Hace muchos años, todavía en el franquismo, y gracias a un familiar que influyó mucho en mí leí La calle de Valverde, novela de Max Aub que, con algunos cortes de la censura, había publicado una editorial catalana, Aymá. Me causó, dentro de mi poca competencia lectora adolescente, una impresión imborrable. Fue el comienzo de mi devoción por Max Aub.
Pocos años después, muerto ya Franco, la editorial Alfaguara, en la época dorada de Jaime Salinas, publicó todo el ciclo de novelas de Aub de El laberinto mágico. Soy de los que piensan que sobre la guerra civil no se ha escrito, todavía hoy, algo tan potente, de tanta calidad.
Como para entonces ya tenía dinero para comprar libros, no sólo me hice con El laberinto mágico y otras novelas de Aub, sino también con un estudio sobre la narrativa de este autor con el que me había topado aquí y allá, en bibliografías y notas al pie. Su autor era Ignacio Soldevila Durante. Es un estudio soberbio sobre el mundo de Max Aub, un libro luminoso y concienzudo, un libro que al lector de Aub le ayuda muchísimo a entender sus constantes narrativas, o por ejemplo su estilo tan peculiar, seco y concentrado —hasta el conceptismo— y rico al mismo tiempo.
Desde entonces he leído otros textos de Ignacio Soldevila, no sólo sobre Max Aub –merece la pena citar un largo estudio sobre la novela española desde 1936—. Pero mi simpatía y afinidad con él siempre fue de la mano (sin conocerlo, claro), de su pertenencia señera a la comunidad de lectores fervorosos del autor de las novelas del Laberinto mágico, o de La calle de Valverde, o de La gallina ciega, ese diario que, como dice Soldevila, rezuma “la amargura de un reencuentro fallido con España; país extraño y extrañado tras tantos y tan duros años de exilio y distanciamiento”.
En marzo de 2004 la Universidad Pública de Navarra organizó unas jornadas sobre Max Aub, alrededor de la representación, por el aula de teatro del centro, de una de sus obras. Y Enrique Jaurrieta, entonces responsable de las actividades culturales, pensó en traer a Ignacio Soldevila para que nos hablara a los admiradores de Aub de la común pasión. Soldevila, jubilado ya de su puesto universitario en Canadá, pasaba largas temporadas en Alicante, y aceptó muy amablemente venir hasta Pamplona. Anticipé, con ilusión, que habría así oportunidad de aprender de él, de escucharle, de preguntarle mil y un detalles.
Pero el día que Soldevila, en su viaje desde el Levante, debía cambiar de tren en Atocha para llegar a Pamplona fue el once de marzo, el maldito 11M. De común acuerdo, la charla quedó pospuesta. Nunca tuvo lugar.
Ayer noche me enteré, en La nave de los locos, el blog de Fernando Valls (los blogs están demostrando diariamente que su agilidad y atención a ciertas noticias supera a la de los medios convencionales) de que Ignacio Soldevila murió en Montreal el jueves pasado. No lo conocía, no lo había visto nunca ni en foto, y sin embargo su muerte ha puesto de nuevo en acción muchos recuerdos. Los libros, como dice Alfons Cervera en el correo que reproduce Fernando Valls, generan una poderosa unión, se esté donde se esté.
2 comentarios:
Al final, importa poco no haber tenido el privilegio de compartir una menestra con Soldevilla. Cuando sus cenizas ya están aventadas, lo que atesoraba vive en sus libros. En el mejor de los casos, de la menestra se hubiera derivado un libro dedicado, que espera paciente a que se despeje el rimero de títulos de la mesilla.
Como bien dices, el 11 de Marzo de 2004 estaba prevista la conferencia del profesor Ignacio Soldevilla Durante, catedrático emérito de la Universidad de Laval (Quebec)con el título "Max Aub en su centenario". El lugar, la Sala de Exposiciones Carlos III (hoy clausurada.)
Al día siguiente el Taller de Teatro de la Universidad Pública pondría en escena, en lectura dramatizada, la obra de Max Aub "San Juan".
Un artístico cartel editado para la ocasión publicitaba las dos acividades bajo el título "En torno a Max Aub"
Los trenes del amanecer de aquella horrenda madrugada del 11 M, impidieron el encuentro con el profesor Soldevilla y sobre todo con el exiliado, olvidado y poco reconocido escritor.
Hoy la parca nos vuelve a impedir y esta vez para siempre, poder reeditar aquella propuesta y convocatoria literaria.
La menestra a compartir que indica Díaz, literaria por supuesto, deberá degustarse con otros comensales. Que aproveche.
Pero quedan las recetas.
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