Diario de Noticias traía el domingo un reportaje sobre los veinte años de la editorial Txalaparta. Leyéndolo, un lector desinformado podría pensar que Txalaparta es, sin más, una editorial independiente, es decir, no vinculada a los grandes grupos, al estilo de otras pequeñas pero tan valiosas como El Asteroide, Impedimenta o Periférica. En ningún momento del texto la periodista –sea por la ya habitual ignorancia de muchos jóvenes, sea por militancia- alude a un dato fundamental: Txalaparta es una editorial muy directamente ligada al proyecto político de Batasuna. Su responsable es un ideólogo agresivo y notable de esta formación, y en Txalaparta han ido saliendo, en estos años, libros de etarras como De Juana Chaos o Iñaki Gonzalo, historias de eta laudatorias a más no poder, biografías de jefes de la banda como Argala (en realidad, más una hagiografía que otra cosa), o memorias de dirigentes batasunos como Jokin Gorostidi o Jon Idígoras.
Es cierto que Txalaparta ha publicado a otros muchos autores. Pero la inmensa mayoría son o bien escritores españoles que apoyan explícitamente la lucha de Batasuna y la de los pistoleros, o bien autores muertos que ya no pueden decir nada sobre dónde ser editados, o bien autores (por ejemplo, muchos latinoamericanos) que participan activamente de esa mezcolanza de antiimperialismo, guerrillerismo, peronismo matonil, izquierdismo cubano, chavismo y, en fin, nacionalismo radical y terrorista, que anima a diversos grupos en todo el mundo.
Txalaparta cumple una misión nada baladí en la tarea de cohesionar ideológica y vitalmente a la comunidad del nacionalismo terrorista vasco. Dentro de sus posibilidades, elige muy bien a los autores que un militante o simpatizante de esa comunidad debe leer, esos autores que reforzarán su adhesión vibrante a la causa. En un reciente libro de Constantino Bértolo, marxista estalinista de los que quedan pocos, hay una defensa, precisamente, de la utopía política que él denomina una comunidad. Es una utopía que, visto lo visto en los últimos cien años, me atrevo a calificar de totalitaria, pero que, sin embargo, creo que encaja muy bien con lo que representa el pequeño mundo del establo nacionalista batasuno. Un mundo cerrado y autosuficiente en el que el tibio calor comunitario proporciona, al menos a los más brutos o carenciales, seguridad y certidumbres frente a los embates del exterior. Periódicos, radios, grupos musicales, boletines, herrikotabernas, acampadas, manifestaciones y otras concentraciones rituales, posibilidades de ligue y editoriales como Txalaparta, son algunas de las formas de socialización que integran armoniosamente a sus miembros en la comunidad, una comunidad en la que siempre está claro quiénes son los héroes y los mártires, pero también los herejes y renegados. Una comunidad en la que está siempre claro qué es lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, lo aceptable y lo inaceptable.
Una última nota: en el reportaje se habla de algunos de los libros que mayor éxito han dado a Txalaparta. Me llama la atención que no aparezca en esa lista la escritora nicaragüense Gioconda Belli. Su novela La mujer habitada fue, sin duda, un pequeño bestseller para Txalaparta en sus inicios. Pero Gioconda Belli hace años que, como otros veteranos sandinistas, denunció la deriva de tipejos como el violador Daniel Ortega, presidente ahora de nuevo de Nicaragua tras unas elecciones amañadas, corrupto y repulsivo pero amigo del faro de la revolución mundial, Hugo Chávez. ¿Es casual el olvido de Gioconda Belli en este reportajillo sobre Txalaparta?
“Entiendo por comunidad un conjunto de personas que no sólo viven en común, sino que participan activamente de una misma visión de sus vidas y comparten por ello una escala de valores. Una comunidad política y no una simple comunidad “natural”. La comunidad como un espacio social dotado de las siguientes características: capacidad para legitimar los actos de cada uno de sus componentes; capacidad para definir lo bueno y lo malo por encima de los criterios personales; presencia de un proyecto común desde el que delimitar la bondad o la maldad. La comunidad sería ese espacio donde se funden la vida privada y la vida pública (…) Esto implica que la comunidad actúa como un espacio legitimado para imponer criterios. Si no hay criterios, o si el criterio reside en que no haya criterios, no puede haber comunidad”. (Constantino Bértolo. La cena de los notables. Páginas 159-160)
6 comentarios:
Gracias Ricardo por las clarificadoras informaciones y aportaciones en este ultimo texto. Las cosas por su nombre....cg
Valiente post. Enhorabuena. En principio, nada que objetar al desarrollo de esa comunidad bertoliana. Eso sí, siempre que no implique terrorismo, derroches de las arcas públicas, dirigismo, discriminación, ninguneo, amenazas, miradas torvas y exclusión o mobbyng al diferente.
La definición de comunidad también serviría para otros grupos, como por ejemplo el Opus o los mismos partidos políticos, donde no se fomenta ni se espera la crítica y donde el líder es indiscutible. Desde luego, siempre me he preguntado porqué personas inteligentes, que las hay, militan en el Opus o están dispuestas a aplaudir cualquier gracieta de su líder, y la respuesta la has dado tú: el tibio calor comunitario proporciona seguridad y certidumbre frente a los embates del exterior
Creo que tampoco es malo buscar cierto calor y protección, frente al vacío y la multiplicidad de opciones que ofrece la vida actual. Es más, diría que es lo natural. El problema es que esas comunidades parece que han derivado en degeneración y en vicios que las han dervituado. A mí no me importaría engrosas las listas de alguna comunidad que me ilusionara y en la que creyera. El problema es que no existe.
Ingenuidad periodística?
Veinte años y con un catálogo editorial en el que figuran criminales confesos y libelistas eximios son muchos años para que el periodista no sepa de qué va la cosa... Una vez más se pretende colar al lobo con piel de cordero.
tu eres tonto
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