05 octubre 2008

La verdad de las mentiras

1.- Me preguntaba el otro día el señor de Passy por mi opinión acerca del Dietario voluble de Enrique Vila-Matas, que he traído a colación en las dos últimas entradas de esta bitácora. Debo decirle que me ha interesado bastante más que sus novelas. Formo parte del grupo de los que piensan que el escritor de Barcelona (ciudad con la que, se ve en este libro, mantiene una relación cada vez más conflictiva) goza hoy día un prestigio exagerado en la sociedad literaria. Tengo en el recuerdo dos libros suyos de valor digamos que dudoso, Lejos de Veracruz y París no se acaba nunca, y otro, Bartleby y compañía, de tema apasionante (el de los escritores sin obra o recluidos en un voluntario silencio tras su fulgurante arranque), pero en el cual Vila-Matas hilaba el recorrrido casi ensayístico por esos “raros” con una trama novelesca que más que otra cosa molestaba. En cambio, en el Dietario voluble hay momentos excelentes, fragmentos que, cierto, conviven con otros más flojos, algo que también sucede en sus novelas. Pero esos desequilibrios, esas graves caídas, que en una novela pueden hundirla, en una dietario, variado y disperso por naturaleza, son más justificables. Me ha bastado aquí con encontrar un puñado de referencias a libros y autores que me interesan, unos pocos momentos de vida muy bien narrados, y un catálogo de indignaciones por la marcha del mundo que, se compartan o no (comparto la mayoría), revelan una personalidad poderosa y atrayente.

2.- Pero el libro de Vila-Matas, sobre el que poco puedo añadir a lo que se está escribiendo en muchos medios de papel y blogs, me ha hecho pensar en otro asunto. Hace días un amigo decía que el personaje Vila-Matas que aparece en este diario tiene poco que ver con el Vila-Matas de carne y hueso, que a saber cuánto ha inventado el escritor en las cuitas, manías y admiraciones que vertebran al protagonista del dietario, un personaje tal vez urdido como cualquier otro de los que pueblan sus novelas.

3.- ¿Importa esta cuestión? ¿Desmerece algo el libro si está trufado de invenciones, o al menos de retoques en sus peripecias? Mientras leía Dietario voluble, La Vanguardia publicó un artículo sobre David Carr, un periodista americano que ha publicado unas memorias de sus años salvajes de politoxicómano y maltratador. Lo llamativo del libro es que Carr, «como no se fiaba de sus recuerdos, decidió investigar su propia vida: durante más de dos años entrevistó a sus camellos, a sus colegas de farra, a sus novias y a los jefes que le despidieron, y consultó también archivos médicos y judiciales». Es decir, Carr «ha verificado todos los datos de su biografía, consciente de que sus recuerdos están llenos de lagunas, y de que las historias que se contaba sobre sí mismo se iban transformando cada vez que las recordaba, ‘hasta convertirse en poco más que quimeras’». El libro resultante de sus pesquisas se titula La noche de la pistola, título que viene de un episodio que le sucedió tras uno de los varios despidos que sufrió por sus adicciones. Ese día Carr se lanzó al desenfreno, y acabó intentando entrar en casa de un amigo suyo que quería quitárselo de encima. Harto del acoso, el amigo sacó una pistola. O eso es lo que recordaba Carr. Porque «cuando veinte años después entrevista al amigo, este le dice que que nunca ha tenido pistola».

4.- Volvemos a lo mismo. Yo no conocía a David Carr, y las historias que nutren su libro son totalmente privadas. ¿Qué le añade a la obra que nos garantice, como si dijéramos ante notario, que todo lo que cuenta es totalmente cierto, comprobado, cotejado, garantizado por testimonios cruzados de amigos y amantes? ¿Y a mí qué? La historia de la pistola, por ejemplo, igual no le sucedió. Pero seguro que le pudo pasar a otro toxicómano como él. En la vida, en la ‘realidad’, siempre sucede lo más extraño y raro que podamos imaginarnos. Y, sobre todo, y como tantos escritores han dicho –por ejemplo Vargas Llosa-: ¿no cabe una verdad más honda en la mentira que en la realidad mostrenca y notarial? ¿No podemos aprender algo más hondo y perturbador en una ficción sobre un toxicómano y maltratador que en la cotidiana crónica de sucesos?

