones sin cesar sobre el tono, o sobre la selección de contenidos, sobre lo que se debe o puede contar. Una narradora que habla y calla, que sufre al revivir lo relatado, que se confiesa prisionera de lo que ignora, o de los pactos de semisilencio o reserva sobre ciertos episodios a los que ha llegado con algunos miembros de su familia, por ejemplo con su hermana.
El título, Nada se opone a la noche, no es exacto. En la historia de Lucille la oscuridad acaba imponiéndose y ganando la partida. Pero el balance de su hija Delphine no parece hasta el momento tan tenebroso. El amor, la escritura, parecen irradiar luz a su vida. ¿Resiliencia, como se dice ahora? No lo sé. Escribir este libro, enfrentarse a lo sucedido, era necesario para ella, y puede que le haya servido como una estupenda terapia. A los lectores, desde luego, nos ayuda en esa inacabable tarea de pensar la familia, de afrontar nuestra propia familia.
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