En 1946, Agustí Calvet, mucho más conocido por el seudónimo de Gaziel, que ha popularizado desde joven en sus miles de artículos y posteriores libros recopilatorios, está a punto de cumplir sesenta años. Hasta 1936 fue un periodista de los más grandes, y además durante más de diez años dirigió o codirigió La Vanguardia, el gran periódico de la burguesía catalana y el de mayor tirada en España. Pero su distancia vital y política respecto a los dos bandos enfrentados en la guerra civil, y el riesgo de que lo asesinaran en Cataluña al comenzar esta, lo llevó a huir a París, donde vivió los tres años de la contienda española al margen de cualquier acción política. A su vuelta en 1940 sufrió un proceso incoado por el nuevo poder franquista, del que salió absuelto, y se trasladó a vivir a Madrid, donde fundó y dirigió la editorial Plus Ultra. En 1946, terminada la segunda guerra mundial, Gaziel vive bien desde el punto material, pero su ánimo ha virado a los tonos más negros. Para empezar, no tiene periódico en que escribir. La Vanguardia es un medio “ocupado” por el franquismo que no tiene nada que ver con el que Gaziel dirigió, y en todo caso él no quiere travestirse en apologista del nuevo régimen ni vivir en una Cataluña que contempla desolado en su situación del momento –porque Gaziel, aunque haya escrito en castellano casi siempre, es un catalanista ardiente desde su juventud-.
Su carrera periodística, ya digo, se ha interrumpido de forma radical, tal vez ha llegado a su fin. Además, la esperanza que lo mantenía ansioso en los últimos tiempos, que la victoria de los aliados en la guerra mundial se llevara por delante el régimen de Franco, se revela una triste ilusión. Los aliados no acabarán con la dictadura en España, no tienen ningún interés en derrocarla. Va a continuar por tanto, puede que muchos años, un régimen feroz, implacable con el disidente, con el demócrata, con el liberal, con todo aquel que sienta repugnancia por los fastos del fascio español.
¿Qué hacer? A Gaziel, por supuesto, no se le ha olvidado escribir, aunque su nombre haya sido barrido de la profesión. Con una formación muy sobresaliente respecto a la media de los de su oficio, dueño de un estilo un poco inflamado, grave, dolorido, pero suntuoso, preciso, repleto de recursos e ideas que transparentan su enorme cultura, a un Gaziel desesperado, que no ve por delante (¡y ya tiene sesenta años!) más que el desierto franquista, sólo se le ocurre meditar para sí, alimentar en catalán un cuaderno en el que volcar sin censura lo que le subleva íntimamente, sin pensar ni por lo más remoto en que tales pensamientos puedan ser publicados. Crece así Meditaciones en el desierto, el libro que ahora he leído atento y arrebatado.
Gaziel escribe sobre el abandono miserable de Inglaterra, Francia y Estados Unidos, países de los que tanto esperaba, potencias occidentales que han dejado a los demócratas españoles a los pies de los caballos franquistas; se extiende en la naturaleza brutal, clerical, militar, castellanista y antimoderna del régimen, y también de la derecha española más desatada que se adhiere a él; sobre la inhibición de la burguesía, castellana y catalana, a la hora de impulsar un régimen moderno, liberal y democrático occidental en España, ya en la República y mucho más en los tiempos que ahora sufre, en los cuales los ricos sólo piensan en hacerse más ricos al abrigo de Franco; sobre la cobardía y sumisión de los intelectuales notables que no se exiliaron, como Ortega, Azorín, Marañón y tantos otros, a los que más les valdría permanecer en silencio; o sobre el hundimiento absoluto de cualquier posibilidad de que Cataluña tenga alguna personalidad política propia, algo que Gaziel carga no sólo en el debe del régimen, sino también en la falta de coraje y visión histórica de los catalanes (sus páginas sobre Cambó son de una enorme penetración). De paso, registra algunas de sus lecturas, en las que el peso de los autores franceses es decisivo, reflexiona sobre el sexo y la muerte, sobre el carácter racional de los hombres y sus limitaciones, sobre la imposible felicidad duradera, sobre arte y el Quijote…, sobre todo lo que cavila en esos años, entre 1946 y 1953, en que mantiene abiertas esas Meditaciones en el desierto de tono rabioso y sabio, las cuales alimentará al tiempo que escribe tres grandes libros, que sí publica, sobre España y Portugal, libros de viajes y de reflexión histórica que el franquismo permite que salgan a la luz. Cuatro años después, en 1957, a sus setenta, Gaziel volverá a Cataluña, y en catalán seguirá escribiendo hasta su muerte en 1964. Muchos años después, estas Meditaciones en el desierto verán la luz y ayudarán a que muchos lectores descubran al gran escritor que la guerra civil y el franquismo habían sepultado.
Meditaciones en el desierto se publicó en castellano en 2005 y me temo que se vendió poco. Pero este 2014, al socaire del centenario del inicio de la primera guerra mundial, la Gran Guerra, Gaziel conoce de nuevo una cierta fortuna editorial: se están reeditando algunas de sus crónicas de corresponsal de esa guerra, las crónicas con las que nació, casi por accidente, un periodista formidable (él iba, en realidad, para profesor universitario). El Asteroide ha reeditado De París a Monastir, un viaje por la guerra desde Francia a Grecia y Serbia, y Diéresis ha preparado En las trincheras, una antología que estos mismos días leo admirado y sorprendido.
Uno llega a “sus” autores cuando el azar y las circunstancias lo permiten, cuando fijamos nuestra atención en autores que igual nos habían llamado hace mucho tiempo sin que les prestáramos atención. Yo he llegado muy tarde a Gaziel, pero menudo festín: qué escritor me había perdido hasta ahora. De los grandes periodistas de los años veinte y treinta, he disfrutado y aprendido mucho de Pla, de Chaves Nogales, de Camba y de otros de menor fuste. Pero Gaziel ha sido todo un acontecimiento.
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