He pasado muchas horas de mi vida en las librerías. He sido muy feliz en ellas, perdiéndome en una sección u otra, abismándome en descubrimientos sorprendentes. Así que me siento melancólicamente concernido por su actual e irreversible decadencia. Es claro que los libros en papel cada vez se venderán menos, que los comercios dedicados a este maravilloso objeto serán cada vez más escasos y que sus márgenes de negocio irán cuesta abajo sin remedio. En mi ciudad no hago más que oír rumores y noticias ciertas de problemas, impagos, recortes, despidos, traslados a locales más pequeños e inminentes cierres.
En las grandes ciudades, y sólo en ciertas librerías, las cosas podrán sostenerse algo mejor, al menos durante unos años. Y ello por una cuestión de número, de cantidad de público lector culto. En esas urbes subsiste todavía un conjunto de lectores que podrá mantener ese tipo de negocio cultural más años, igual que hay en ellas tres mil personas entusiasmadas con la música clásica y contemporánea más exigente, y dispuestas a pagar entradas caras. Pero el proceso de arrinconamiento y sustitución del libro físico en todo el mundo es imparable, crisis económica actual al margen. No creo que desaparezca en lo que me queda de vida (después ya me da igual), pero a poco que la salud me respete, conoceré la aceleración de su inocultable ocaso. El futuro ya está dibujado: menos libros en papel, menos imprentas, menos distribuidoras, menos librerías, menos gente trabajando en la cadena del libro, menor peso económico del sector.
Con este triste telón de fondo me llamó la atención, antes de tenerla en mis manos, lo que supe sobre La buena novela, una novela, perdón por la redundancia, de la escritora francesa Laurence Cossé (editorial Impedimenta). Su lectura, puedo decir ahora, resulta altamente recomendable, al menos para quienes hemos sido dichosos en las librerías, o trabajan o tienen interés en algún eslabón de la cadena del libro.
La buena novela relata una aventura cultural, un sueño de dos personas, muy distintas en su biografía pero unidas por su amor a la literatura: abrir una librería donde sólo se vendan buenas novelas, las cuales, idean, pueden ser elegidas sumando las selecciones hechas por ocho grandes escritores franceses a los que piden su colaboración anónima y desinteresada bajo la forma de lista de trescientos títulos que cada uno de ellos considera fundamentales en la literatura mundial. En esa librería, situada en el centro de París (saben que su proyecto sólo es viable en una gran ciudad), no se venden los éxitos de moda, no se admiten las novedades que, sin discriminación, quieren colocar las editoriales y distribuidoras. No se encuentra en su tienda cualquier clase de ficción: sólo aquella que los ocho escritores han seleccionado con un criterio de calidad. Gran parte de la trama la llenan las consecuencias que esta empresa cultural, elitista sin complejos, desencadena, algunas muy poco gratas.
La buena novela no defiende los libros, cualquier libro, sino, únicamente, el buen libro. Cossé reivindica la gran literatura, el canon dictado por personas que han dedicado su vida a la lectura y la creación y que tienen un gusto elevado y exigente, formado tras muchos años de lectura, personas por tanto sin ninguna gana de perder el tiempo con la novela de moda, el best seller millonario o el último “descubrimiento” de un nuevo autor, tildado siempre de genial e imprescindible por los críticos perezosos y que promocionan, cada dos por tres, los departamentos de marketing de las grandes editoriales, como si todas las semanas surgieran grandes escritores.
No es extraño que tal proyecto, que no se edifica a partir de los gustos del gran público (gustos a los que se da la espalda, salvo en casos milagrosos de gran novela que además obtiene éxito popular), concite adhesiones cálidas, en especial de lectores confiados en que todo lo que se vende en el establecimiento viene avalado y merece el intento de su lectura. Pero esta librería, su misma existencia, levanta dosis notables de hostilidad en sectores varios: editoriales y distribuidoras molestas porque ningún escritor ha seleccionado sus “productos”, críticos acomodaticios o cobardes que recomiendan sin criterio ni moral, novelistas que no encuentran en las mesas o en las baldas sus novelas, grandes cadenas de librerías que consideran la apertura de La buena novela una agresión a sus criterios empresariales. Pero también lanzan sus dardos contra la librería sectores ideológicos “progresistas”, airados porque su mismo planteo les parece elitista, antidemocrático, un desprecio al gusto popular de muchos lectores. En fin, demasiados enemigos de un sueño, y algunos muy poderosos.
Nos hallamos ante una novela, entendido aquí el término como un artefacto de la imaginación. Y lo digo porque no conozco ninguna librería que se haya creado bajo esos principios, y menos en ciudades medias o pequeñas. En las realmente existentes, salvo en las especializadas temáticas (en libro religioso, educativo, técnico, jurídico, de viajes, etc.), se vende de todo, libros de exquisito valor literario o ensayístico pero también novelones de consumo rápido o sencillamente infectos. Los libreros, ahora y siempre, han aceptado el libro malo, sobre todo si se vende mucho; incluso los libreros más atentos a la calidad o a lo minoritario salvan su negocio vendiendo esos bestsellers. Bien, de acuerdo. Y más ahora, con la decadencia del libro de papel. Sin embargo…, lo mismo que ciertas editoriales se han ganado una credibilidad entre los lectores por su catálogo y su trayectoria en el tiempo, y todos sus libros merecen crédito, al menos de entrada, ¿sería tan irrealizable, en grandes ciudades, algún establecimiento en el que pudiéramos entrar confiados en que todo lo que se vende ha sido depurado, no por el mercado, sino por gente con lecturas y criterio exquisito?
Me lo he pasado muy bien leyendo esta novela sobre libros, bibliómanos y librerías, y sobre el amor a la literatura y la comunidad informal que crea ese amor. Creo que gana en los largos pasajes que detallan el impulso inicial de los dos creadores de la librería, así como el diseño y creación de ésta, y que componen todo un tratado didáctico sobre estos establecimientos y el funcionamiento del sistema de distribución y venta de los libros. También se sostienen con gran decoro las pudorosas historias de amor y desamor que pespuntean esa trama principal. Pero creo que La buena novela pierde fuelle en la historia policial que va ganando peso en la última vuelta de la historia, hasta el punto de parecer que la propia escritora no termina de acometerla y resolverla con el entusiasmo que dedica a la peripecia de esta librería.
Así que termino con una paradoja. ¿Podría estar a la venta esta novela en una librería que se ciñera a los criterios que en ella se detallan? Me temo que no. Yo no la incluiría en ningún canon. Y sin embargo, contradictoriamente, me atrevo a recomendar su lectura, claro que sí.
1 comentario:
Lo primero , enhorabuena por tu defensa de la literatura de calidad, tanto en el blog como en este post en particular.
Sobre el libro que comentas, entiendo que estás de acuerdo con su mensaje y que no te parece mal del todo pero que no le darías el calificativo del título.
No leo muchas novedades pòrque espero a que las opiniones se vayan sedimentando. Y las pocas veces que lo hago suelo equivocarme. No siempre, y tampoco me importa porque es una manera de estar informada, pero muy pocas novelas recientes merecen la pena de verdad. El ensayo es otro asunto, ahí sí.
Publicar un comentario