Este Christopher Hitchens, del que se acaba de publicar Dios no es bueno, una crítica feroz de la religión. Pero ahora me interesa otro asunto. Hace pocos años furibundo troskista, Hitchens es hoy un desacomplejado defensor de Bush y de la guerra de Irak. No es poca mutación para alguien que en tiempos exigió un juicio internacional a Henry Kissinger (¿un tipo peor que Bush o Donald Rumsfeld?) por cargos tan leves, apenas una minucia, como “crímenes de guerra, crímenes contra la humanidad, y por delitos contra el derecho consuetudinario o internacional, entre ellos el de conspiración por cometer asesinato, secuestro y tortura”.
No está mal cambiar, evolucionar, rectificar. Hay personas que con los años, por suerte, van adquiriendo más y mejor información, y una comprensión más amplia y profunda de la naturaleza humana y de los procesos sociales. Ello les conduce a desechar sus ideas o visiones antiguas más toscas y erróneas, y adoptar otras mejor fundadas, razonadas, complejas y consistentes. Hitchens, creo, es un ejemplo de alguien que, al menos en varios aspectos, ha ganado respecto a la época en que peroraba, insultaba y despotricaba desde las revistas inglesas más izquierdosas.
Pero hay en mí un fondo íntimo de disgusto e irritación ante esta clase de personas (Hitchens no es más que un síntoma) que, por encima o por debajo de sus mudanzas vitales o ideológicas mantienen, intacto, su férreo dogmatismo, su desprecio por el que no piensa exacta y milimétricamente como ellos, incluso su chulería personal e intelectual, su personalidad displicente y autoritaria, el ánimo discurseador del que tiene un proyecto de salvación que, sea el que sea, le parece evidente. En España sufrimos casos muy sonoros. Cambian (¿cambiamos?) de ideas, de partido, de tribunas donde bramar. Pero la estructura básica de la personalidad subsiste idéntica. Los hay que, doble marca, fueron izquierdistas con crueldad y ahora son conservadores con vileza. Y también, por ejemplo en España, quienes –menos- han transitado de un derechismo religioso o incluso de un falangismo a una izquierda que se apunta a todos los trenes “resistentes” o “antiglobalizadores” de moda, a todo lo que se mueve.
No quiero generalizar, no sería justo. Pero se me ocurren unos cuantos nombres de intelectuales (y de otras gentes: hay quien ha pasado, cerca de mí, por cinco o seis partidos) que igual han entendido más o menos el fondo doctrinal –y proteico- del liberalismo, pero no tienen ni idea de lo que es una conducta liberal. Y no digamos de lo que significan la duda, el relativismo, el escepticismo, la humildad o la simple prudencia.
El brillante y temible Christopher Hitchens, según su amigo Martin Amis cuenta en Experiencia, le organizó en cierta ocasión una bronca monumental a Saul Bellow. El americano (¿hay alguien más grande en la novelística de la segunda mitad del siglo XX?) había invitado a cenar a los dos jóvenes británicos airados. Pero todo salió mal. El despliegue de Hitchens, su “estampida cerebral” en defensa de Palestina y contra el estado de Israel fue de tal calibre (“catarata de razón pura con todo lujo de detalles concretos, precedentes históricos, candentes estadísticas, llamativas y finas distinciones”), aplastó de tal modo a Bellow que la velada se estropeó sin remedio. Hay que ser un cretino, a un paso de la gilipollez redomada, para comportarse así, mucho más si Hitchens lo hizo apoyándose –lo dice Amis- en un intelectual tan discutible y sobrevalorado como Edward Said. ¿No pensará ahora este feroz polemista que más le valía haber aprovechado el encuentro con Bellow para aprender algo de él, en lugar de asestarle su propio discurso, que seguro que por otra parte el autor de Herzog ya habría oído decenas de veces?
Hoy Hitchens no piensa lo mismo que entonces. Pero no sé si no sigue siendo el mismo. Como dijo alguien que le conocía muy bien, la frase “no sentirse avergonzado lo más mínimo” se debería haber inventado pensando en él. Bueno, en él y en otros muchos que yo me sé.
1 comentario:
Que buen artículo Ricardo, me quedo con las ganas de saber unos cuantos nombres de esos que nunca tienen vergüenza de decir lo que dicen aunque hoy sea lo contrario de ayer y en cada momento son poseedores de la verdad. Hay algún caso evidente en la radio pero sigue mi curiosidad.
Gracias.
Elperi.
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