22 julio 2013

Kate Atkinson

Para las vacaciones, por pocos días que sean, uno fabula grandes planes. Mientras se trabaja siempre falta tiempo para leer con calma y profundidad. Pero entonces se transita de un libro a otro de forma nada conflictiva. Los hay que resultan maravillosos y los hay que resultan un fiasco. Normal. Pero en vacaciones uno quiere acertar de pleno, y hacerlo además con esos libros densos, incluso físicamente voluminosos y pesados, que no pueden leerse tirados sobre un sofá o hamaca, sino sobre una mesa, y que durante el año han sido relegados en favor de lecturas más breves (que no más ligeras, o no siempre).

Cuando llega el momento de la verdad las cosas no son tan sencillas: hace demasiado calor, la pausa vacacional siempre la manchan algunas pejigueras domésticas, brotan las dudas, uno no sabe qué leer primero, y puede que justo en ese momento los libros más extensos y duros se resistan, o se empiece con ellos pero a lo peor se hagan cuesta arriba.

En ese estado de ánimo un tanto desazonante, un día de muchísimo calor y tras dos arranques de ensayos que no acababan de engancharme, choqué con una novela comprada hace tiempo a sugerencia de mi amiga B. Ella trajo a colación un día el nombre de Kate Atkinson, novelista inglesa que no me sonaba de nada.

Descubrí que casi todos sus libros —que no son muchos— estaban traducidos, incluidos los cuatro que ha escrito sobre policías, detectives y asesinos (los dos primeros en la editorial Circe y los más recientes en Lumen). Son novelas criminales, estas cuatro, de lectura adictiva, pero con una altura literaria que desborda las fronteras del género. En todas ellas la autora mueve a muchos personajes, urde varias historias entre las que poco a poco descubriremos sus conexiones. Y en todas el pasado de los personajes continúa invadiendo su presente. Porque en los tiempos pretéritos sus familias fueron cualquier cosa menos felices, y hay demasiados muertos reales y metafóricos mal enterrados en la memoria, niños que quedaron marcados de varias maneras, dolores antiguos que siguen atravesando las pieles más resistentes, asuntos que no se cerraron o lo hicieron en falso y que en el presente de la historia se convertirán en bombas que acaban explotando.

En las cuatro novelas el hilo conductor es el detective Jackson Brodie. Pero un rasgo que distingue las tramas de Atkinson de las de otros cultivadores del género es que Brodie no coloniza todas las historias. Al contrario: su presencia casi nunca es decisiva, o lo es sólo en momentos muy específicos. El detective se integra en el tapiz narrativo como uno más en el vasto mundo de conflictos afectivos y sociales al que accedemos. A Brodie, que aporta sus propios traumas y perplejidades, las cosas no le salen muy bien, y su imagen dista mucho de la del detective omnipresente y sagaz que protagoniza tantas novelas negras.

De las cuatro novelas, la mejor es, creo, la primera que he leído, Esperando noticias. Pero las otras tres, Expedientes, Incidentes, y la última, publicada este mismo año, Me desperté temprano y saqué al perro, se inscriben igualmente en la mejor tradición inglesa de las novelas psicológico-policiales, una rama literaria en la que, en tiempos, aprecié mucho ciertos títulos de Ruth Rendell, autora muy prolífica pero en sus mejores momentos nada menor.

He vuelto al trabajo. He dejado sobre la mesa libracos que deberán seguir esperando, al menos hasta agosto, cuando pueda pillar más días de asueto. Pero no me arrepiendo de haber dedicado una semana a las novelas de Kate Atkinson. Ricas, complejas, llenas de detalles inteligentes, de personajes poderosos y muy bien matizados —los niños, por ejemplo, siempre son magníficos—, de conflictos nada sencillos, de referencias a ese pasado inglés de los sesenta y setenta que tanto me interesa… Bueno, al final no han sido días desperdiciados, qué va.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Qué bien que te hayan gustado las novelas de Kate Atkinson. Yo solo leí "When Will There Be Good News?" (me gusta más el título original). B.