He leído la pequeña monografía de Annie Cohen-Solal sobre Jean-Paul Sartre que publicó en castellano Anagrama hace año y pico. De la misma autora ya devoré en el año noventa su gran biografía del pensador francés, muy rica en detalles y en brío narrativo, y que hace poco reeditó Edhasa. Pero este librito, perteneciente en su versión original a la magnífica colección Que sais-je?, es capaz en 130 páginas de dibujar la zigzagueante trayectoria de un hombre y un escritor que logró fascinar a tantos en el mundo entero durante más de cuarenta años. Da un mucho de vergüenza decir algo a estas alturas sobre un gigante al que se han dedicado tantísimos libros. Sólo diré que el de Cohen-Solal permite recordar que Sartre fue un especialista en entusiasmos que, como buen grafómano, le empujaban al papel, pero sobre todo en rupturas y broncas. Un tipo que, entre otras varias adscripciones, fue sucesiva o simultáneamente un individualista de un pesimismo sin resquicios, anarcoide y ensimismado, un resistente mediano frente al nazismo, un célebre compañero de viaje de los comunistas y luego fustigador radical de ellos, un anticolonialista implacable al que odiaron por ello tantos franceses, un maoísta en el 68 y al final, simplemente, un lúcido enfermo y ciego abandonado al escrutinio cruel de Simone de Beauvoir. Un hombre que nunca aguantó muchos años en ningún lugar ideológico, un provocador, un incómodo que a veces de puro revolucionario resultaba de un oficialismo de jefe de estado, aunque indefectiblemente acabara abominando de lo que antes había defendido. Sartre, sobre el que se cebaron casi todos los intelectuales tras su muerte, fue toda su vida, creo, un auténtico tocapelotas en perpetua reacomodación, un equivocado genial, un feroz debelador de la familia y los amores convencionales y un adelantado en la defensa de los homosexuales, los inmigrantes y los pueblos que se sacudían en la segunda mitad del siglo veinte la dominación colonial (aunque luego acabaran padeciendo regímenes tan brutales y corruptos como el del colonizador expulsado). Y fue, muy especialmente, para lo que ahora nos queda como lectores, un prolífico increíble que manchó miles de páginas en todos los géneros y formatos, unas de circunstancias pero otras muchas inolvidables.
Annie Cohen-Solal ha sido tildada de poco objetiva en su relato del devenir sartriano, y en este mismo librito se reproduce en apéndice un artículo de Xavier Antich que considera que su magna biografía está lastrada "en exceso por la fascinación ante el personaje y sus historietas”. No estoy seguro de que este juicio sea muy justo. Cohen-Solal simpatiza abiertamente con su biografiado, cierto, pero es lo suficientemente honesta como para ofrecer tanta y tan variada información sobre él que coloca al lector en situación de forjarse su propio juicio. Y en esta breve monografía hay, entre otras muchas páginas valiosas, un capítulo que es modelo, creo, de objetividad y de cuidado en el matiz: el relato de las opuestas actitudes ante la guerra de descolonización de Argelia que mantuvieron Camus (“autóctono, sensibilizado, desgarrado, perfectamente consciente de la realidad”, paulatinamente silencioso y ausente) y Sartre (“el metropolitano, el extranjero, el teórico”, el intelectual de izquierda simbólico, el profeta de la guerra, el principal apoyo intelectual en Francia de los argelinos rebeldes).
De todo eso y mucho más se habla en las pocas páginas del libro, a través del cual aparece un Sartre que la autora considera “en primer lugar un modelo, una práctica, antes que una doctrina o una obra”. Sartre sigue siendo “perturbador para algunos por su permanente labor de zapa, saludable para otros y, más que nunca, brújula ética.”
Por cierto que, muy animado por este pequeño volumen, me he asomado también una buena ración de horas a El siglo de Sartre, de Bernard-Henry Lévy (se salda ahora en muchos sitios, ¡ay!, a tres euros este interesantísimo libro), y a Sartre y Beauvoir, de Hazel Rowley, otro estudio de los líos amorosos y sexuales de la pareja que quiso ser transparente y distinta. Los dos libros tienen partes muy recomendables. Pero desde que leí el primer libro de Annie Cohen-Solal, esta autora pasó a ser mi acompañante preferida en los merodeos por la vida y obra de Sartre.
1 comentario:
A mí el libro que siempre me ha resultado fascinante es La ceremonia del adiós.
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