5.- ¿Es tan importante saber si las cosas ocurrieron exactamente así en el caso de los recuerdos familiares o más íntimos de alguien? Un gran escritor, Tobias Wolff, no se ha cansado de repetir que en sus textos memorialísticos (Vida de este chico, o En el ejército del faraón), quiso ceñirse fielmente a sus recuerdos, sin maquillarlos, exagerarlos o insuflarles unos perfiles ‘novelescos’ que no poseían. Sin embargo, su empeño por marcar con claridad las normas del juego deja, diríamos que por fuerza, algunos cabos sueltos. Así, ya en los agradecimientos con que arranca Vida de este chico admite su resistencia a modificar en el texto final algunos puntos que otras personas recordaban de modo diferente, «porque éste es un libro de memorias, y la memoria tiene su propia historia que contar», con lo cual abre una puerta a las deformaciones del recuerdo o, quién sabe, a la irrupción de elementos ficticios. Pero ¿no puede esta posible deformación enseñarnos algo universal, algo que, aunque no le sucediera exactamente así a Wolff, nos muestra una verdad que nos atañe de manera muy directa?

6.- Testimonio en contrario: hace años, Arcadi Espada alertó sobre lo que, para él, era un grave peligro de los libros de recuerdos, de las memorias, y también, cabría decir, de dietarios como el de Vila-Matas: la ‘novelización de los hechos’, una ‘infección literaria’ que, según Espada, aqueja ya hoy al periodismo -el cual, apunta, tras A sangre fría, el célebre reportaje novelado de Truman Capote, ha sufrido mucho por esta enfermedad-. Arcadi reivindicaba una nítida distinción entre lo real y lo ficticio, una delimitación que consideraba nuclear en los periódicos. Pero, y esto es lo que nos interesa más ahora, Arcadi reclamaba asimismo esa clara demarcación en el género memorialístico y en cierto tipo de historias semiliterarias. Según él, que tomaba pie en Soldados de Salamina, de Javier Cercas, y en Vivir para contarla, las memorias de García Márquez, «es muy importante distinguir entre lo que es real y lo que no. ¿Cuándo sabemos qué ocurrió y qué no, dónde está la línea divisoria? Quiero que me digan dónde empiezan los hechos y dónde las ficciones».

Espada abominaba pues de la tentación de adornar o recrear nuestra vida, de la búsqueda del efecto dramático o de la invención del dato que redondee lo contado, que le confiera un orden y un sentido que la vida real, la vida que nos toca vivir, en su inacabamiento, en su carácter informe, no posee. El autor, claro que sí, en ocasiones se ve seducido por una lógica narrativa que regale brillo, orden o un final efectista a episodios vitales que no gozaron de tales cualidades.

7.- Y, sin embargo, yo creo que la exigencia de verdad no es de ningún modo la misma si pensamos en la vertiente pública, política, social, de ciertas las personas, que si leemos historias privadas o íntimas. No debemos pedir lo mismo si se nos cuentan las conversaciones con otros hombres públicos, o su actuación en sucesos de trascendencia política o social, que en el caso del recuerdo de alguien sin relevancia pública, alguien que nos cuenta la vida de su familia, o anécdotas sentimentales, o sus andanzas con el alcohol u otro tipo de drogas.

Nos gustaría, por ejemplo, que Santiago Carrillo hubiera escrito unas memorias más llenas de verdad que las que urdió, tramposas a más no poder. O no digamos Manuel Fraga, o muchos otros dirigentes políticos que han maquillado incontables episodios en los que tuvieron una actuación que ahora les interesa tapar o desfigurar. En casos así, no tengo duda de que hay que reivindicar la necesidad de la verdad. Como dice David Carr, y creo que es perfectamente aplicable y necesario a las memorias de personas con proyección socio-política, «la verdad es singular y las mentiras son plurales, pero la historia, los hechos tal como sucedieron, es a la vez inmutable y en gran parte imposible de conocer. Hay una camino no hacia la Verdad, sino hacia menos mentiras».


Coda (que tiene que ver más con anteriores entradas que con ésta): «Siempre sintonizaré más con un hombre perdido en el último muelle del último puerto del mundo que con un coro de hombres de acción tratando, por ejemplo, de cambiar la patria. ¡Los hombres de acción! ¡Los activos! Me acuerdo de lo que pensaba Flaubert de esa buena gente: ‘Hay que ver cómo se cansan los hombres de acción y nos cansan a los demás por no hacer nada. ¡Y qué vanidad más boba la que nace de una turbulencia baldía! ¿Qué ha quedado de todos los Activos, de Alejandro, de Luis XIV, etc.? El pensamientos es eterno, como el alma, y la acción es mortal, como el cuerpo’.» (Enrique Vila-Matas. Dietario voluble)

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Me parezco más al personaje que dibujo en Dietario voluble que el Vila-Matas que dice conocer su amigo, ya que su amigo probablemente no me ha visto en mucho tiempo, y yo he cambiado últimamente (como el círculos de mis amigos íntimos sabe)
Un saludo.
V-M

JL. Seisdedos dijo...

