«Sabemos que la creciente amplitud de nuestro mundo de experiencia no lleva pareja la profundidad de lo vivido. Y, aunque sea enormemente complicado comparar con tiempos pasados sin que asomen falsas nostalgias de lo que nunca fue, quizás en este caso sí podría ser verdad que a más extensión, más superficialidad. Posiblemente, el mejor ejemplo de lo que digo pueda encontrarse en la experiencia del turista que, simplemente por el hecho de mirar, sin saber nada, cree ya conocer. . (...) La pregunta es: ¿hasta qué punto la “experiencia turística”, la del que mira sin llegar a ver, invade el propio mundo cotidiano, penetrando hasta los espacios más cercanos y hasta las mismas relaciones cara a cara? ¿Somos cada día más unos turistas sin movernos de casa?
Se me hizo clara esta sensación cuando, participando el viernes pasado en la extraordinaria ceremonia religiosa del entierro del abad Cassià Maria Just, no paraban de entrar y salir grupos de turistas, la mayoría gente mayor, que se contentaban con mirar sin entender nada. Entraban en la basílica, descubrían con sorpresa la multitud –sin atender a que seguía muy emocionadamente la liturgia-, intentaban colarse a codazos hasta donde podían, no llegaban a ver ni a escuchar nada y se retiraban después de algunos minutos sin haberse ni enterado de que se trataba de un entierro. Hacían ruido, hablaban entre ellos, les sonaba el móvil, sacaban fotos, pero no preguntaban nada a los que intentábamos mantener la concentración, no por no atreverse, sino porque nos consideraban atrezzo del espectáculo que estaban viendo. En realidad, tenían bastante con dar un vistazo, como quien se agolpa detrás de un grupo de curiosos para saber qué miran.
(...) En la basílica de Montserrat, el contraste era especialmente intenso por la distancia que había entre la profundidad religiosa, artística y de sentimientos que tejía y vehiculaba aquel ritual que agrupaba a la mayoría de los asistentes y la levedad de la experiencia de los que entraban y salían. Por si fuera poco, los portadores de la superficialidad no eran adolescentes a los cuales es tan fácil achacar este tipo de males, sino gente mayor. (...) En el fondo, me pareció estar ante una metáfora de lo que es el estilo de vida actual, aplicable por igual a la política, a las creencias, no digamos al ocio, y a las propias relaciones personales».
Salvador Cardús i Ros
La Vanguardia, 19 de marzo
1 comentario:
Hola Ricardo, ya era hora de que salieras del letargo invernal. Nos tenías a todos tardados.
Es interesante el texto, aunque respira un poco de la autocomplacencia de quien está en el ajo frente a los que no se enteran de nada. la cuestión es si entre vivir las cosas casi sin tocarlas (la actitud del turista) y vivir las cosas con todo tu ser (la actitud del fanático) habría un saludable término medio, porque a ver si la alternativa al turista va a ser el talibán. Yo no estoy demasiado seguro, la verdad.
Publicar un comentario