En un cuento del escritor americano John Cheever, Reunión, un hijo que no ha visto a su padre en tres años se reúne con él en Nueva York para pasar hora y media, aprovechando una escala en un viaje. Al hijo, el narrador, le emociona el encuentro con el padre divorciado, e imagina un futuro donde los dos hombres renovarán y soldarán hasta la muerte los lazos que los vinculan. Pero la cita resulta un completo desastre. Bien sea en los bares a los que van, bien en el puesto donde quiere comprar un periódico, el sencillo acto de pedir una ginebra o la prensa lo acompaña el padre de mensajes adicionales repletos de desprecio, chulería, arrogancia y agresividad. En cada conversación, por breve que sea, el padre enfurece a las personas a las que se dirige, y el ambiente bronco, destemplado y casi explosivo que de inmediato origina se le hace a su hijo insoportable. “Aquella fue la última vez que vi a mi padre”, termina, harto, el narrador.
Me ha venido a la memoria el cuento de Cheever observando cómo se comportan algunas personas que tengo cerca últimamente, y que poseen la misma cualidad siniestra que ese padre. Son gentes que saben introducir, en conversaciones banales, en intercambios que bastaría con que fuesen civilizados, cargas constantes de hostilidad, observaciones ajenas a la conversación principal, pero entrelazadas con ella, que pronto enrarecen la atmósfera, que la van electrizando y estropeando de la peor manera posible. Su tono, sus pullas, su altanería, sus ganas de regalar a la menor una lección que nadie les ha pedido, o sus muletillas sobre la propia conversación (no me interrumpas que estoy hablando, parece que no entiendes lo que te digo, te he dicho mil veces, tú como siempre, qué fácil es decir eso, etcétera) crean, como si dijéramos, una segunda y tensa conversación adicional que con frecuencia acaba desplazando a la primera, la cual pierde importancia en beneficio de esa segunda cada vez más conflictiva.
Como dice Enrique Vila-Matas, esas personas se merecen una actitud que no siempre es fácil: no darse por enterados ante sus ataques, practicar la indiferencia.
Observación colateral: “Es insoportable lo que me produce la búsqueda diaria de personas amables, educadas, con buen carácter. Cada día me siento más fatigado de todos esos seres que nos tratan tan mal. Es insoportable el malhumor general, la mala educación reinante. Cuanto más avanzamos en el estado del bienestar, más horrible y malhumorada se vuelve la gente. Tal vez es consecuencia de que ese bienestar lo estamos alcanzando por medio de luchas encarnizadas. Lo cierto es que el buen carácter es, de todas las cualidades morales, la que más necesita nuestro mundo, y seguramente el buen carácter es consecuencia de la tranquilidad y no de progresos bestiales”. (Enrique Vila-Matas. Dietario voluble)
1 comentario:
Estimado editor:
Tal vez ahora que Vila-Matas presenta un libro que parece todavía de menos ficción, una especie de no-si-ficción, le interese más el personaje. Ya hablaremos. ¿le está gustando a usted o qué?
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