Se me ocurre que, tal vez, sea esa "trama novelesca que más que otra cosa molesta", la base del éxito de V-M. En realidad, por lo que yo le he leído, casi toda su obra constituye un gran dietario o, al menos, está basada en un gran dietario. Ocurre que, hasta ayer, ni aquí, ni en otros lugares, los dietarios han interesado demasiado al público. ¿Solución? Meter el dietario con la vaselina de la ficción.

Al margen de resaltar la "magia de lo literario", V=M tiene el encanto y la fuerza de la duda y su aceptación.

Yo sus libros los leo a saltos, temporales y textuales. Y, como telón de fondo, siempre esa cuestión que ha planteado en el artículo sobre verdades y mentiras.

elnaugrafodigital dijo...

"También la verdad se inventa", dice Machado. Esto de los diarios íntimos, o dietarios -nadie se pone de acuerdo-, plantea siempre el problema de la verdad, si entra o no entra en las páginas. Los diarios íntimos son literatura, no periodismo, por tanto, siempre habrá un hueco para cierta deformación literaria. Hay que tener cierta indulgencia al leerlos. Habla Andrés Trapiello de la PDA (la Policía de los Diarios Ajenos) y de la existencia de lectores-fiscales de esa verdad. Hombre, no hay que pasarse, pero, como dice otro diarista actual, José Luis García Martín, para que un diario lo sea de verdad, debe ser sincero. Y eso que él mismo reconoce que inventa, y que introduce pasajes de ficción como si fueran del todo reales, demostrables por la policía de verdad.

Esta claro que el diario íntimo juega siempre a favor de quien lo escribe. Pero también debe poner parte de sus miserias para que este tenga su valor. Y Vila-Matas (aún no lo he terminado) no lo hace en exceso, por eso quizá es más un dietario que un diario, en la definición de Vicente Huici Urmeneta, con la que los dietarios vienen a ser textos más objetivos sobre la realidad (Josep Pla) y los diarios íntimos literatura más subjetiva y persona, íntima (Miguel Sánchez-Ostiz, Jules Renard, Julian Green).

Me gusta el tono de EV-M, pero hay siempre ese personaje vilamatasiano, hipertrofiado de citas literarias. Hay poco de un ser humano con sus pejigueras, que diría el otro. Está siempre EV-M con su enfermedad literaria a cuestas, y a ratos puede resultar incluso infantil.

Me está gustando el libro, pero prefiero sus novelas, porque allí noveliza su vida íntima, de tal modo que sí que cuela sus verdaderas cuitas: soledad, miedos abisales, etc. Le recomiendo "Doctor Pasavento" y "El mal de Montano", en mi opinión dos estupendos libros.

Y, sí, como dice Juan Luis, hay poco desconocimiento de la literatura de diarios, la gente no entiende qué significan, hay mucho lugar común equivocado. Y es un género muy interesante, sobre todo para descansar de la ficción, de la novela, y picotear, en este mundo tan dado al picoteo fragmentado.

Esperemos que "Dietario voluble", pese al exceso metaliterario, acerque más el diario puro y duro.

Un abrazo y perdón por el rollo. El tema me atrae.

Javier Díaz dijo...

Me asomo a Vila-Matas y leo en la solapa no sé qué de "horizonte plausible". Como no entiendo nada y compruebo, además, que el párrafo está lleno de vacíos de toda índole, aparco el libro, me cisco en los euros que me ha costado y hago memoria de algún amigo "voyeur" para obsequiarle con el dichoso dietario-diario.

elnaugrafodigital dijo...

Tengo en mis manos el libro y no veo por ningún lado lo de "horizonte plausible"... Por cierto, es vd. javier díaz húder?

Anónimo dijo...

Al náufrago digital:

El libro de Vila-Matas al que se refiere J. Diaz es -Exploradores del abismo- y ahí si que figura el horizonte plausible...¿y es que acaso no somos todos vividores de situaciones a veces al borde del límite? No es Húder, no...