03 junio 2013

Cine de barrio

En un estado de semitontuna, y con la pereza metida en el cuerpo, he visto en Cine de barrio, en poco tiempo, dos películas que no conocía y que, hasta que llegó Torrente, fueron los mayores éxitos de la historia del cine español: No desearás al vecino del quinto y La ciudad no es para mí. La primera la emitieron con motivo de la muerte de Alfredo Landa. La segunda, porque Paco Martínez Soria, parece, siempre es un valor seguro.

En 1970 vivía yo junto a la calle Gayarre. Allí estaba el Aitor, un cine de estreno fundamental en la Pamplona de entonces, pese a su ubicación en un barrio obrero, lejano, relativamente, del centro de la ciudad. Hoy eso sería impensable. Y me acuerdo de las muchas semanas en que me comí con avidez, en las carteleras del Aitor, las imágenes de No desearás al vecino del quinto que acompañaban al cartel promocional. En el umbral de una adolescencia muy ingenua, esas fotografías con mujeres en ropa interior eran el condensado del erotismo, la promesa de una experiencia sexual remota, terrible. Pronto cambiaron mis gustos cinéfilos: en 1972, y también en el Aitor, ya vi por ejemplo El padrino. Pero durante varios meses del setenta la película no vista pero soñada con Afredo Landa y un pésimo actor francés, y sobre todo aquellas mujeres, me turbaba en mi constante trajín por la calle Gayarre.

Ver hoy No desearás al vecino del quinto es una experiencia intelectual y moral muy dura, tan empinada que sólo en el atontamiento del sábado por la tarde puede soportarse. Con motivo de la muerte de Landa se han elogiado mucho, y con justicia, sus dotes actorales. Pero también más de uno ha aprovechado para reivindicar el cine que tanto tiempo hizo el pamplonés, ese landismo de calzoncillos y bragas, boinas y marianos, suecas, criadas parlanchinas con uniforme, jóvenes modernas pero formales hasta llegar al matrimonio, discoteques y clima aldeano como de Crónicas del pueblo (¿se acuerda alguien de tal serie de la tele?). Esa reivindicación me parece gravemente errada, lindante con la estupidez.

El respeto a la labor actoral no debe ocultar las simas artísticas, culturales y morales en que aquel cine caía sin remedio. Alfredo Landa era un gran intérprete. La inmensa mayoría de sus películas fueron una bazofia. Podemos hacer distingos, matizaciones, clasificaciones más cuidadosas. Y por supuesto no se trata de adoptar una actitud perdonavidas, desdeñosa, hacia la gente que trabajó en el cine español en el franquismo. (Alfredo Landa, tenía, en la mala leche que tantas veces sacaba en el trato, un componente de agrio resentimiento, en los años “prestigiosos”, hacia todos los que habían machacado el cine franquista e indigente que había protagonizado). Pero el esfuerzo de discernimiento no invalida el juicio general: el landismo fue la expresión enferma, culturalmente repugnante, de una sociedad sojuzgada pero también enferma y conservadora hasta el delirio.

La ciudad no es para mí también se las trae. Vista hoy, su baturrismo de caricatura, su simplista contraposición entre la vida pueblerina, honrada y noble y devota, y la de ciudad, viciosa y libertina, y su omnipresente y desacomplejado conservadurismo moral, son rasgos demasiado obvios y fáciles de desmontar.

Pero lo que más me intriga de esta película deleznable es que el autor de la obra teatral en que se basa fuera Fernando Lázaro Carreter, gran lingüista, ocho años presidente de la RAE y autor de best sellers sobre el mal uso del idioma castellano. Lázaro Carreter, que ya había ganado mucho dinero escribiendo libros de texto para Germán Sánchez Ruipérez, su amigo y editor de Anaya, pegó otro pelotazo con esta obra y seguro que hizo ganar mucho más a Paco Martínez Soria. Sin embargo, siempre tuvo con ella una relación pudorosa, incómoda e huidiza. La firmó con seudónimo (Fernando Ángel Lozano), y las contadísimas ocasiones en que se refirió a La ciudad no es para mí la consideró un pequeño reto personal («un pecado venial», diría años después) que, reza la leyenda, ejecutó en menos de una semana en el verano de 1962. Francisco Rico escribió que Fernando Lázaro, “que se sabía de corrido el teatro universal, aceptó el envite como una diversión, como una muestra de dominio, con distancia, sin involucrarse afectivamente”.

No sé, me faltan datos sobre la relación entre Lázaro Carreter y el éxito con esta obra. Lo cierto es que con La ciudad no es para mí terminó su carrera de autor teatral, a pesar, seguro, de las muchas ofertas que debió de tener para repetir con obras similares. Cabe suponer que su finura crítica en los estudios que dedicó a muchos autores de la literatura castellana pudo colisionar con el chocarrero nivel alcanzado en su obra propia. ¿Prefirió Lázaro Carreter no dar lugar a odiosas comparaciones entre lo que encontraba y desmenuzaba en otros creadores y lo que él podía llegar a producir? Tengo delante una de sus obras magníficas, la recopilación de estudios que publicó en 2002, poco antes de morir, bajo el título de Clásicos españoles. De Garcilaso a los niños pícaros. La releo y pienso: ¿Es el mismo hombre el que escribió estos trabajos y el de la baturrada de Cine de barrio?

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me parece muy sano recordar que las películas de Landa en calzoncillos eran generalmente detestables y eso de reivindicar todo lo que hizo porque después demostró ser un gran actor, es una idiotez enmascarada de "respeto".
Peri