Como a Jose Mari Romera, la muerte de Rafael Azcona me hizo volver el mismo martes a Memorias de sobremesa, el libro que Angel Sánchez-Harguindey preparó hace diez años a partir de unas conversaciones entre el gran guionista y Manuel Vicent. Los dos y el editor comieron varios días en un buen restaurante, y el fruto depurado de sus charlas, grabadas tras el yantar, es este libro, irregular, desequilibrado, pero con páginas muy amenas, nutrido de peripecias biográficas de los dos escritores, de historias mínimas y chuscas que nos devuelven al negro franquismo, de algunas reflexiones más o menos jugosas sobre el éxito, el amor, la vejez, la muerte o el patriotismo y, como es de rigor en una sobremesa relajada de amigos, con anécdotas traídas con mucha gracia por Vicent o Azcona.
Da pena que un volumen tan entretenido ande descatalogado hace tiempo. Incluso en los grandes sitios web de venta de libros (iberlibro y uniliber) sólo quedan dos ejemplares. Por eso me atrevo a reproducir unas líneas que considero significativas de las actitudes movían a Rafael Azcona, “un escéptico de todo”, como dice, “y, sobre todo, de mi propio escepticismo”. Se comprende así que admirara la respetuosa y descreída conducta de un barbero ampurdanés que “antes de meterle al cliente la tijera le preguntaba amablemente: ‘¿Con conversación o callado?’ Si le pedían que mantuviera cerrada la boca no despegaba los labios, pero si el cliente deseaba conversación, el barbero inquiría: “¿Dándole la razón o con controvesia?”.
El escepticismo de Azcona no era fúnebre ni agónico, sino vitalista, sensual y ajeno a cualquier palabra inflamada o solemne: “abrir los ojos por la mañana y notar que no me he muerto me produce una sensación muy placentera, y no comprendo el lío que se ha armado tanta gente intentando buscarle un sentido a la existencia: la vida no tiene otro sentido que ése, el que le da vivirla”.
En ese planteamiento tan elemental, y la consiguiente aversión hacia las grandes palabras, o hacia el patriotismo o el heroísmo, encaja el rechazo, que tantas veces apareció en sus guiones, a los uniformes, los militares, el servicio militar y la guerra. Azcona recuerda a propósito una historia que no precisa comentario: al estallar la guerra civil, un pastor, un chico de dieciséis o diecisiete años, estaba en el monte, como casi todo el año, cuidando el ganado. “Un día el alcalde del pueblo, que por cierto era el sacristán, sube al monte y le dice: ‘Tienes que bajar a Logroño, que te llaman para el servicio militar’. El chico, que no había salido nunca de aquel monte, va a Logroño, se presenta en el cuartel, le dan un uniforme que le sobra por todas partes, lo meten en un tren, llega al frente del Ebro y nada más bajar del tren, y sin saber ni siquiera a quién debía considerar ‘enemigo’, lo matan de un morterazo”.
3 comentarios:
Que bueno esto de Azcona del sentido de la vida. Coincido con el y me parece que muchos problemas se crean por las personas que empeñadas en que lo tiene, no se limitan a buscarlo para ellas sino que exigen compañia.
La vida es maravillosa o puede serlo, !a por ella¡.
Voy a ver cuanto vino bueno me queda.
Salud
acabo de ver este Blog,,,,, estoy buscando Memorias de Sobremesa por todo Madrid y no lo encuentro de ningún modo,,,,, totalmente descatalogado? no hay posibilidades de hacerme con ningún ejemplar?
Señor Fdo.
He visto que en www.iberlibro.com, o en www.uniliber.com, aparece un ejemplar del libro de las conversaciones entre Azcona y Vicent. Lo vende una librería murciana, Solar del Bruto. Pruebe a pedirlo por cualquiera de estas dos vías, a ver si hay suerte y no lo han servido ya a otro interesado.
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