02 julio 2013

Remordimiento

El sentido de un final, de Julian Barnes, cuenta la historia de un hombre nada especial. Anthony (Tony) Webster es relativamente culto y ha tenido en la vida un buen pasar, pero él mismo se conceptúa como no demasiado brillante ni perspicaz. En su primera juventud, años sesenta, sufrió por su torpeza con las mujeres. Ese tiempo, para él igual que para muchos más, no fue el de gran liberación, sino todavía el de las dificultades de relación y la penuria sexual. Por suerte, Tony no ha sido un hombre arrebatado, de extremos emocionales. Lo ha protegido su robusta capacidad para sortear grandes decepciones y tormentos, para desenvolverse en las zonas templadas del sentimiento, al abrigo de dolores intensos. Pero en la jubilación debe padecer la rememoración parcial, confusa, intrigada y a la postre preñada de remordimientos de ciertos episodios de aquella lejana juventud.

Dos motivos recorren este narración y desencadenan la aflicción y el malestar del protagonista: la escasa fiabilidad de nuestra memoria y la deficiente comprensión de lo que nos sucede. En la primera parte Tony Webster resume los hechos esenciales de su juventud, incluidos aquellos que, pasados cuarenta años, comprobaremos que exigen una revisión. Porque ni la memoria acredita una gran solvencia ni, lo que es más grave, Tony interpretó adecuadamente las relaciones con sus amigos o con su novia de entonces y la familia de ésta. Un joven inseguro, acomplejado, resentido y torpón difícilmente podía captar con justeza el entramado de relaciones en que vivía, y por tanto mal podía responder con la suficiente amplitud de miras.

El problema es que la imagen que se ha forjado Tony Webster de sí mismo como alguien moderadamente dichoso, tranquilo, al que nada conturba en demasía, salta por los aires al enfrentarse a su conducta de cuarenta años antes, cuando enseñó ante su novia y el amigo más admirado un rostro «agresivo, celoso y maligno». Tal vez sofocado por el resentimiento y la inseguridad, escribió cosas que ahora le remuerden vivamente y le hacen reconocer que «mi yo más joven había vuelto para abochornar a mi yo más viejo con lo que aquel había sido, o era, o en ocasiones era capaz de ser». Con el agravante de que Tony comprende que entonces sus palabras no pudieron ser más hirientes y premonitorias. Y esa constatación lo desestabiliza: «La misma acción de nombrar algo que posteriormente sucede —de desear un mal específico, y que ese mal acontezca— produce todavía un escalofrío de otro mundo». De ahí su intenso remordimiento.

Reconocer que en la historia que se había contado de su propia vida (a sí mismo y a los demás) había «astutos cortes» produce en Webster otro grado de remordimiento más corrosivo y hondo. Y es que le obliga a repensar la versión plácida, abundante en pequeños placeres y carente de grandes dolores, que se había construido de su propio acontecer. El resultado del nuevo examen no puede ser más desolador: «Yo renuncié a la vida, desistí de estudiarla, la tomé como venía. Y así, por primera vez, empecé a sentir un remordimiento más general —algo entre la compasión y el odio a mí mismo— por toda mi vida. (…) Había querido que la vida no me molestara demasiado, y lo había conseguido; y qué lamentable era. (…) Una medianía era lo que había sido desde que dejé el colegio. Una medianía en la universidad y el trabajo; una medianía en la amistad, la lealtad, el amor; un mediocre, sin duda, en el sexo». No es extraño que Anthony Webster termine su historia hallando en sí mismo «desasosiego, un gran desasosiego».

He leído con pasión esta novela de Julian Barnes. Me he dejado llevar por su serena fluidez, por su agudeza a la hora de interpretar nuestros motivos y actos. Barnes es un grande de la novela —he admirado muchas suyas anteriores—, pero navega también con comodidad por el ensayo y la filosofía, y en sus novelas (buenas historias, eso siempre) tal unión de registros está muy bien engastada.

Pero hay algo más importante y profundo. Por encima o debajo de cualquier examen de sus méritos literarios, todos los lectores encontramos de tanto en tanto novelas que nos tocan algún nervio vital. Esta ha sido para mí una de ellas.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Después de leer ésto,uno no puede dejar de leer el libro.No todos tocan algún nervio vital.Gracias por tus estupendos comentarios sobre literatura y todo lo demás

ayacam dijo...

Sí, este libro a mí me ha interesado (y tocado) profundamente. Pero, claro, cada uno o una lleva su propia historia a cuestas, y debe encontrar sus propios libros hermanos. Muchas gracias y saludos

Anónimo dijo...

Un libro estupendo y más que recomendable "Nada que temer". Un sludo cordial

ayacam dijo...

Es cierto, "Nada que temer" es interesantísimo. Yo también lo recomiendo. Saludos cordiales