Durante muchos años fui músico profesional en el escalón más bajo. Músico en verbenas, en bodas, en fiestas veraniegas de pueblos muy pequeños. Tocaba en grupos muy reducidos, de tres o cuatro miembros, y nos arriesgábamos a interpretar canciones de moda después de dos ensayos, con equipos de sonido siempre baratos, de poca potencia y escasa calidad. Fue una experiencia muy dilatada, muchos años en el lado festivo y un tanto cutre de la vida en los que viví con frecuencia escenas muy propias de las películas más esperpénticas de Berlanga —con toques delirantes, surrealistas, que Buñuel no hubiera despreciado—.
Pero en aquellos tiempos, y hasta hace unos quince años, una norma se mantenía a rajatabla: los músicos tocábamos de verdad en cada sesión, nuestro directo era riguroso. Más o menos perfecto o muy imperfecto, pero directo. Sólo a mediados de los noventa algunos conjuntos comenzaron a superponer, en ese submundo de la música verbenera, su propia interpretación de los temas con algunas partes, o con algunos instrumentos, grabados. El objetivo era claro: que las canciones, esas cancioncillas de moda en la temporada, o clásicos inmarcesibles como Paquito el chocolatero, sonaran en cualquier kiosco, tablado o remolque del modo más parecido a como la gente los escuchaba en los discos o en la radio.
Poco más tarde, y en un salto lógico, se llegó a la situación actual de muchas verbenas: grupos muy reducidos que sólo aportan en vivo las voces, porque todo el fondo instrumental ha sido programado, ejecutado y mezclado por alguien (que muchísimas veces no es del grupo, hay profesionales del asunto de la programación musical). Así que en las fiestas del pueblo, en el bailongo del club de jubilados o en la boda que sea, llega el grupo, monta el equipo, se carga el cedé ¡y a cantar sobre ese fondo!
Un timo. Puedo entender que en grupos que interpretan su propia música se hagan las mezclas que sea, por diversas razones creativas. Pero si la orquestina ejecuta la última bobada de Ricki Martin o Bisbal, ¿no hay un engaño en el sonido pregrabado? ¿Dónde está ahí el músico?
Nigel Kennedy, el gran violinista de música clásica, de jazz y de lo que sea, lo decía el otro día de forma más cruda y general: “odio el tipo de música donde la gente hace como que toca un instrumento o que canta ante la cámara. No lo soporto (…) El playback es una mierda. No está mal tener algunos elementos grabados, pero si estás delante del público, te jodes y tocas. No hay otra”.
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