Héctor Abad Faciolince en Pamplona. Los asistentes a los más de setenta clubes de lectura de Navarra –casi todos impulsados por las bibliotecas públicas- han ido leyendo El olvido que seremos, la memoria que el escritor colombiano escribió sobre su familia, y en especial sobre su padre, médico y activista de los derechos humanos asesinado en 1987 por los paramilitares de su país. Héctor Abad consiguió una obra repleta de amor, emoción, dolor y nostalgia, que bordea pero evita la trampa del sentimentalismo dulzón, y que ha conocido un justo éxito en muchos países. Así que no es raro que el sábado pasado nada menos que cuatrocientas personas acudiéramos a escucharlo hablar de El olvido que seremos y de lo que quisiera contarnos.
Lástima que, como pasa casi siempre en cualquier charla o conferencia, haya gente que parezca ir ante todo a colocar su discurso, gente que, más que escuchar al que ese día es protagonista, necesita hacerse oír. Esas personas no desean preguntar, aprender, “exprimir” al invitado excepcional, aprovechar su presencia para entender mucho más hondamente su obra. No, eso no es lo primordial. Pretenden hablar ellas, escucharse a sí mismas, “hacer un comentario”, como suelen decir, y eso cuando no se van por los cerros de Úbeda y pierden el hilo en peroratas interminables.
No hace falta ser un jubilado o desocupado para desempeñar ese irritante papel. Basta con disponer de un ego hipertrofiado, o con secretar el resentimiento de quien nada oscuramente piensa: “Yo tendría que estar ahí, yo tendría que ser quien evacuara a la humanidad todo lo que bulle en mi interior, no tú, conferenciante que debes escucharme a mí”.
Por si no fuera suficiente, sucede que con la crisis económica tan feroz que padecemos proliferan los que, sobre su papel habitual de oradores ególatras o resentidos, aprovechan, venga o no venga a cuento, para clamar contra los recortes y la maldad del gobierno. Se adjudican un papel de conciencia moral tronante, de voz indignada y doliente que clama frente a la injusticia. Como si los demás, a estas alturas, y encima en un ámbito al que hemos venido a otra cosa, necesitáramos que nos quitaran la venda de los ojos, o escuchar por enésima vez lo mismo. O mucho peor: ¡Como si lo necesitase el protagonista del día, al que urge enseñarle y adoctrinarle! Eso es, sencillamente, aldeanismo.
Menos mal que Héctor Abad supo sortear muy bien las minas que algunas asistentes le pusieron. Sus intervenciones no sólo tuvieron claridad, calor, humor y brillantez; además, orillaron con elegante silencio cuestiones muy locales en las cuales habían querido involucrarlo, y hubo un momento, el más vehemente en su intervención, en que quiso recordar premisas muy obvias sobre las conquistas de Occidente en libertad, tolerancia, derechos sociales y logros culturales, conquistas que, en un tono inflamado y feroz, uno oye desdeñar cada dos por tres y que, sin embargo, fuera de Europa parecen fabulosas a millones de personas.
Pero al cabo lo importante fue, al menos para mí, lo que Héctor Abad nos contó sobre el libro, o sobre lo que no incluyó en él por autocensura, o, en particular, las formas en que se equivocó en ciertos momentos clave de su vida, especialmente antes del asesinato de su padre, al cegarle el juicio ciertas pasiones. Y eso que Hector Abad, criado en una familia llena de amor, podría decir, como Merleau-Ponty, que nunca podrá curarse de su incomparable infancia. Pero hay cosas que entendemos tarde, cuando ya no tiene remedio lo que hicimos, o cuando nos arrepentimos sin remedio de aquello que no hicimos en el momento preciso. Lecciones que Héctor Abad Faciolince compartió con todos los que le escuchamos el sábado pasado, gracias a la comunidad que forman los clubes de lectura.
1 comentario:
Me parapeto contra mí en este ángulo. Acudo aquí con la ilusión de gozar con la lectura de una nueva entrada. Y tanto me deleita el cómo de la escritura «blogeada» (¡perdón!) en este ángulo, que aunque no halle en él novedad temática, me quedo un buen rato releyendo lo ya releído en otras felices ocasiones. Me sucede con este estilo tan excelso que tiene "ayacan"de escribir sus "post", como me ocurre con las buenas películas en televisión: si no ponen ninguna de estreno, veo las buenas de siempre con absoluto olvido del tema y de la trama. Así como en el rectángulo disfruto viendo, en el ángulo gozo leyendo. El qué leo se me olvida, pero lo que leo me trae aquí una vez tras otra: lo que leo es Escritura de un Escritor. Muchas gracias, y disculpas si, por jubilidado, mi discurso he colado.
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