14 mayo 2006

De nuevo la pelea

Hacé poco, en un volumen de los diarios de Salvador Pániker me topé con esta anotación: «A propósito de sueños, esta noche he tenido uno muy extraño y muy erótico. Sólo que no me tomo la molestia de interpretarlo. No está uno ya para esas bromas. No creo que los sueños sean la expresión de deseos inconscientes reprimidos sino, más bien, combinaciones accidentales de informaciones dispersas, probablemente acumuladas en la víspera, condicionadas por lo que uno comió durante la cena, y apuntando —quizás— a una cierta adaptación con el ambiente».

El desdén contra las interpretaciones psicoanalíticas corrientes que despide este fragmento me recordó la primera andanada vehemente que leí contra aquellas, a comienzos de los años ochenta. En una magnífica revista editada en Asturias, Los Cuadernos del Norte, modelo de calidad y cosmopolitismo, se publicó un largo artículo de Mario Bunge, filósofo y físico con una muy relevante producción sobre los métodos y contenidos de la ciencia, y las relaciones de ésta con la filosofía.

El artículo de Bunge me sorprendió por su virulencia. Yo era bastante joven, pero había podido disfrutar para entonces de las lecciones de Víctor Gómez Pin sobre Freud en la posteriormente mítica facultad de Zorroaga, en un curso en el cual, tras un cuatrimestre inolvidable sobre Kant, apareció Totem y tabú, libro que, en manos de Gómez Pin, resultaba fascinante. Freud, nos decía, era un continuador y al mismo tiempo liquidador de la obra de Hegel, un pensador que con su indagación en el inconsciente se adentraba, como un gran descubridor, en lo que está más allá de la razón y funciona paralelamente a ésta. De hecho, uno de los libros de Gómez Pin ilustra muy bien en su título este tránsito de Hegel a Freud: Ciencia de la lógica (título de la obra más célebre de Hegel) y lógica del sueño (la que desentraña Freud). En Zorroaga, cierto, nadie hablaba de Freud como de un científico -ni falta que hacía, podemos decir-, pero sí se le consideraba un filósofo como la copa de un pino. Por otra parte, nunca oí al también brillante Javier Echeverría, entonces dedicado a la historia y la metodología de la ciencia, referirse a Freud como un charlatán. Echeverría se tomaba muy en serio al fundador del psicoanalista, hasta el punto de escribir un libro al alimón con el seductor Gómez Pin.

Los argumentos de Bunge que estudié en Los Cuadernos del Norte fueron recogidos después en su libro Seudociencia e ideología. Para él, “lejos de constituir un avance revolucionario, el psicoanálisis constituyó una contrarrevolución devastadora”. Alejado de las universidades más prestigiosas, afirma, “el psicoanálisis sigue haciendo estragos en la cultura popular y en las semiciencias sociales, así como en las humanidades”. Algo lamentable, porque no es más que “un gran montón de conjeturas fantásticas”, un engendro al cual “no se le debe una sola ley científica y ni una sola predicción certificada. En cambio, se anima a explicarlo todo, desde las fobias y los actos fallidos hasta el arte y la guerra. Y se atreve a entremeterse en la vida privada de miles de infelices enfermos mentales”. Bunge culmina su requisitoria señalando que el psicoanálisis “es un auténtico quiste en la cultura contemporánea. Aunque, eso sí, mucho más divertido que la parapsicología”.

Con Bunge y Gómez Pin yo había conocido una versión (hay otras muchas, claro) de los dos polos de una disputa que comenzó ya en vida de Freud, y que estos días, con ocasión del 150 aniversario del nacimiento del vienés, resurge por enésima vez. El pasado domingo El País dedicaba nada menos que un editorial (Freud nos mira) a defender con pasión las teorías y terapias freudianas. Para el anónimo entusiasta, la corriente psicoanalítica (que piensa “los conflictos personales como efecto de enredos anidados en zonas oscuras e inconscientes del espíritu y cuya formación habría tenido especialmente lugar en las etapas de la infancia”) ha tenido una importancia decisiva en nuestra cultura: “¿cómo hablar de la historia del arte, del cine, de la literatura, de la música, de los masivos movimientos políticos o los extraños movimientos del corazón ignorando a Freud?”

Pero el editorial iba un paso más allá, toda vez que exaltaba no sólo las interpretaciones psicoanalíticas, sino también su uso como terapia, porque, “seguramente tras la abusiva aplicación de terapias exprés y psicofármacos a granel, una parte de los pacientes ha confiado en la profundidad de un método que se apoya en el habla”, un método, en suma, “más acorde, en teoría, con el supremo bien de la comunicación”.

Esto se proclamaba, insisto, en un editorial, lo cual me dejó perplejo. ¿Debe un periódico tener línea editorial sobre una cuestión tan disputada, en la que no hay ni remotamente unanimidad ni consenso? ¿Es un asunto donde deba tomar partido de forma tan «oficial», impersonal y anónima, y defendiendo no sólo la teoría sino también la terapia (o las terapias, porque el psicoanálisis está lleno de tendencias y sectas enfrentadas entre sí)? No es extraño que a los dos días el periódico publicase la carta de un catedrático de Psicobiología que asestaba aceradas críticas al psicoanálisis en la misma línea que Mario Bunge.

A mí me sobran dudas sobre el fondo de la cuestión, la del valor de verdad del psicoanálisis y/o sus bondades curativas (o sobre el estatuto de la ciencia y de la filosofía, por ejemplo), y exponerlas todas me llevaría por caminos que esta modesta bitácora no debe recorrer –ya que no es más que un registro urgente de dudas e impulsos, el registro, además, y casi siempre, de un diletante-. Pero supongo que la virulencia de la discusión guarda relación con que no hablamos sin más de teoría o de una corriente filosófica; y es que con Freud comienza(n) una(s) poderosa(s) práctica(s) clínica(s), que tienen muchas veces como pacientes a “infelices enfermos mentales”, lo cual carga a la controversia de una gravedad particular. No sé, tengo que hablar con mi amigo P. para que me regale, desde su mucho saber en este asunto, al menos dos centavos de luz.

1 comentario:

Hiporosa dijo...

¿Hay mucha diferencia entre las emociones modernas, tan científicas, y la libido, incluso el zánatos? ¿Entre los isntintos freudianos y el sistema límbico o cerebro reptiliano? ¿Que otra cura que la palabra puede sanar al ser humano, "puro" logos. Etc.

(jrub)