En Los años contados, las memorias de José Luis Giménez Frontín, aparece Eduardo Galeano, de quien el autor cuenta una sabrosa anécdota. Eduardo Galeano… Su nombre fue importante para mí hace muchos años, cuando leí Días y noches de amor y de guerra, conjunto de fragmentos sobre amor, literatura y mucha política que saboreé de a pocos, con delectación. Galeano, exiliado entonces en España, después de haber tenido que salir a la carrera de su país, Uruguay, en 1973, y seguidamente, con la muerte en los talones, de Argentina al comenzar la dictadura militar en 1976, era ya una figura muy notable de la izquierda intelectual latinoamericana. Una izquierda, claro, castrista, revolucionaria, filocomunista. Cuando a mediados de los ochenta leí su libro más conocido, Las venas abiertas de América Latina, ya no veía las cosas tan claras como años antes, y no fue difícil encontrar, entre la evidencia morosamente detallada de los horrores indudables que los yanquis habían cometido con tantos países del centro y el sur del continente, más de una simpleza, más de una omisión, más de una generalización radicalmente discutible.
Con los años, Eduardo Galeano dejó de interesarme. Lo que he leído de él después me ha parecido flojo, brumoso, de un tono más o menos blandengueseudopoético. No me interesan los vehículos narrativos de los que se vale: fábulas con moraleja, historietas siempre bien dirigidas en el mismo sentido ideológico. Su último gran éxito, Espejos, una suerte de recorrido por la historia que arranca en la noche más remota de los tiempos, me pareció, hasta donde llegué, un catecismo para progres, un prontuario con las píldoras que la gente maja debe tragarse sobre la marcha y el sentido del devenir humano.
La anécdota que presenció Giménez Frontín (vástago rebelde él mismo de de una familia ranciamente burguesa y acomodada en el franquismo) me interesa porque no rezuma sangre, traición, lucha o miseria trágica. No, va de algo mucho más corriente y civil, y por lo mismo más elocuente.
“De pronto Galeano –recuerdo que lucía una americana de muy buen corte y una deslumbrante camisa color salmón de pura seda, naturalmente sin corbata— tal vez en respuesta a una pregunta de alguno de sus jóvenes oyentes, fuera verdad o sólo calculado guiño al auditorio, el caso es que soltó que él siempre se las había ingeniado para no pagar impuestos, eludiendo así conceder su apoyo moral y patrimonial al Estado. Al punto me acordé de aquellas memorables comilonas de Navidad de mi infancia, donde Galeano habría cosechado el más cerrado aplauso de todos los adultos. En el auditorio de la Pedrera, nadie se escandalizó, nadie le preguntó quién pagaba entonces en Uruguay la sanidad, las comunicaciones o la enseñanza. Nadie observó que la conversión de los ciudadanos defraudadores en ciudadanos solidarios era sencillamente obscena. Todos los presentes se mostraron encantados y, como dignos nietos de la burguesía de los años cincuenta, aplaudieron con indecible entusiasmo” (José Luis Giménez-Frontín. Los años contados)
1 comentario:
Me encanta como pones en evidencia la grietas de la "izquierda",las de la derecha no las se, no se por que imagino que todo el mundo las denuncia, pero las de la falsa progresia, que se proclama defensor de todo y está lleno de contradicciones, sirviendo de bandera a fanaticos, me encanta que las pongas en evidencia, por que se creen ser mejores que nadie, ser redentores de los demas, como si nos perdonaran la vida y me gusta la categoria moral e intelectual con que haces esas crítacas por demas irrefutables.
Mª Asun
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